¿Por qué mienten?
Las dificultades que se presentan con las mentiras políticas no tienen que ver solamente con cuestiones metafísicas o conceptuales sobre la delimitación del ámbito de la política o del concepto de lo político, ni con la solidez de las excusas y justificaciones que se ofrecen día tras día en favor de los políticos mentirosos que medran en cualquier sistema.
Mi tía Filotea, después de investigar en su hemeroteca digital, me cuenta sobre la conferencia que, hace mas de cien años, pronunció el sociólogo alemán Max Weber y que tenía por título, La política como vocación. Weber retrataba así a los políticos de su tiempo: “Quien hace política pacta con los poderes diabólicos que se encuentran al lado de cualquier fuerza”. El escritor, viendo el comportamiento de los políticos de su tiempo, con desesperanza afirmaba, “Quién busca la salvación de su alma que no la busque por el camino de la política, las tareas de la cual, solo pueden ser cumplidas mediante la fuerza”.
Gandhi dijo: “Más vale ser vencido diciendo la verdad que triunfar por la mentira”. Y Aristóteles, para desaprobar la mentira, expresó: “El castigo del mentiroso es no ser creído cuando dice la verdad”. Friedrich Wilhelm Nietzsche, visionario como siempre, parecía avizorar las conductas de algunos especímenes políticos durante la etapa del socialismo del siglo XXI, cuando apuntaba: “Lo que más me molesta no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, no podré creer en ti”.
A pesar de todas las críticas que reciben y de las promesas que efectúan algunos políticos no ejecutan su rol con honestidad. Parece que lo único importante para ellos es obtener lucro personal. De allí las obscenas fortunas que exhiben sin pudor, quienes llegaron al poder prometiendo acabar con la corrupción y defender, hasta con su vida, el territorio patrio. Por eso las portadas y páginas interiores de los diarios se nutren de sus actuaciones y no de los logros de la política. La gente comenta, critica, se enfada. Están en la boca de todos y no por sus brillantes conductas, precisamente.
Los políticos también son seres humanos, e incluso una persona veraz puede mentir cuando se encuentra en una situación difícil. No hablo de las mentiras que se cuentan por diversión ni de las mentiras piadosas, sino de las mentiras deliberadas. Una mentira es una afirmación que no coincide con la opinión de la persona que la emite y que pretende engañar a otros en beneficio personal. Estando yo en Ginebra, en misión de trabajo, el ex ministro de Asuntos Exteriores de un país del sureste asiático me contó, entre sonrisas, que en su ministerio corría esta definición de embajador: «Una persona que se envía al extranjero para que mienta».
Un diplomático, amigo, me contó que, en su reunión de 1997, el Consejo de Interacción de ex jefes de Estado y de Gobierno, organismo donde él era asesor, debatió con intensidad el tema de «No mentir» y en el artículo 12 de la declaración final, quedó establecido que, nadie, por importante o poderoso que sea, debe mentir. Pero también la declaración puntualizó que, el derecho a la intimidad y a la confidencialidad personal y profesional debe ser respetado y que nadie está obligado a decir la verdad constantemente. Supongo yo, que los exmandatarios trataron de decir que, por mucho que amemos la verdad, no debemos ser esclavos de ella.
Algunos estadistas, como Thomas Jefferson, han señalado que no existe más que una sola ética sin divisiones. Ni siquiera los políticos y hombres de Estado tienen derecho a una moral especial. Los Estados deben regirse por los mismos criterios éticos que los individuos. Los fines políticos no justifican medios inmorales.
La veracidad, que está reconocida desde la Ilustración como condición previa fundamental para la sociedad humana, no solo es un requisito para los ciudadanos individuales sino también para los políticos; especialmente para ellos ¿Por qué? Porque los políticos tienen una responsabilidad especial respecto al bien común y además disfrutan de mayores privilegios que el ciudadano común. Es comprensible que, si mienten en público y faltan a su palabra, sobre todo, después de ser electos, se les eche en cara y, en las democracias sanas, deban pagar el precio, en pérdida de confianza e incluso, en la pérdida de sus cargos, en algunos casos.
Según Martín Lutero, “una mentira necesita otras siete para poder parecerse a la verdad o tener aspecto de ella”. Ahora bien, entiendo que también existen políticos y estadistas honrados. Yo conozco muchos. Los políticos, además de la sinceridad, tienen que practicar la sagacidad. Sobre todo, deben ser perspicaces, inteligentes y perceptivos, estrategas hábiles e ingeniosos y, si es necesario, astutos y ladinos, pero no maliciosos, intrigantes ni canallas. Deben saber cuándo, dónde y cómo hablar… o callarse.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE