La oportunidad perdida
En el año 2015 el pueblo venezolano depositó su confianza en un liderazgo que consideró como redentor de sus expectativas. Fue una victoria arrolladora y apasionante; se abría un camino para una transformación profunda de nuestra sociedad. Lo que millones de ciudadanos ansiábamos dejaba de ser quimérico, el sueño tenía asidero en la realidad.
Mientras la revolución sufría una aplastante derrota, que sumada a la desaparición de su histórico líder, significaba una recomposición del cambio político. La nación lograba articularse con una posibilidad que parecía nítida. El reto era mostrar un modelo diferente, al aberrado sistema de cosas, que caracterizan al régimen; como propiciador del mayor saqueo y arrebato de nuestra historia.
En Miraflores un Nicolás Maduro sentía que su destino político estaba marcado. El mazazo electoral era un dictamen contra su gobierno. Su pésima gestión no resistía un proceso comicial presidencial, solo tenían que hacerse bien las cosas, mostrar desde el parlamento: una ruta democrática que nos llevara hasta el triunfo. Sin embargo, la victoria obnubiló a quienes no supieron administrar la mayoría parlamentaria. Cada uno fue trabajando en sus propios proyectos. Venezuela fue dejada de lado, la agenda de intereses impuso su ley. Del seno de la asamblea aparecieron quienes se creían presidenciables.
Algunos ya imaginaban su pecho cruzado por la banda tricolor. El sillón de Miraflores como el destino en donde descansarían sus umbrosas ambiciones. Vendieron la piel del oso sin haberlo cazado. Al no tener las ideas claras se fueron por el atajo. La violencia callejera fue el gran episodio que esperaba la revolución para lograr el retorno.
En primer lugar nucleó su base de sustentación bajo el esquema de la defensa del proyecto. Cayeron redonditos en la ratonera. El gobierno promovió el terror para que la anarquía los devorara. Mientras la oposición fue la diáspora de los intereses inconfesables, el gobierno utilizó el método de la zorra. Se les metió en el gallinero confundiéndolos. Esperó que surgieran las contradicciones para arremeter con todo.
Cuando amputó las competencias legislativas, los principales líderes andaban en las nebulosas. Menospreciaron la capacidad de recuperación del régimen creyéndolos incinerados. Del fuego de la confusión regresaron un buen día.
La división política y de los afectos en el seno opositor hizo más fácil el camino. La mayoría estaba transfigurada visiones cortoplacistas. Los egos inflamados, el prepotente proceder de los eunucos del reino, la torpeza de quienes decapitaron la mayor de las oportunidades, se entregó un momento estelar. Luego la agenda se escribió en la ilusión de un alzamiento popular. Posteriormente vino el capítulo de abstención; como la respuesta de lo que solo lleva al despeñadero.
La invasión apareció para ocultar el chasco, fue el pincel del cuadro pintarrajado. Muchos esperaron barcos que no llegaron, pelotones que no cruzaron las líneas enemigas. Que un delirante Donald Trump bajara el pulgar para iniciar la operación libertad. Durmieron esperando que el poder les llegara en un paquete de regalo.
La desilusión les apagó la razón. La incursión imaginaria, fue la evasión de aquellos que no tiene la honradez de aceptar la verdad, una falaz estratagema para ocultar el estruendoso fracaso. Que otro resolviera lo que es eminentemente venezolano.
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