Ángela Merkel, la física del poder
No es una biografía. Es un excelente trabajo sobre las variables políticas democráticas que se resumen en esta mujer, cuya brillantez intelectual comenzó a perfilarse muy temprano, a pesar del escrutinio comunista a que fue sometida en la antigua Alemania Oriental.
Escrita por dos excelentes periodistas colombianas, donde la savia de esta disciplina no se cansa de ofrecer ejemplos.
Han examinado los caminos profundos de la estadista que con esfuerzo se hizo de una sólida formación para transitar un camino exitoso, que consolidó la democracia en Alemania, después de aquella oscuridad que significó el muro de Berlín, con su carga terrible de dolor para un país.
Narran las autoras, Patricia Salazar y Christina Mendoza, como los habitantes fueron confinados en aquella gigantesca jaula, de forma sorpresiva en 1961. La decisión, con el visto bueno de la Unión Soviética, se produjo en medio del desgarramiento de un país donde oleadas humanas salían a buscar refugio ante un régimen que negaba la libertad, aduciendo el colectivismo, que enterró todo rasgo de progreso. Que casualidad que ya en el siglo XXl persistan estos anquilosados esquemas, aliñados ahora con la perversión del narcotráfico. De Alemania huyeron agricultores, ingenieros, maestros, médicos, profesionales en general y trabajadores despavoridos.
Ese guion que caracteriza al comunismo es imborrable. Escases de alimentos por la destrucción del sistema productivo, la violación de los derechos, la persecución religiosa, lo vivió Ángela Merkel, de mente privilegiada, que supo ocultarse bajo el manto de la sabiduría para subsistir en aquellas calamidades. Tuvo que aceptar imposiciones oficiales para acceder al sistema educativo, donde destacaba por su dedicación temprana a sus obligaciones estudiantiles, donde fue descollando calladamente, observando con tristeza la persecución y la vida de los refugiados, que lograban escapar, para sortear los escollos de volver a empezar en ruinosas condiciones. De allí surge su especial preocupación, por aquellos que necesitan un país, porque los han echado del suyo, con el terrible recuerdo de la hoz y el martillo, símbolos del más estruendoso crimen contra la humanidad.
Ha dicho la señora Merkel: “conservo la noticia de la construcción del Muro como mi primer recuerdo político. Fue un momento de tristeza indescriptible y doloroso para todos nosotros. Al mediodía de aquel domingo mi padre oficio un servicio religioso, al final del cual mi madre y todos los demás feligreses lloraron”.
Estuvo a punto de perder su grado de bachillerato, junto al resto de su promoción, por protestar en el acto final, recitando un poema criticando el muro, e interpretando la obligatoria internacional socialista en inglés. Sus diplomas de honor eran negados a pesar sus excelentes resultados.
Pudo observar también la joven estudiante el terror de las cárceles donde los presos políticos eran confinados y maltratados sin ningún soporte jurídico. La Stasi, policía del régimen, era algo así como las Faes hoy en Venezuela: arrestar, asesinar, espiar, torturar y muy temidos por su extraordinaria capacidad de destrucción.
Al graduarse con honores en la universidad no fue aceptada su solicitud de empleo, por negarse a trabajar para la Stasi como colaboradora no oficial.
A raíz de la caída del Muro fue llamada a colaborar para el proceso de reunificación de las dos Alemanias, donde destaco por su capacidad de análisis – partiendo según la investigación periodística- de considerar la fase de transformación que comenzaba equiparándola a un fenómeno físico químico, conocido con el nombre de intercambios iónicos. Fue ascendida como portavoz de la unidad democrática: “siempre iba con pies de plomo. Su andar era casi imperceptible ni que decir de sus comentarios, contaba las palabras como monedas de oro”.
Logró un escaño en el parlamento (1990), cuando el canciller Helmuth Kohl, daba grandes pasos en el proceso de democratización de Alemania que hoy agradece el mundo.
A los 36 años fue nombrada jefe de la cartera de asuntos de la mujer y de la juventud. Allí prosiguió una carrera brillante, hasta convertirse en canciller el 22 de noviembre del 2005. Una labor pública que se distingue por la medición científica ante las coyunturas políticas, discreción, cautela, absoluto acatamiento a la Constitución, honestidad, respeto a sus rivales y aliados y levantar siempre la bandera de los derechos humanos, contra toda discriminación y especial valoración a las minorías.
Algún día, Dios mediante, Venezuela se reflejará en Ángela Merkel, para desde una realidad distinta, construir un nuevo país, cohesionado, para nunca más perder la democracia.