La asambleúcha
Es que de eso no pasa. El sufijo “-ucha”, según la RAE, se emplea “para formar despectivos a partir de adjetivos y nombres”. Aunque no siempre. Sucede con él lo que con el “negrito” que le costó a Cavani una multa de cien mil euros: que también puede ser un término de cariño. Pero los de la FA no lo sabían. Y no echaron para atrás la sanción a pesar de habérseles explicado. Porque no hay nadie más altivo que un excolonizador venido a menos. Y los ingleses de hoy lo son. Pero regresemos al hijo; “Carlucho” y “Marucha” no son términos desdeñosos. Son expresiones hipocorísticas dentro de las familias a las que pertenecen. Pero como lo empleo en el título de hoy no es por cariño. Va con todo el desprecio que me es posible.
No es la primera vez que empleo la palabra. En el año 2000, la Constituyente de aquella época —diseñada para refrendar todo lo que al pitecántropo barinés se le antojara— acabó con el Congreso y colocó a una cuerda de ganapanes para reemplazar a los diputados y senadores. Al ratico tenía el mote de “Congresillo”. Como a las asambleas legislativas les sucedió igual, yo empleé la palabra “Asambleúcha” para designarlas. Más vale que no: en un exabrupto jurídico, me censuraron, siendo que yo, como ciudadano de esta bolivariana república supuestamente tengo el derecho de emitir mis ideas libremente, sin censura y sin coacción. A pesar de que entre los cinco designados había dos que sabían derecho, no actuaron apegados a la Deontología Jurídica, la cual les exigía que alertara a sus cofrades de la tamaña burrada que iban a aprobar. Porque la censura es una medida punitiva prevista en el derecho administrativo para sancionar solo a funcionarios incursos en dolo, negligencia, o impericia. Circunstancia que, ¡gracias a Dios!, no era la mía. Yo solo era un articulista de opinión. Pero me di el gustazo de que la palabra coló, por lo menos en el Estado Carabobo y estaba en la boca de todo el mundo.
Los mandaderos que hoy asientan sus mullidas posaderas en las curules capitolinas no pueden conformar una Asamblea Nacional por muchos motivos que explanaré más adelante. Y, por eso mismo, no pasan de conformar una Asambleúcha.
Enumeremos algunas de las causas que impiden que la “escogida” el seis de diciembre sea una Asamblea de verdad-verdad.
1.. Antes del “proceso electoral parlamentario”, el Tribunal de la Suprema Injusticia había confiscado los partidos serios de oposición (con símbolos, colores, tarjetas y todo), les impuso unas cúpulas conformadas por allegados, vendidos o alacranes (escojan ustedes el término); y estos actuaron en consecuencia: como comparsas del PUS. Con decir que el Partido comunista fue más gallardo y denunció los resultados…
2. En una medida más extra legem —qué es una raya más para un tigre cuando “todo vale” en tiempos de “derecho exacerbado”—, los vasallos del CNE, el tribunal electoral del régimen, subieron a 277 el número de diputados a ser elegidos, siendo que esa cifra está limitada constitucionalmente y es materia de reserva legal para una Asamblea Nacional legítima. Si la violaron en el mismo año 99, siendo la Constitución una neonata, qué quedará para ella ahora, que es veinteañera…
3. La ciudadanía, consciente del mamotreto que se le quería imponer, no validó con su presencia los “comicios”. Fue mínima la asistencia a los centros electorales. Y los que fueron, lo hicieron mediante la coacción, fuerza o chantaje: a los empleados públicos se les informó que iban a pasar asistencia, a los menesterosos, que les iban a quitar el Clap. Con todo y la inflación de los totales, al mejor estilo de la Lucena, estos ya eran suficientes para declarar ilegítima la votación. Debido a ello, jamás será validada ni tomada en serio por los venezolanos ni por las democracias serias a nivel mundial. Una muestra de ello es la raquítica y sesgada representación internacional que asistió a la inauguración.
En fin, que el cuerpo que preside el resentido de Jorgito Rodríguez no tiene los votos de los electores, pero casi el doble del número de personas para ser una asamblea con propiedad. De ellos, un número minúsculo es de “opositores” designados por el régimen para darle un cierto toque de verosimilitud al organismo, pero que, en verdad, solo serán cómplices, con brazos alzados, de cometer las más grandes tropelías en aras de un partido. Nada más. Porque si se les ocurre hacer auténtica, efectiva y batalladora oposición, serán dejados a merced de las barras bravas y los colectivos al salir. Si no es que Pedro Carreño se acuerda de anteriores “acciones heroicas” pasadas suyas dentro del hemiciclo y les entra a piñas ahí mismo…
No podemos resignarnos a lo que ya es maña (que no, costumbre) en los cuerpos “deliberantes” prorrégimen: que aprueben cualquier monstruosidad que les propongan desde Ciliaflores; que se abonen estupendos sueldos y primas no solo a los principales sino a sus suplentes, así no se hayan desincorporado aquellos; y que el jefe de fracción oficialista (el Capitán Hallaca) y los que él designe presidentes de comisiones y comités manejen unas mascadas gordas sin control alguno. O, lo que es lo mismo, revisadas por un contralor general (minúsculas exprofeso) que solo sabe apuntarle a los opositores. Pero, claro, no pueden…
Para impedir la continuación de la existencia de un Estado forajido y fallido, y para corregir todos los desmanes cometidos por los rojos en estos largos veintidós años, todos, pero todos unidos, debemos seguir insistiendo en el mantra “cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres, creíbles”.