Ante el dilema
La renovación de la directiva del CNE, cocida y sazonada por la Asamblea Nacional oficialista, ha tenido la virtud de romper el desmayo que ha privado en la oposición democrática durante largos meses. Con el nuevo sanedrín electoral y la inminencia de elecciones regionales a fines de año, se agita de nuevo la antinomia shakesperiana entre votar o no votar. Con sus conocidos abanderados de siempre se levantan los argumentos que contrastan lo ideal vs. lo posible, lo principista vs. lo pragmático, “dictadura no sale con votos” vs. “otros sí lo lograron”.
Una de las manifestaciones, cuando priva la miopía política es la singularización de los hechos. El centrarse en la ocurrencia de los mismos en lugar de proyectarlos como parte de un proceso. No liberarlos de las antípodas del blanco o negro para ver sus matices y, con ojo clínico, indagar en qué medida ofrecen una oportunidad para propósitos de mayor alcance.
La composición del nuevo CNE es, sin dudas, una calculada “concesión” del régimen. Pero abre cierto resquicio que nos desafía y nos pregunta si podríamos y sabríamos aprovecharlo para reactivarnos, movilizarnos y presionar, o ignorarlo y continuar en el marasmo de una oposición retórica, la cual, por cierto, contrasta con la protesta rabiosa y masiva que todos los días sale a la calle a gritar sus carencias y miserias.
Por los momentos, ese pequeño postigo es lo único que tenemos para activarnos, por supuesto, a condición de hacerlo con unidad, organización, creatividad y audacia. No ayuda mucho gimotear que ya antes nos hicieron trampa, nos pusieron “protectores” y otros lamentos.
Asumamos la autocrítica por las reacciones que no tuvimos en el pasado, ante desmanes como el escamoteo del Revocatorio de 2016. Nos corresponde enfrentar el “bullying” del régimen. No evocó Lech Walesa la experiencia de Checoslovaquia cuando encaró la dictadura polaca con los tanques soviéticos estacionados en la frontera.