Hoy en Venezuela, la prensa vive uno de los momentos más dramáticos jamás visto. No se trata solamente de la libertad de expresión como tal, sino la criminal arremetida contra los medios impresos, audiovisuales y redes sociales. Y lo más grave, la agresión verbal y física a los comunicadores que cumplen su cotidiana labor profesional. Contradice abiertamente lo que presume el régimen de Maduro, de que en nuestro país existe total y absoluta libertad de expresión. Una falaz mentira que salta a la vista de propios y extraños, y que cínicamente afirma Maduro cada vez que tiene ocasión en su culebrérica cadena, que casi a diario realiza por radio y televisión.
Venezuela es hoy día paradigma de un país que no garantiza la libre expresión ni la seguridad para sus periodistas. Pues ejercer la profesión de manera responsable y con irrestricto código de ética, en el que no hay concesión para la más mínima tolerancia a la corrupción, tiene un costo muy alto: amenazas, agresiones, persecuciones, acuso judicial, exilio y más.
Bien lo definió la periodista Bashana Abeywardane, de Sri Lanka, hoy en el exilio tras responder con su palabra de poeta una pregunta: “¿Cómo sería el cuarto en el que dormirá en el exilio? “Es el reino de la penumbra eterna.” Le agregaríamos, “como es el periodismo en un régimen dictatorial”.
Mario Vargas Llosa expresó en cierta ocasión que la “dictadura perfecta” controla, amordaza, y toma represalias pues si ésta la resulta demasiado incómoda o contestataria, simplemente la elimina, como es el caso venezolano con el diario El Nacional, hace dos años, y otros medios impresos de la provincia: La Nación de San Cristóbal, El Impulso de Barquisimeto y Radio Caracas Televisión (RCTV) el 27 de mayo del 2007, es decir, hace casi ya 14 años.
Un caso más reciente es el del periodista Roland Carreño, detenido el 26 de octubre del 2020 por funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) en Caracas, acto que se ejecutó sin orden de detención en horas de la noche hace tres meses y 10 días. Fue imputado por conspiración, tráfico ilícito de armas y financiamiento al terrorismo, por la justicia roja, rojita, bajo las órdenes del inquilino ilícito de Miraflores. El pecado de Carreño es haber alzado su voz contra las violaciones de los Derechos Humanos, lo cual constituye un delito de lesa humanidad, por el cual por cierto está acusado Nicolás Maduro.
El régimen socialista, marxista y mal llamado bolivariano no podrá silenciar la verdad, ni callar los voces de quienes día a día arriesgan sus vidas para llevar al pueblo la información necesaria del diario acontecer de la vida del país y del exterior – como debe ser en una sociedad libre, plural y democrática. Oportuno es recordarle a Maduro y sus séquitos gubernamentales y partidistas, que quienes atacan a los comunicadores sociales, son enemigos de la libertad de expresión, enemigos de la sociedad y obviamente de la democracia.
Frente al aciago panorama que vive Venezuela, por la tragedia económica, social y política, en lo que se refiere a la libertad de expresión, cada ataque a un periodista es un agravio al corazón de la sociedad, porque sin una prensa libre y desinhibida, la democracia y la libre expresión son una mera utopía.
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