Política Social (II)
La política pública instrumentada por las autoridades brasileñas en las favelas de Río de Janeiro, mediante el despliegue de Unidades de Policía Pacificadoras (UPP), terminó en un fracaso anunciado. No solamente por falta de presupuesto y abandono progresivo del programa por parte del gobierno, sino por los excesos que este cuerpo policial cometió en las favelas, lo cual minó la confianza depositada en la policía. Aunque es justo reconocer que entre 2009 y 2014 hubo una disminución importante en el número de homicidios.
La lección aprendida es que para lograr una presencia efectiva del Estado en los barrios hace falta hacerlo desde una perspectiva holística o integral. Si uno analiza la iglesia, ésta hace presencia en las zonas populares pero el Estado sólo se hace representar por el maestro, quién lucha íngrimo y sólo para afrontar su rol de educador con el de correaje con el sistema público. Hace falta que una gran cantidad de ministerios e institutos públicos, junto con ONG especializadas, elementos de la sociedad civil e inclusive la empresa privada se dispongan mediante una estrategia definida a colonizar los barrios.
En Río de Janeiro las actividades criminales resurgieron con fuerza en los años posteriores a los juegos olímpicos y al mundial de futbol. El Instituto de Seguridad Pública de la ciudad reveló que en el primer semestre de 2016 la tasa de homicidios se elevó casi al 43%, en tanto que en 2018 se incautaron cerca de 8.500 armas de fuego, de éstas, más de 500 fueron fusiles de asalto.
Cuando se le preguntaba a los pobladores de las favelas acerca de la experiencia con las Unidades Policiales de Pacificación las respuestas apuntaban a que no había pasado mayor cosa, debido a lo intrincado del territorio de las favelas; los vericuetos angostos y porosos de esos barrios los convertían en casi un imposible para una fuerza de ocupación. “El control territorial de las favelas resulta demasiado costoso para el Estado por lo que se ha configurado un equilibrio de poder entre las pandillas, las milicias (comúnmente compuestas por ex policías o exmilitares que se dedican principalmente a prestar servicios de extorsión) y las fuerzas de seguridad del Estado, cuya reputación en las favelas es la de actuar como cualquier otro grupo del crimen organizado”.
Así en los barrios pobres de Río, los policías son tenidos como criminales y los traficantes y/o criminales prestan servicio policial. Según los pobladores de estos barrios, “La favela es segura, porque es controlada por traficantes y le pagamos a la policía; cuando no le pagamos hay problemas”. Por ello, pandillas, milicias y fuerzas de seguridad, se reparten el dominio de estos espacios urbanos, mediante el cobro de “vacunas” (impuestos informales) de protección, mecanismos indirectos de seguridad ciudadana amparados en la violencia extorsiva y el soborno. Por ejemplo, en un cambio de año las milicias de antiguos policías y escuadrones de la muerte que controlaban algunos sectores del este de Río decidieron incrementar la “taxa de seguranca” de 50 a 100 reales a cada uno de los habitantes.
“El esquema funciona así: las fuerzas de seguridad pública hacen presencia en las entradas y salidas de la favela lo cual tiene bastante sentido si se tiene en cuenta que, por ejemplo “La Rocinha” una favela emblemática de Río, limita con algunas de las zonas más costosas de la ciudad como Gávea, un barrio de extensas mansiones cercadas por muros y sistemas de video vigilancia, lo que contrasta con las diminutas edificaciones de la favela. Cuando las autoridades, ya sean las Unidades de Pacificación, venidas a menos por el recorte presupuestal tras la crisis económica de los años recientes, o el BOPE, decide entrar a la favela, las pandillas responden con fuego, en caso de que haya alguna afectación inminente y de proporciones considerables a su estructura o sus finanzas”
“El interés de estas provocaciones y de las incursiones de los batallones de operaciones especiales en la favela es bastante claro para sus habitantes: incautar armas y drogas por las que posteriormente exigen un rescate o que son revendidas en el mercado negro a pandillas competidoras. En la favela el desenlace de las disputas por el control del barrio y de las economías informales depende de los arreglos hechos entre traficantes y las fuerzas de seguridad del Estado”.
Nota: este artículo se basó en buena medida en el reportaje de Jorge Mantilla, de febrero de 2020, titulado: Seguridad y Orden Social en una Favela de Río de Janeiro. La verdad es que el parecido entre las favelas de Río y el reino del “Coqui” es escalofriante.