La falta que hace Teodoro
La experiencia venezolana es paradigmática. Cuando el oscurantismo secuestró nuestra realidad, el país se resquebrajó de manera dramática. Poca ilustración entre los protagonistas del escenario nacional, la socarrona manera de sumarse cándidamente al pensamiento de moda, el secuestro de la rebeldía por la comodidad de quienes temblaron ante lo establecido. Fue así cómo la mediocridad se posesionó con todas las trompetas al aire.
Caímos en la reedición de coyunturas que acicalan lo establecido. Por eso decimos: cuánta falta hace Teodoro Petkoff en momentos como este. Somos el rumbo de una canoa con dirección a chocar contra las rocas.
La brillantez del irreverente líder se extraña más en la medida que crecen sus aportes visionarios sobre la nación. Desde la arenga militante produjo réditos indiscutibles y como comunicador llenó páginas de erudición.
No solo manejaba el idioma con la animosidad de aquellos dueños de la palabra, sino que marcaba un rumbo para el debate fecundo.
Sus editoriales eran devorados por lectores ávidos de encontrarse con reflexiones certeras. Esas manifestaciones del pensamiento terminaron siendo palabras de culto, tal como ocurrió con sus libros bajo el manto de la profecía geopolítica.
Cuando observamos el martirio de las débiles ideas dinamitadas en un campo minado, retorna aquel Cid Campeador con la ebullición propia del indomesticable. Sus palabras siguen colocándose como un faro que jamás dejará de titilar. Ojalá que se testigo, que va más allá de un pensamiento progresista alcance a quienes hoy tienen la tarea de protagonizar sobre aguas turbulentas. Aprendan de un hombre que hasta el último aliento soñó con un país distinto.
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