Guerra, paz y redes sociales
Juan Bautista Alberdi, abogado, economista y político argentino, escribió un libro titulado El crimen de la guerra. En él dice lo siguiente: “La guerra no puede tener más que un fundamento legítimo, y es el derecho de defender la propia existencia. Así, el derecho de matar, se funda en el derecho de vivir, y solo en defensa de la vida se puede quitar la vida”, pero advierte que, fuera de ello “la defensa se convierte en agresión, el derecho en un crimen”.
Raro es el individuo que no se encuentre inclinado hacia la paz, pero es más raro el amigo de la paz, que no quiera una guerra previa. Así lo fue Enrique IV, también Víctor Hugo y otros tantos filántropos de otros siglos. Enrique IV quería la paz perpetua, previa una guerra para abatir a Austria, y Víctor Hugo se anotaba por la paz universal, después de una guerra para destruir a Napoleón. Hoy, al parecer, los dictadores gozan de paz porque la pandemia les da un respiro temporal para dormir tranquilos en sus chinchorros. El ansia de poder político, los nacionalismos y la intolerancia religiosa han sido y son las causas principales de las guerras. Como bien dice el actor principal de Lord of War: “Para un traficante de armas de guerra, no hay nada más costoso que la paz”.
Las condiciones del ser humano de paz son las mismas que las del ser humano de libertad. La primera de ellas es la mansedumbre, el respeto del humano al humano, la buena voluntad: la voluntad que cede, que transige, que perdona. No hay paz en la tierra sino para los hombres de buena voluntad. Es por eso que los pueblos más severamente cristianos, son los más pacíficos y los más libres: porque la paz, como la libertad, se alimenta de transacciones. Disputar su derecho, era el carácter de los habitantes del mundo antiguo; abdicarlo en los altares de la paz con sus semejantes, es el sello de los pobladores del mundo actual.
Tanto la paz, como la libertad, requieren una educación que las sustente. La paz, la libertad, la autoridad, la ley y toda institución humana, mora dentro de las personas y no en los textos escritos, como se acostumbra en los tiempos actuales. Los textos son a la ley viva, lo que los retratos a las personas; a menudo la imagen de lo que ha muerto. La ley escrita es el retrato, la fotografía de la ley verdadera, que no vive en parte alguna, cuando no vive en la conciencia del humano, en sus costumbres y hábitos cotidianos; pero no vive en las costumbres del individuo, lo que no vive en su voluntad, que es la fuerza motriz de los actos humanos.
La libertad es el poder del gobernado, y el poder es la libertad del gobernante; es decir, en el ciudadano el poder se llama libertad y en el gobierno la libertad se llama facultad o poder. Pero el poder, en cuanto libertad, no se nivela o distribuye de ese modo entre el gobernante y el gobernado, sino mediante esa buena voluntad que es el resorte de la paz y el orden; de esa voluntad buena y mansa que hace al gobernante más que justo, honesto, y al gobernado honesto, manso, más que justo. Así, el tipo de persona libre es la persona de paz y de orden; y el ser humano de paz, también lo es de buena voluntad: el bueno, el manso, el paciente, el noble.
Como toda institución humana, la paz no tiene existencia si no tiene vida, si no es un hábito de la persona, un modo de ser, un rasgo de su complexión moral. En vano se escribirá la paz para el individuo que, la educación no lo ha amoldado a ella; su paz escrita, será como su libertad escrita: la burla de su conducta real. A la paz que el ser humano no consigue por ningún lado, ahora secuestrada por la pandemia, y al poder político que pretende ser omnímodo, le ha surgido un contrincante difícil de vencer: las redes sociales. A través de Internet circula velozmente la información, y en la cual la gente puede hacer contactos y colocar libremente opiniones, textos, vídeos, etc. Las redes han producido la caída de crueles dictadores y colocado en aprietos a otros miembros del club de tiranos que aún perviven en el mundo.
La diferencia con el viejo mundo de las dictaduras es que ahora la información nos llega casi en forma instantánea. En las redes sociales se puede colgar una fotografía que dice más que cien proclamas. La libertad de opinión, la capacidad de acceder a diferentes fuentes y contrastarlas, te ofrece la posibilidad de dudar, de discrepar. Las redes se han convertido en el dolor de cabeza del poder político, porque su consolidación y permanencia, especialmente su imagen, desmontan el secreto, el discurso y la propaganda, que son la versión interesada de los hechos, Cuando la información y la opinión se limitaban a los tradicionales medios escritos, y aun cuando nos llegaban solamente por la televisión y la radio, eran más eficaces los controles políticos.
“El poder puede amordazar, negarle el papel, retirarle las frecuencias; clausurar o desprestigiar a los medios tradicionales, pero es más difícil, aunque no imposible, controlar las redes sociales, porque, ya sea con una computadora o con un teléfono inteligente, se puede burlar el control de los autócratas. Pese a todo lo que se haga en contra de la libertad, seguirán existiendo ventanas por las que se pueda ver la realidad desde una perspectiva distinta de la que conviene a quienes controlan los hilos del poder: siempre se podrán insertar videos, textos o fotos que puedan servir como flecha certera, impulsada por la verdad”, me comenta un amigo, periodista del diario El Comercio de Ecuador
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE