La hiperinflación, un ajuste salvaje
La inflación emerge en distintos estudios de opinión pública como el principal problema de los venezolanos. Por encima del deterioro de los servicios públicos, la escasez de gasolina y la inseguridad personal, carencias muy graves. La corrupción, que superó todos los parámetros conocidos, ni siquiera aparece en los radares de las preocupaciones de la gente. Es tal el agobio diario que sienten los ciudadanos, que esa -una de las causas fundamentales de la quiebra del Estado y la ruina nacional- no genera mucho malestar. Al menos, no en la escala y con la claridad que debería mostrarse.
Resulta lógico que el aumento sostenido e indetenible de los precios de los productos de la canasta alimentaria y de los bienes y servicios de la canasta básica, constituyan la principal fuente de intranquilidad de la población. Desde que comenzó la hiperinflación, en 2017, a los venezolanos el ingreso se les ha derretido. La tenaza formada por la dolarización silvestre y la devaluación permanente, fulminó los sueldos y salarios de la mayoría de los trabajadores. Los pensionados, más de tres millones, no reciben dinero ni siquiera para sobrevivir dos días al mes. El gobierno socialista está aplicando un programa de choque que no puede llamarse neoliberal. Los neoliberales se preocupan por atraer inversiones, garantizar los derechos de propiedad, aumentar la producción y la productividad, conjunto de factores que terminan elevando la remuneración del trabajo.
El ajuste madurista es simplemente caótico y salvaje. Rodrigo Cabezas lo describió muy bien en una reciente entrevista. Luego de haber saqueado las finanzas públicas y comprobar que los aumentos compulsivos del salario mínimo carecen de sentido, si no forman parte de una política económica integral orientada a combinar en un esquema armonioso los factores productivos fundamentales, el gobierno optó por abandonar a los trabajadores y pensionados a su miserable suerte. La situación actual puede resumirse del siguiente modo: existe una reducida minoría, alrededor de 15% de la población, que disfruta de ciertas comodidades y una calidad de vida relativamente elevada, frente a la inmensa mayoría que logra sobrevivir en medio de enormes penurias.
El ingreso de los sectores populares se ha erosionado no solamente por los bajos salarios y el desempleo, sino por la caída de las remesas provenientes del exterior y la pérdida del poder adquisitivo de esas divisas. Durante 2020, el volumen de las transferencias retrocedió entre 35% y 40%. Los venezolanos que se encuentran en el exterior también se vieron afectados por la pandemia. Muchos de ellos perdieron sus empleos o vieron disminuir sus entradas. No lograron seguir auxiliando a sus familiares aquí en Venezuela. Los dólares o los euros enviaron, además, perdieron gran parte de su poder adquisitivito. La inflación trituró al bolívar y también al dólar. Si una remesa de cien dólares en enero de 2020 servía para alimentar a una familia de cuatro integrantes durante quince días, al finalizar ese año, apenas alcanzaba para los gastos de una semana.
Hasta ahora me he ocupado solo de la alimentación. Si entramos al campo de las medicinas, el cuadro resulta todavía más dramático. En esta esfera, el déficit se acentúa. La brecha entre los ingresos de las personas y el costo de los medicamentos es oceánica. El sistema de farmacias populares bolivarianas, que alguna vez funcionó con relativa eficacia, no pudo soportar el peso de la incompetencia y la corrupción. Ese pequeño beneficio que recibían los más pobres, se esfumó.
Se comprende, entonces, que la gente vea en la inflación el problema básico del país. El ciudadano se encuentra asediado por dos flancos sensibles e interconectados: la alimentación y las medicinas.
Estos factores que acechan al ciudadano no existen para Nicolás Maduro y su gobierno. Todavía no se han enterado de que hay un fenómeno económico con hondas repercusiones sociales, llamado inflación; que en nuestro caso hay que llamarlo por su nombre de pila: hiperinflación. Maduro parece no saber que durante casi todo su mandato, Venezuela ha padecido la más alta inflación del planeta. Que este es uno de los períodos más prolongados desde que se lleva el registro del comportamiento de los precios en el mundo. No se ha dado cuenta de que no es posible aplicar una política social exitosa, ni medidas de distribución del ingreso equitativas, mientras persista ese azote.
Encara el drama popular con ignorancia, irresponsabilidad y cinismo. Sus planes alocados han hundido al país en la ruina. Los ‘motores del desarrollo’ pistonean por todos lados. Ahora anda ocupado en proponerle a su Asamblea Nacional la Ley del Parlamento Comunal y las ciudades comunales. ¡Qué tienen que ver sus prioridades con las necesidades urgentes del país! La gente no muerde el señuelo de las sanciones. Lo acusa de ser el responsable clave de la crisis económica.
La oposición no puede hacer mucho para mejorar la situación de los pobres, pero sí puede hacer mucho denunciando la tragedia y evitando que el gobierno huya por la tangente.
@trinomarquezc