El valor de la libertad
“Libertad” es una hermosa palabra que nace en las Sagradas Escrituras y todos respondemos de manera positiva a su significado. Con ella se han escrito las más bellas páginas de la historia. Bajo su bandera, han comenzado revoluciones que luego se convierten en tiranías y asesinan en nombre de su más precioso contenido. A su amparo, también se hacen campañas políticas constantemente. Ya lo señalaba el filósofo británico Isaiah Berlín en su obra, Dos conceptos de libertad: «La Libertad de los lobos es la muerte para los corderos».
La libertad negativa permite al individuo elegir cómo administrar su vida sin coacción de otros. La libertad positiva es el deseo del individuo de ser su propio amo, libre de cualquier fuerza externa, lo cual es bueno porque incluye el deseo de los individuos de mejorar su calidad de vida. El concepto de libertad negativa parte de la idea de que vivimos en un mundo en el que, realizar un fin implica el sacrificio de otros fines y es por eso que Berlin dice, “los hombres le dan tanta importancia a la libertad de elegir”.
El concepto de la libertad positiva, según Berlin, puede derivar en la búsqueda de la concentración de poder al considerarse la coacción como una herramienta necesaria para organizar la sociedad hacia la consumación de un objetivo determinado. El `buen vivir’, la igualdad, la felicidad, etc., todos son objetivos que pueden ser elegidos como prioridad por aquellos que detentan el poder. Pero no olvidemos que perseguir un solo objetivo como sociedad elimina la libertad del individuo para elegir por sí mismo. No confundamos las cosas, decía Berlin, “La libertad es la libertad, no igualdad o justicia o cultura, o felicidad humana o una consciencia tranquila. Si la libertad de mi mismo o de mi clase o nación dependen de la miseria de un número de otros seres humanos, el sistema que promueve esto es injusto e inmoral”.
También escribe el filósofo: “Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo y no de fuerzas exteriores. Quiero ser el instrumento de mis propios actos voluntarios y no de los de otros hombres. Quiero ser sujeto y no objeto. Quiero persuadirme por razones, por propósitos conscientes míos, y no por causas que me afecten desde afuera. Quiero ser alguien, no nadie; quiero actuar, decidir, no que decidan por mí; dirigirme a mí mismo y no ser accionado por una naturaleza externa o por otros hombres como si fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de juzgar mi papel como humano, esto es, concebir y realizar fines y conductas propias (…) soy libre si puedo hacer lo que quiera, y quizá, elegir entre dos maneras de obrar que se me presentan cuál es la que voy a adoptar”.
El hecho de que políticos de todos los partidos afirmen creer en la libertad sugiere que la gente no siempre tiene la misma idea en la cabeza cuando habla de ella. Se habla de libertad en muchas partes del mundo. Hay personas que buscan liberarse de la pobreza, del despotismo o la discriminación, por ejemplo. Otros exigen libertad para decir lo que piensan, hacer lo que les parezca mejor y vivir como les apetezca. Todo ser humano la quiere, la busca, para conseguirla, se organizan protestas, manifestaciones y hasta rebeliones y revoluciones, ´pero, en lugar de alcanzar los objetivos, a menudo las consecuencias son solo sufrimiento e incluso muertes. En todo ideal totalitario, alerta el escritor, está la determinación de utilizar el poder político para liberar hombres y mujeres, les guste o no, a fin de realizar algún proyecto histórico superior. Esta voluntad -concluye- “desemboca siempre en la limitación de la libertad individual”.
Tal como le gustaba repetir a Isaiah Berlin, “las cosas y las acciones son lo que son, y sus consecuencias serán las que serán: así pues, ¿por qué querer engañarnos?”. Son muchos los que han llegado al poder con un Cristo en la mano pregonando el valor de la libertad y se cuentan por millones las muertes ocurridas en nombre de esa hermosa palabra.
Sostengo, como amante de este precioso regalo, que la libertad en manos de un autócrata es más peligrosa que una hojilla en las manos de un mono. Es verdad que tiene muchos beneficios. ¿Cómo sería el mundo si no existieran límites de ningún tipo? Sin duda, este es un asunto complejo. “Pensemos en la inmensa cantidad de leyes escritas por los hombres, así como en los miles de abogados y jueces que se necesitan para interpretarlas y aplicarlas”, me recuerda un abogado constitucionalista. De esto se deduce que, para que todos los miembros de una sociedad se puedan beneficiar de la libertad, en la práctica hacen falta ciertos límites. La cuestión es quién tiene el derecho de determinar qué límites son justos, necesarios y razonables.
Tenemos que reconocer que no siempre sabemos cuáles serán las consecuencias de nuestras decisiones ni podemos estar seguros de que siempre nos beneficiarán. Por este motivo, es frecuente que las decisiones que se toman con las mejores intenciones provoquen sufrimiento, desastres o hasta tragedias, este hecho se encuentra magníficamente ejemplificado en el aserto: el infierno está empedrado de buenas intenciones.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE