Divide y perderás
Divide et impera. Dividir al enemigo para conquistarlo ha sido una estrategia utilizada por siglos. Personajes como Julio César y Napoleón la hicieron famosa. La lógica es simple. En la medida que el adversario esté más fragmentado será más fácil imponerse.
Sin embargo, esta famosa frase y la lógica que encierra pudiera no ser cierta en todos los contextos, al menos en el caso de la formación del Estado y sus consecuentes capacidades, o incluso en contextos democráticos específicos. la división pudiera tener consecuencias negativas importantes. En estos casos la unidad luce como la estrategia dominante para lograr el resultado esperado.
Un aspecto característico de la formación de los Estados en América Latina (al igual que en África) es la presencia de “jefes locales”, a quienes en algunos casos les fueron delegadas funciones administrativas por parte del respectivo imperio (Daron Acemoglu y James A. Robinson, 2019, The Narrow Corridor; Kelly y Mahoney, 2015). Esto sentó las bases para la formación de Estados menos centralizados, por lo tanto, más alejados del estado burocrático de Max Weber, y quizás por ello más fragmentados. De hecho, una de las dinámicas más importantes que señala Mazzuca (2021) en la formación de los Estados en América Latina fue la manera como se incorporaron las periferias, y el rol que en ese proceso tuvieron los líderes locales.
Estas condiciones previas tuvieron un efecto importante en las repúblicas que se formaron luego de los procesos de independencia. El poder central, recién formado, no tenía la fuerza suficiente para controlar el territorio por lo que dependía de “jefes locales” para hacerlo. De hecho, muchos de estos jefes fueron convertidos en “caudillos” (warlords) por la propia dinámica de las guerras independentistas. Sin embargo, muchos de estos líderes locales no tenían la fuerza suficiente por sí solos por lo que por lo general se terminaban plegando al poder central a cambio de recibir prerrogativas por parte de este. De esta manera se generó una simbiosis entre el poder central y los “jefes locales”.
Esta herencia parece llegar hasta nuestros días. En el caso venezolano habiendo estado oculta hasta finales de los años 80. El siglo XX venezolano fue el paso de una dictadura férrea a una democracia bipartidista la cual, si bien daba señales de fortaleza, llevaba oculta en sus entrañas una condición que la terminaría de destruir. Esa condición era que la democracia venezolana tuvo durante la segunda mitad del siglo XX un conjunto de “características institucionales que fortalecían a los partidos por encima del presidente” (Monaldi y Penfold, 2013). En aquella época el “carnet del partido” podía abrir puertas, y sus estructuras llegaban hasta los sindicatos, gremios e incluso a las universidades.
Las estructuras partidistas en Venezuela eran particularmente verticales y disciplinadas, lo que daba un gran poder a sus cúpulas, siendo esta parte de una pequeña élite que manejaba los acuerdos políticos en el país junto al Presidente de la República y representantes empresariales. Sin embargo, a finales de los años 80, con la elección de Gobernadores y alcaldes, la estructura partidista se fragmenta, los liderazgos locales empiezan a tener mayor peso, y la coordinación se dificulta. Estos argumentos, planteados por Monaldi y Penfold (2013), contribuirían a explicar la mayor volatilidad de la política venezolana en los 90. En términos de los textos antes mencionados sería el regreso de los “jefes locales”.
Esta experiencia es particularmente interesante porque en primera instancia pudiera ser contra intuitiva. Por lo general se piensa que en la medida que el gobierno está más cerca de las personas (gobiernos locales) la democracia se fortalece. Sin embargo, en el contexto particular de Venezuela a finales de los 80 el efecto parece haber sido el contrario.
Si esto ocurrió con un Estado relativamente funcional y cierto grado de democracia, la interrogante que se plantea es qué papel pueden tener los “jefes locales” en un proceso de democratización que parte de un contexto de fragilidad estatal. ¿Pueden contribuir a fortalecer esa transición o, por el contrario, a debilitarla y aumentar el nivel de fragilidad?
Twitter: @lombardidiego