Los 7 «ismos» de Chávez (I)
A mis amigos chavistas, los del chavismo disidente o los que están en el gobierno (esos que algunos llaman chavistas-maduristas) suelo hablarles de lo que yo llamo los siete «ismos» de Chávez, siete atrofias que desvirtuaron el cometido transformador de ese proyecto e hicieron que un proyecto democrático y popular degenerara en otro autoritario y contrario a los intereses populares.
Y creo que son ellos, los chavistas de un lado y del otro, los que están emplazados a la tarea histórica de superar esas deformaciones que pervirtieron su proyecto original; y, como diría cualquier psiquiatra, lo primero que debe hacerse para superar un mal es reconocerlo, identificarlo y admitirlo, y en este caso, debatirlo sin prejuicios ni tapujos. Y esto sin necesidad de que desmeriten el valor que para quienes creyeron en él tiene la figura de Chávez (así como los chinos han contrariado el pensamiento de Mao -70 % de aciertos, 30 % de errores, dicen ellos, una cifra que tal vez podría ser inversa- sin bajar su retrato de la plaza Tien An Men ni sacar su momia del mausoleo). Digo con Arturo Sosa: debe distinguirse la persona de Maduro, con sus atributos más o menos autoritarios o más o menos democráticos, del legado, del tinglado recibido por herencia, que es lo que más cuenta.
Por cierto, y a deferencia de cierta derecha recalcitrante que sólo ve en él cualidades demoníacas, yo no discuto la intención reivindicadora, justiciera y patriota de las acciones de Chávez, sólo que, como he repetido mil veces a este respecto, «de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno».
El chavismo fue -¿qué duda cabe?- uno de los cuatro fenómenos populares más clamorosos de nuestra historia: con el alzamiento de indios y esclavos negros de Boves en la Venezuela de 1814; con el liberalismo, la guerra federal y tal vez el liberalismo amarillo durante todo el siglo XIX; y con AD en la segunda mitad del siglo XX que consiguió conquistar los principales derechos políticos, civiles, económicos, sociales y culturales del pueblo y le dio un protagonismo en la política nacional que no tenía hasta entonces, principalmente a través de auto-llamado partido del pueblo y de los sindicatos de obreros, organizaciones de campesinos y gremios de maestros.
Tuvo además el chavismo dos orígenes históricos esencialmente contradictorios: el golpe militar del 4F y, como fuerza en el poder, la victoria electoral de 1998. De allí una contradicción que a su interior se expresa en eso que llaman la alianza cívico-militar: lógica civil vs lógica militar, democracia vs vocación dictatorialista y totalitaria. La historia del chavismo es la crónica de esta tensión perenne.
Los «ismos» de que hablo estaban allí, desde su génesis histórica durante el 4F, pero fueron sepultados por el vasto, plural y civil movimiento democrático de 1998. De hecho, el chavismo encarnó las demandas democráticas de los años ’80 y ’90 y las coaguló en la Constitución de 1999. No sé si igual hubiesen salido a flote, más temprano o más tarde, pero creo que el 11A y el paro, y la revelación manifiesta de la intención de la burguesía nacional y de la alta clase media aliadas a los sectores más conservadores e intervencionistas de EEUU, de derrocar a la fuerza a un gobierno que acababa de ser electo por una amplia mayoría nacional, liberaron aquellos demonios (ayudados por el conjuro de Fidel y los cubanos).
Los sietes «ismos» son los siguientes (peligrosísimos en las manos de un líder con indudable raigambre popular y con «la botija llena», como dijo una vez Lusinchi de su gobierno, irresponsablemente):
• Caudillismo: eso que algunos chavistas llamaron en su momento el «hiperliderazgo de Chávez», y que no era sino una de las corrientes políticas decimonónicas latinoamericanas que cada tanto aparecen entre nosotros. Una relación directa, sin mediar instituciones ni partidos ni organizaciones sociales de la sociedad civil, entre el líder carismático y la masa inorgánica del pueblo. En todo diferente a los supuestos caudillismos de Betancourt, Caldera y Petkoff, cuyos liderazgos se fraguaban al calor del debate y de largas negociaciones con esas instituciones, partidos y organizaciones: eran primus inter pares, sólo eso. El «culto a la personalidad» a Chávez (aún hoy) es su expresión más patética. Todas las decisiones reposaban en una sola persona. De allí a la autocracia no hay sino un paso. Y eso está muy lejos de la promesa chavista de un régimen con democracia directa y con protagonismo popular: sin resguardar la instituciones y organizaciones de representación (Poderes Públicos, partidos, sindicatos, gremios, etc.), el Estado se hace más poderoso y la democracia directa cada vez más distante. Hoy, más bien, yo observo en el gobierno una dirección más colectiva. Por eso creo que si con Chávez podía hablarse de autocracia, hoy debe hablarse a lo sumo de autoritarismo con prácticas dictatorialistas y vocación totalitaria y con un origen democrático cada vez más cuestionado en su legitimidad. Pero digo que prefiero el autoritarismo colectivo a la autocracia unipersonal.
• Autoritarismo: es decir, ejercicio arbitrario del poder. Comenzando por el copamiento de todos los Poderes Públicos por el Poder Ejecutivo. La imposición de la visión de una mayoría circunstancial sobre la minoría, sin mediar consenso. Olvidaba Chávez que en democracia la correlación de fuerzas no sólo es electoral ni militar sino civil y social. En los comienzos del gobierno de Chávez, las mayorías inorgánicas estaban con él, pero toda la sociedad orgánica se oponía a sus políticas: partidos, sindicatos, gremios profesionales, empresarios, iglesias, medios de comunicación, etc. En vez de buscar consensuar con ellos, pactar y negociar sus políticas, las impuso a troche y moche, en cierta forma provocando a conciencia (al modo de la estrategia militar de Zamora en la batalla de Santa Inés) la reacción de los factores más conservadores y violentos de la oposición …y el 11A y el paro. Ojalá los contactos hoy frecuentes entre el gobierno, por una parte, y los empresarios, los partidos, y la Comunidad Internacional, por la otra, sean el preludio de una superación democrática de esta atrofia.
• Perpetuacionismo: considerando que representaba, que era el pueblo, la patria y la historia, y que sus adversarios eran enemigos del pueblo, traidores a la patria y la anti-historia, Chávez excluyó de su proyecto la idea misma de alternancia republicana. Sí, se reconocía en la Constitución, pero él se encargaría de hacer lo necesario para que no tuviese lugar. No importaba la jiribilla que tuviese que aplicar o el vericueto legal que tuviese que transitar para lograrlo. Su idea era perpetuarse en el poder: reelección presidencial indefinida, inclusive. ¡No volverán! Sin darse cuenta de que la alternancia de izquierdas y derechas, trabajadores, empresarios y clases medias, en el poder, es lo que hace que la democracia sea el poder del pueblo, es decir, el poder de todos, y que sólo la alternancia en ese poder de quienes tienen por prioridad desarrollar las fuerzas productivas aún a cierto costo social, por un lado, y, por el otro, a quienes tienen por prioridad repartir la riqueza aunque sea a costa del desarrollo de las fuerzas productivas, es lo que permite que las naciones creen la riqueza que luego reparten y alcancen el desarrollo y el progreso con justicia social, como han hecho las sociedades escandinavas y muchas otras en Europa. Ojalá las negociaciones en marcha permitan la construcción de una institucionalidad política que asegure como un hecho normal la saludable práctica de la alternancia republicana: es lo que le conviene a Venezuela y es lo que le conviene al chavismo, en particular al que está hoy en el gobierno.
• Centralismo: estas primeras atrofias conducían fatalmente a ésta otra, que contradecía una de las tres raíces del árbol famoso: la raíz de Ezequiel Zamora y del federalismo. Caudillismo, autoritarismo y perpetuacionismo nos llevaron a un mayor centralismo, en una Venezuela que para 1998 avanzaba a paso seguro por un proceso de descentralización política y de reforma del Estado. A los gobernadores y alcaldes se les quitó competencias, se disolvió el Distrito Metropolitano (quienes propusimos su figura en los ’80 y los ’90, solíamos decir que Caracas era también víctima del centralismo y que esa alcaldía metropolitana le daría una voz más potente ante el Poder Ejecutivo), etc. La versión más pedestre (e inconstitucional) de este centralismo son los tristemente célebres «protectores» (muy parecidos, por cierto, a los «intendentes» que contempla la Constitución legada por Pinochet en Chile y que hoy se solapan con los gobernadores por primera vez electos en ese país durante la reciente elección constituyente). Si algo ha hecho ineficaz al Estado chavista, en contra de sus propios intereses, ha sido esta deformación centralista en que toda decisión por intrascendente que fuese, debe ser consultada a nivel central. Escuché una vez en 2010 a un funcionario judicial decirles a unos albañiles que remodelaban una oficina de tribunales en el estado Táchira, que para aceptar la sugerencia que le hacían, de alargar el vidrio de una taquilla, había que consultar primero ¡a Caracas! ¿Qué tal? No es necesario subrayar cómo esta deformación, junto con alguna otra, propició el intenso burocratismo del que mucho se han quejado tanto Chávez como Maduro, al que responsabilizan de muchos de nuestros males, como si sus propias acciones no han sido las que crearon el caldo de cultivo de donde nace.
La próxima semana analizaremos los tres últimos «ismos» de estos siete: el militarismo, el estatismo y el populismo.