El plan de 11 puntos del socialismo para tomar el poder
Definir a Lenin Moreno nos encuentra con nuestras mejores palabras: demócrata, hombre de ley, responsable, solidario. Consciente de que la transformación y desarrollo del ser humano es el centro de su proyecto político.
En un evento reciente patrocinado por el Instituto Interamericano para la Democracia oímos sus palabras claras y sencillas describiendo el viaje de sus ideas. Reconociendo sus creencias de partida en las promesas socialistas, colectivistas, hasta su gran salto intelectual y político al comprender que nada es sustituible a la libertad humana, a sentirse propietario de un proyecto de vida en el cual lo externo es un espacio de colaboración y no de dominación y feroces enfrentamientos.
Lenin vino y habló, no solo sobre sus logros como presidente, parte de una maquinaria de gobierno. Su auditorio sintió que teníamos el privilegio de oír una íntima confesión, saber cómo había logrado ese triunfo insuperable de vencer la hegemonía de las ideas y prácticas socialistas que en algunos momentos parecen imposibles de derrotar. Acción magníficamente respaldada por María Paula Romo, parte de su equipo de gobierno.
La lección que se desprende de su mensaje es para toda una Latinoamérica que se enfrenta hoy a un resurgimiento de la violencia, la ferocidad de la lucha por imponer ideas que al final se devuelven y destruyen a sus mismos mensajeros. Estamos enfrentando una nueva maquinaria de lucha por el poder, fríamente calculada, por etapas, secuencial y sin escrúpulos. Se planifica con crudeza el abordaje de la gente y el empuje hacia la acción. El comienzo es preciso. La experiencia venezolana, chilena y ahora colombiana muestran la estrategia asumida por los movimientos socialistas basados en las siguientes ideas y símbolos:
* Imposición de un lenguaje propio que estigmatiza de inmediato al enemigo. En Venezuela: escuálido, guarimbero, neoliberal, capitalista explotador, oligarca, burgués, poder popular, afrodescendiente, imperialistas, traidor a la patria.
* Generación de un clima de conflictividad social a partir de la estigmatización y polarización de diferentes sectores sociales: Pobres vs ricos. Propietarios vs asalariados. Empresarios vs trabajadores. Formales vs informales. Población de urbanismos consolidados vs barrios marginales.
* Vinculación de la propiedad privada con la corrupción. Invalidan la posibilidad de que la riqueza y la rentabilidad sean fruto de capacidades, esfuerzos y responsabilidades. Repetición de la consigna de la propiedad como un robo y el comercio su instrumento de especulación.
* Promoción de una narrativa sobre la desigualdad asociada con el acceso a bienes materiales ajenos y a la existencia de grupos con poder económico. La acumulación de capital es considerada un producto de la explotación ejercida por sectores privilegiados y de la corrupción.
* Exaltación del carácter de explotadores atribuido a empresarios y grupos económicos y políticos.
* Situación de pobreza asociada con una superioridad moral. Negación del vínculo entre logros, esfuerzo y responsabilidad. La educación y la adquisición de capacidades pierden sus atributos como promotores de movilidad social.
* Extensión del concepto de derecho adquiridos hacia todo intercambio económico y acceso a servicios desconectado de deberes y obligaciones.
* Imposición de la noción de gratuidad de acceso ilimitada a los servicios, fruto de la desvalorización del esfuerzo como el camino legítimo para alcanzar logros.
* Identificación de los problemas sociales y las dificultades de acceso a servicios como expresión de injusticia social. Creación de una deuda con los sectores más vulnerables de la sociedad como base para exaltar la intención del socialismo de resolver, responder y reaccionar frente a estos problemas.
* Imagen negativa de la cultura meritocrática. Desvinculación de la meritocracia del concepto de capacidades, del valor de la educación y esfuerzo. Asociación de la creación de riqueza con privilegios, corrupción y explotación del trabajo.
* Promoción de organizaciones de trabajadores contra propietarios de la empresa con base en el aliento de solicitudes de estatización o entrega a un supuesto poder obrero.
Vemos hoy en Colombia cómo todos estos argumentos reviven con la intención de defenestrar al presidente Duque, disolver el actual Congreso e instalar una asamblea constituyente que promueva una nueva carta magna prefigurada como la voz de un pueblo humillado y traicionado. Al final, si sus objetivos se logran se descubrirá, como hemos hecho los venezolanos, que se trata de la implantación de una maquinaria demoledora, totalitaria, con pretensiones de inamovilidad, poder sin límites, contraria a cualquier vestigio de democracia, libertad y responsabilidad individual.
Contra esta insurgencia teórico-política arremetió Lenín Moreno y su valioso equipo demostrando que la derrota de la expansión de las autocracias, dictaduras, totalitarismos, es posible pero que pasa indefectiblemente por establecer una comunicación clara y una defensa valiente del país.
Es imprescindible descubrir cuáles son los verdaderos fines de los provocadores del caos. En Colombia es indispensable aclarar cuáles son las ambiciones ocultas de Gustavo Petro, mostrar a la luz pública con qué países tiene acuerdos ocultos, probablemente con Rusia, China, Irán, Cuba, Maduro y Siria. Con cuáles sectores tiene pactos o acuerdos para la repartición del poder, desnudar el fondo de sus propuestas y comunicar al pueblo las perspectivas que sobrevendrían si un gobierno de este calibre logra seducir y engañar a los colombianos, ofreciendo precisamente lo que a futuro les va a robar, justicia, prosperidad y libertad.
Los latinoamericanos debemos agradecer a Lenin Moreno por demostrar que el enemigo tiene pies de barro, que engaña pero que lo podemos vencer. Con Lenín nunca hubiésemos perdido El Nacional.