Lo primero que salta a la vista es que la administración de Joe Biden no tiene una política frente hacia Venezuela. Menos aún un plan para confrontar al régimen chavista. Lo que hay son un conjunto de acciones aisladas, heredadas de la administración Trump, apoyadas por republicanos y demócratas, que buscarían provocar una fractura en el régimen chavista que le obligase a negociar los términos de su rendición con el llamado gobierno interino. En este campo caerían las sanciones financieras contra el régimen chavista y algunos de sus miembros así como el reconocimiento mismo a Juan Guaidó como presidente.
En sus primeros cien días de gobierno Joe Biden sólo se ocupó del tema Venezuela en forma incidental, sólo en cuanto a lo que toca a la política doméstica de los Estados Unidos. Por eso se aceleró el trámite para la aprobación del TPS que le permitiría a cientos de miles de venezolanos que han emigrado a los Estados Unidos tener un estatus legal. En todo lo demás estamos en el mismo punto en que estábamos el último día que Donald Trump estuvo al frente de la Casa Blanca: Esperando a que las sanciones hagan el milagro.
La fórmula inicial de sanciones-fractura-negociaciones-elecciones diseñada por los EEUU en tiempos de Trump y apoyada por varios otros países parece seguir atascada en su primer momento al punto que sin haber producido sus resultados ya se habla de aliviar las sanciones al régimen chavista.
La falla de diseño de esa fórmula se muestra cuando los EEUU, la llamada comunidad internacional y el propio interinato de Guaidó deciden ignorar la fase de la fractura del régimen para saltar directamente a las negociaciones. Entonces la operación se embarca y queda estancada en una extraña dinámica donde las sanciones que no cumplen su efecto disuasivo son usadas como un supuesto incentivo para provocar una negociación con el régimen chavista. Por supuesto que los chavistas no pueden menos que sonreír y frotarse las manos ante esta nueva oportunidad de ejercitar su artimaña preferida para prorrogarse en el poder en forma indefinida.
Los EEUU, los demás países que acompañan a Guaidó y el mismo interinato parecen prisioneros de su propia inercia. Todos esperando que algo pase o que las buenas nuevas lleguen de alguna parte. Por el contrario el régimen chavista se mueve hábil y vigorosamente con maña y con saña sacrificando incluso a la propia población civil la cual es usada como escudo humano frente a sus enemigos para sostenerse en el poder. Este solo hecho debería ser cuidadosamente examinado para valorar si vale la pena alguna vez sentarse a negociar con el chavismo.
En medio de amenazas, sanciones y negociaciones el chavismo no ha cedido o perdido un milímetro su poder político en Venezuela. Amenazas de una intervención militar internacional que nunca se concretan. Sanciones financieras al régimen que perturban pero no detienen su operatividad. Unas negociaciones que fracasan para dar paso a las siguientes y recomenzar como si se tratara de un tema nuevo. De una u otra forma el chavismo se las ha ingeniado para llevar adelante su política de hechos cumplidos. Los repetidos fraudes electorales, la amputación de la Asamblea Nacional del 2015, la imposición de una Asamblea Constituyente, la brutal represión política, la persecución contra oficiales militares disidentes, y un sin fin de acciones que forman parte de una política sistemática que va avanzando y se va imponiendo al mismo tiempo que ellos se sientan con los representantes de la falsa oposición a negociar con la comunidad internacional como garante.
Presidentes, embajadores y funcionarios internacionales vienen y se van y siguen repitiendo obstinadamente el mismo círculo vicioso de las negociaciones con el chavismo como si fuese la primera vez. Mientras tanto el régimen chavista sigue ahí, intacto. En eso llevamos 22 años y podrían ser más si se continúa subestimando la perversión y la amenaza del chavismo.
Estados Unidos y otros países comienzan a sentir el desgaste de una política que va de ningún lado a ninguna parte. En privado funcionarios diplomáticos confiesan lo que no se atreverían a decir en público. Hay cansancio -fastidio dicen algunos- con el tema de Venezuela y el chavismo. Hay quienes razonablemente sugieren que esto estaría tomando el mismo camino de inevitabilidad e irreversibilidad del estado castrista cubano con el cual los países, incluidos los Estados Unidos, pueden convivir en la medida en que no se pase de la raya.
Posiblemente el temor a que este desgaste con el tema Venezuela pueda eventualmente terminar erosionando la imagen de la política internacional de la administración de Biden es lo que estaría llevando a este gobierno a tomar la iniciativa en revisar su aproximación a Venezuela y sus compromisos con el gobierno interino de Juan Guaidó. No estoy sugiriendo que los Estados Unidos le hagan un desplante o desconozcan abiertamente a Juan Guaidó. Tampoco lo hizo la Comunidad Europea cuando discretamente a partir de enero de 2021 lo dejo de llamar “presidente interino” y ahora solo lo reconocen como un interlocutor privilegiado, entre otros.
Por ahora no sabemos si el cambio de los Estados Unidos en su relación con el interinato de Guaidó, a pesar de lo que diga el novel embajador James Story, le fue comunicado en forma explícita o implícita a los representantes del interinato. Lo que sí se sabe es que hay malestar en el gobierno norteamericano por la forma caótica y desordenada como el interinato ha manejado la ayuda humanitaria. Hace solo unos días Juan Gonzalez Asesor de la Casa Blanca para el hemisferio occidental condicionaba nuevas rondas de ayuda a un compromiso de mayor transparencia por parte del interinato de Guaidó.
Julie Chung, Directora interina de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, sorprendió con su mensaje de bienvenida a la nueva directiva del Consejo Nacional Electoral designado por el chavismo: “depende de los venezolanos decidir si el nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE) contribuye a este fin (elecciones libres y justas).” En otras palabras adelanta un reconocimiento por adelantado de ese CNE sin que ni siquiera se hayan producido las mentadas negociaciones. Le tocó al embajador Story conectar el cable a tierra y anunciar sin filtros “Siempre hemos dicho que las sanciones no son para siempre.” No son para siempre y ya se está trabajando para levantarlas o aflojarlas.
Ambas piezas son el anuncio de un viraje o el viraje mismo de la forma como el gobierno de Biden ha manejado hasta ahora sus relaciones con el interinato de Guaidó. El gobierno de Biden está urgido en pasar la página del tema Venezuela. Pero para hacerlo tiene que mostrar algún resultado concreto, lo que sea. Una negociación improvisada, apurada y chapucera como se la ha pedido Guaidó al régimen chavista, independientemente de sus resultados, perfectamente cumple con ese requisito y le permitiría a los EEUU zafarse del tema por lo menos hasta que pasen las próximas elecciones de mitad de término en Noviembre de 2022. Luego se verá si hay que repetir el proceso con los mismos o con otros funcionarios.
@humbertotweets