Cipriano Castro y el Imperialismo Británico
La dictadura de Cipriano Castro (1899-1908) fue nefasta para Venezuela, entre otras razones porque engendró otra dictadura aún peor, la de su segundo y compadre Juan Vicente Gómez, quien lo derribó con un incruento Golpe de Estado en diciembre de 1908 mientras Castro se encontraba en Alemania para una operación.
La dictadura de Castro fue nefasta por las propias ejecutorias. Al dictador Castro se le construyó una falsa imagen de “nacionalista valiente e intransigente” que fue desalojado del poder por “los tentáculos” de las potencias imperialistas.
Sobre el personaje existen muchas simplificaciones, desconocimiento y mucho piadoso olvido. No puede negarse que Cipriano Castro fue un hombre de probado valor personal, requisito en un caudillo, pero el valor personal no lo exime de culpas y responsabilidades.
Castro llegó al poder tras triunfar en una guerra civil que llamó “Revolución Liberal Restauradora”, costumbre en nuestra atrasada realidad política del siglo XIX y lo primero que hizo fue arrebatarle al pueblo venezolano su derecho a elegir al presidente de la República.
Impuso su gobierno despótico, autocrático, dictatorial y solo pensó en Venezuela como su botín de guerra, porque para él y para Gómez el poder no es para servir al país sino para robar al Tesoro Público y explotar y oprimir a sus habitantes. Y Castro, además de perseguir y encarcelar a todo opositor, de imponer una férrea dictadura, se lanzó a vivir enfiestado y perdió todo sentido del decoro, adulado por sus cortesanos hasta el punto de olvidar a sus huestes andinas y perder el respeto de sus subordinados y de todo el país.
Por esto, su propio vicepresidente, Juan Vicente Gómez, pudo derrocarlo sin casi oposición y Venezuela vivió su defenestración con general regocijo. No lo tumbaron “los tentáculos imperiales”. Lo tumbó su propia gente cansada de postergaciones y de sus francachelas y disparates.
Aunque es cierto que una vez expulsado del poder, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Holanda y Colombia, actuaron para evitar cualquier reacción o tentativa de Castro para recuperar el poder en Venezuela y lo vigilaron y restringieron sus movimientos, todo por defender sus intereses ante los cuales Gómez se plegó servil.
Entre los disparates de Cipriano Castro, y prueba de ser más propaganda que verdad su “nacionalismo intransigente”, está designar a un extranjero, funcionario de un gobierno extranjero, Embajador de Estados Unidos en Venezuela Míster Bowen, como “Representante de Venezuela” ante la instancia internacional que resolvería los conflictos que originaron el Bloqueo Naval contra Venezuela (1902-1903). Posteriormente Míster Bowen recomendó a su gobierno invadir a nuestro país después de ser condecorado por Castro.
Fue un nacionalismo de opereta el del Cipriano Castro, quien ante el ataque de las coaligadas Inglaterra, Alemania e Italia, con planes de aplastar a nuestro país y repartirse los despojos, no movilizó en guerra a Venezuela y solo se limitó a discursos, mientras pedía y logró la intervención salvadora de Estados Unidos, invocando la Doctrina Monroe, nuestro escudo protector, porque esta potencia estaba planeando construir el Canal de Panamá y no aceptó que Alemania se posicionara en el Caribe.
Además, Venezuela era considerada por el Alto Mando militar de Estados Unidos en esa lejana época (era impensable que la aún inexistente Unión Soviética tendría bases en el Caribe), como integrante de su zona de seguridad, igual que toda Centroamérica y el Caribe. A Venezuela no la salvó en 1903 el “nacionalismo” retórico de Cipriano Castro sino Estados Unidos, que actuó por sus propios intereses.
Durante el Bloqueo Naval, Cipriano Castro contó con una oportunidad excelente (por lo reciente del despojo) para desconocer el Laudo Arbitral de París de 1899 que nos arrebató la Guayana Esequiba, en una componenda de “jueces” rusos y británicos, quienes le otorgaron ese inmenso territorio venezolano a la imperialista Gran Bretaña, que desde tiempos coloniales aspiró conquistarnos y recolonizarnos. En el siglo XVI el pirata inglés Walter Raleigh animó a la Corona Británica a conquistar la Guayana; en el siglo XVIII los ingleses invadieron militarmente (1797) la venezolana isla de Trinidad (lo que explica que la familia del prócer Santiago Mariño fuera propietaria de haciendas allí), que la Corona Española accedió a permutar por una isla española en el Mediterráneo (Tratado o Paz de Amiens de 1802), en lugar de recuperarla por los mismos medios ingleses. Y en 1899 Inglaterra nos despojó con trampas y poder de nuestra Guayana Esequiba en su camino para apoderarse del Orinoco y pretender someter a Venezuela y Colombia como nuevos protectorados, que tales fueron las ambiciones británicas hasta la Segunda Guerra Mundial, que inició el fin del otrora poderoso Imperio Británico que tanto sufrió Venezuela y cuyos males aún padecemos en nuestra Guayana Esequiba.