Dos dictadores, un caudillo y otro golpista
Cipriano Castro fue un típico caudillo del siglo XIX venezolano que conquistó el poder en una guerra civil (“La Revolución Liberal Restauradora”, 1899) para imponer su dictadura. El dictador Juan Vicente Gómez no fue caudillo. Fue militar golpista y no fue producto del petróleo. Él impuso, años antes del inicio de la producción petrolera, su larga dictadura iniciada con el golpe de Estado de 1908 contra Cipriano Castro.
Las dictaduras de Castro (1899-1908) y Gómez (1908-1935) fueron nefastas para Venezuela, y los efectos de la segunda peores y de mayor trascendencia en la historia de Venezuela, porque el tirano creó su máquina de control sobre el país, el Ejército Gomecista (1908-1958), y surgió el petróleo como principal fuente de riqueza nacional, que Gómez utilizó no para desarrollar el país, sino para consolidar su tiranía y enriquecerse él, sus familiares y amigos. Y envilecer a muchos intelectuales.
Gómez inició su dictadura pidiendo la protección del gobierno de Estados Unidos, que envió barcos de guerra a La Guaira a inicios de 1909 y que permanecieron meses en nuestras costas contra una eventual reacción de Cipriano Castro; y la promesa (cumplida) de lograr acuerdos en todas las reclamaciones extranjeras, lo que significó ceder ante todos los gobiernos extranjeros, ya que Gómez temió siempre dos cosas:
1) Enfrentar en guerra a su antiguo jefe pues Cipriano Castro era un jefe militar experto, aguerrido y corajudo, quien decía: “A la guerra no se va a contar, se va a pelear” y “las armas que nos faltan las tiene el enemigo y se las quitaremos”. Lo contrario decían los militares de Gómez formados en el Ejército Gomecista, quienes primero “contaban los cañones” antes de decidir sus papeles en las emboscadas, sorpresas, engaños y trampas de toda acción militar (incluso llevar bajo engaño a tropas para ejecutar planes golpistas).
2) Enfrentar una invasión militar extranjera, porque Gómez nunca olvidó el Bloqueo Naval de 1902-1903 ejecutado por la coalición monárquica de Gran Bretaña, Alemania e Italia cuya intención era repartirse el territorio y que solo la intervención de Estados Unido nos salvó de la desintegración nacional y la recolonización. Y esa agresión europea usó la excusa del incumplimiento de pagos de la deuda exterior por parte de Venezuela.
Esta traumática experiencia definió dos políticas de Gómez: 1) Pagar todas las deudas extranjeras existentes (en 1930, en homenaje a Bolívar en el Centenario de su muerte, Venezuela pagó toda su deuda exterior) y no endeudar jamás a la nación (lección olvidada después por ignorancia, incapacidad o corrupción de los gobernantes). 2) Evitar cualquier confrontación con gobiernos extranjeros, que lo llevó a una política entreguista ante Estados Unidos, Inglaterra y Colombia, principalmente. Ante los dos primeros países Gómez cedió ante sus apetencias de control sobre nuestras riquezas nacionales (en especial el petróleo) y actividades económicas, y ante el tercero cedió ante sus apetencias territoriales.
La política de no confrontación con gobiernos extranjeros lo llevó a crear su Ejército Gomecista como fuerza parapolicial (de esbirros, carceleros, torturadores y asesinos), de control del orden interno, para reprimir a los civiles que reclamaran derechos y democracia, e incapaz de enfrentarse a ejércitos extranjeros.
Y su vocación de gobernar en forma vitalicia y hereditaria, propuesta de Bolívar en su Proyecto de Constitución de 1819 ante el Congreso de Angostura y en la Constitución de Bolivia de 1826, llamado “Código Boliviano”, que tanto entusiasmó a Gómez, lo llevó a intentar en 1922, con una reforma constitucional, una dictadura dinástica, parodia monárquica, designando a su hermano más cercano (“Juancho” Gómez) y a su hijo mayor (José Vicente Gómez), ambos “generales” por caprichos del tirano, como Vicepresidentes y sucesores legales.
El primero era Gobernador del Distrito Federal, y el segundo, su segundo al mando del Ejército Gomecista como Inspector General del Ejército. Ejercer varios cargos públicos y exhibir como único “mérito” ser familiar del dictador fue una aberración histórica que Gómez imitó de los Monagas y Guzmán Blanco y éstos de la tradición monárquica española.
Cipriano Castro murió empobrecido en el exilio en 1924, en Puerto Rico, después de 16 años de vigilado y amargo destierro y agotada la fortuna robada al Tesoro Público de Venezuela, parte importante depositada en bancos alemanes, una de las naciones agresoras que en 1902 intentaron desmembrar a Venezuela. Gómez murió en 1935, de viejo, en su cama y mandando, porque entendió que abandonar el poder era perder el botín de sus corruptelas y ser perseguido por sus crímenes.