Historia de las poblaciones sedientas en Venezuela
Desde tiempos inmemoriales la humanidad construyó sus centros poblados en lugares con suministro de agua potable. Desde los antiguos sumerios, egipcios, fenicios, griegos y romanos, todas las grandes civilizaciones (incluidas las Azteca, Maya e Inca) edificaron sus ciudades cerca de ríos o lagos y los romanos construyeron grandes acueductos en todo su Imperio antes de Cristo, hace más de dos mil años. Por esto, es otro motivo de vergüenza que los venezolanos suframos de sed en pleno siglo XXI.
No siempre esta insólita realidad fue regla en un país bendecido por Dios con numerosos y gigantescos ríos y grandes lagos. En los tiempos prehispánicos los distintos pueblos indígenas sedentarios se asentaron en aldeas con acceso ilimitado de agua, abastecidas por ríos o lagos. Incluso el nombre de Venezuela se originó por sus poblaciones de palafitos en el Lago de Venezuela, primer nombre español del después rebautizado Lago de Maracaibo. Los colonizadores españoles, con idéntica lógica, fundaron desde el siglo XVI pueblos, villas y ciudades cercanas a ríos, manantiales y lagos, jamás en lugares carentes de agua potable (excepto bases de explotación minera o de perlas).
Solo a partir del siglo XX, con el crecimiento explosivo de la población y la destrucción de muchas fuentes de agua por la acción humana, empezó la generalidad de los pueblos y ciudades de Venezuela a padecer de sed crónica.
Así, por ejemplo, el río Guaire en Caracas fue destinado a ser su gran cloaca por decisión expresa de Juan Vicente Gómez a principios del siglo XX para “ahorrarse unos reales del presupuesto y robárselos”, cuando se expandió la red de alcantarillado construida en tiempos de otro dictador, Antonio Guzmán Blanco.
El Lago de Maracaibo fue en grandes zonas contaminado, arruinado, por las actividades petroleras desde los años 20 del siglo pasado; muchos ríos, antes navegables, fueron reducidos en sus caudales por la destrucción de sus fuentes y cabeceras, generalmente por la explotación de los bosques madereros y por la tala y quema, para destinar tales territorios a actividades agropecuarias.
El Lago de Valencia también se está reduciendo y en proceso de extinción. Y todo esto sucedió mientras la inmensa mayoría de los venezolanos, habitantes de campos, pueblos y ciudades, padecimos y aún padecemos de sed crónica, aunque éstos centros poblados estén en las riberas del Orinoco, del Apure, del Caroní o del Lago de Maracaibo ¿Ironía, desidia o incapacidad?
No hablamos de potabilizar aguas marinas como hacen muchos países con grandes costos económicos, sino de una sencilla y eficaz solución: Usar para el consumo humano (potabilizándola) y para la industria y actividades agropecuarias, las aguas de los ríos y lagos, porque el agua dulce al llegar al mar se saliniza y es un recurso desperdiciado.
¿Existe justificación lógica para que Ciudad Bolívar, Maracaibo, San Félix, San Fernando de Apure, Cabimas y casi toda Venezuela sufra de sed crónica? Nuestro país formó en la segunda mitad del pasado siglo XX suficientes ingenieros civiles e ingenieros hidráulicos capaces de construir un sistema nacional de acueductos y mucho se avanzó en esas décadas. El mayor problema siempre fue que en nuestro país existe una fatal tradición de políticos y gobernantes, en su mayoría improvisados, indiferentes, incapaces o corruptos, quienes no sabían, ni les importó saberlo, que Aristóteles sostenía que el fin del Estado es el bien común y la política es uno de los instrumentos para lograrlo.
Aristóteles no pudo saber de cuentas secretas en bancos extranjeros en paraísos fiscales, de grandes sobornos por contratos otorgados a dedo, de empresas de maletín, de redes de testaferros, del hecho que a finales del siglo XX se publicó un libro que reseñó casos de corrupción pública en nuestro sufrido país, titulado “Diccionario de la Corrupción en Venezuela”, en dos tomos. De remontarnos a la corrupción desde tiempos coloniales, tal recopilación sería, no un diccionario, tampoco una enciclopedia, sería una gigantesca biblioteca, con miles de tomos.
La prensa internacional informó en éstos días una noticia que debe ponernos a pensar, y quiera Dios que también a rectificar, para proteger el ambiente, las selvas, bosques, ríos y lagos de Venezuela: El agua dulce empezó a cotizar en la Bolsa de Valores de Nueva York, como “futuros”, con valor de compra y venta en el mercado mundial. Entramos en el futuro de las fantasías distópicas, tiempos más cercanos a las pesadillas que a los sueños. Sabemos de la importancia vital del petróleo para las guerras y de guerras desatadas por controlar el petróleo, que mueve al mundo moderno. Y sin agua no habrá mundo. Entramos a un futuro incierto y entramos padeciendo una sed crónica y vergonzosa.