Uniformados, un poquito más de decencia
A la mayoría de nosotros se nos enseñó, desde muy temprano, que “lo cortés no quita lo valiente”. Lamentablemente, no todos tuvieron la dicha de conocer esa norma y regirse por ella. Un caso patético de lo que digo lo constituyen las palabras que, recientemente y por todos los medios de comunicación, le dedicó el MinPoPoDef, el tal Padrino, al presidente de Colombia, Iván Duque. Lo que hizo aquel, uniformado de campaña como para decir “estoy presto para ir a la guerra” —como que si uno le fuera a creer— fue todo un catálogo de descomedimiento, imprudencia y falta de respeto. Tuteando, amenazando vacuamente, derrochando insensatez, se dio la lija de apostrofar al presidente vecino.
No pensó que él no es un guapetón de barrio sino alguien que representa, ¡trágame tierra!, a la república. Y que las relaciones internacionales se caracterizan tanto por la finura en el trato como por la hipersensibilidad dérmica de las partes. Sin embargo, la única respuesta del destinatario de las ofensas fue demostrar su estatura empleando otro aforismo con el cual también crecimos muchos: “de la abundancia del corazón, habla la boca”.
Su réplica fue pasar una norma que le concede a los venezolanos que sufren el tener que abandonar el nativo suelo en un destierro voluntario unas ventajas para que puedan convivir legal, decentemente, y les permite trabajar de acuerdo a las leyes laborales en el territorio neogranadino. Más fácil (pero también más salvaje) hubiera sido ordenar a los cuerpos de policía y a las fuerzas militares dedicársela a nuestros paisanos, hacerles más dura la existencia. O azuzar a las masas en contra de nuestros coterráneos. Pero no, eso sería descender hasta la bajeza del Padrino. Y eso no es de gente de bien…
El mejor de los reconocimientos, entonces, para el presidente Duque, por parte de la gente decente de Venezuela, que entiende que es insensato el proceder del fulano ministro. En lo personal, por haber estado bajo bandera treinta y cuatro años de mi vida, por haber tenido el honor de sentir muy de cerca el ris-ras de su seda, por haber dedicado gran parte de mi vida a la formación de futuros oficiales, ese comportamiento me hace sentir vergüenza ajena. Me apena muchísimo. Va en contra de los muchos ejemplos de hidalguía que les hemos comentado a nuestros subalternos: el respetuoso tratamiento entre Bolívar y Murillo en Santa Ana, las generosas palabras y concesiones que hace Sucre a los españoles vencidos por él en Ayacucho y a los peruanos que tuvieron la osadía de invadir territorio colombiano y fueron batidos por él en Tarqui.
Saliendo de los episodios de nuestra historia, quiero comentar algunas demostraciones de caballerosidad de un personaje muy reconocido militarmente en el mundo entero: el general Douglas MacArthur, quien sirvió a su patria, uniformado, más de cincuenta años, y que peleó en tres guerras: las dos mundiales y la de Corea. Y antes, estuvo en la ocupación de Veracruz por el ejército estadounidense. Se sintió muy dolido cuando Truman le quitó el mando supremo en el momento en que acometía victorioso y tenía acorraladas a las tropas enemigas —norcoreanas y chinas— en el río Yalú, límite con China. Explicó que era de una necesidad estratégica continuar con el ataque hasta entrar en territorio chino. Sin embargo, Truman, temeroso de que aumentara el conflicto hasta convertirse en una tercera guerra mundial, lo cesó en el mando.
Pocos meses más tarde, fue invitado para tomar la palabra en una sesión conjunta del Congreso. No empleó la oportunidad para denigrar a quien lo había destituido. Por el contrario, reconoció que el mando civil es supremo, que el asunto estaba por encima de meras razones militares porque era del interés nacional. Pero sí dejó claro que, en su opinión como avezado analista estratégico, había que parar las pretensiones de China. ¡Ah, si le hubieran hecho caso en 1951!
Al aceptar que su vida al servicio de la patria ha terminado, finaliza con una frase que se ha convertido en el nombre del discurso: “all soldiers never die; they just fade away”.
Otro discurso que le ha dado un relieve muy alto en la ética militar (y que el tal Padrino debiera estudiar) es el que pronunció en la Academia Militar de Estados Unidos, la famosa West Point. Durante mucho tiempo fue instructor y oficial de planta allí, y llegó a ser su comandante. Es el titulado “Duty, honor, country” y que constituye el deber ser del militar, su preocupación profesional capital. En cualquier país. Explica que ese lema representa “un gran código moral —el código de conducta y de caballerosidad de quienes deben resguardar esta amada tierra, su cultura y su antigua ascendencia”. Más adelante explica que los asuntos controversiales en lo internacional y lo nacional hay que dejárselos a las autoridades civiles para que los discutan y resuelvan. Que los militares, como guardianes de la nación, no tienen parte en ellos; que solo deben mantenerse “serene, calm, aloft,” hasta que el mando civil decida emplearlos en “la arena del combate”. Eso es lo que no ha entendido la actual cúpula militar venezolana, con el tal Padrino a la cabeza, tan indebidamente ávida de intervención política; peor aún: partidista y sectaria.
Termina el discurso con una frase que es muy querida para mí, que también fui comandante del Cuerpo de Cadetes (uno de los grandes honores en mi vida), porque quisiera que, asimismo, fueran mis últimos pensamientos: “cuando deba cruzar el río, mis últimas cavilaciones conscientes serán acerca del Cuerpo, y del Cuerpo, y del Cuerpo”…