La república de la vida
A finales del siglo XIX, después de décadas de ilustración, renacimiento e industrialización, comienza un movimiento conservador partidario de la autoridad gendarme, autocrática, feudal y violenta. Era el inicio del positivismo que relanza las raíces de lo tradicional, lo convencional por superior y originario. Es clásico el discurso “en defensa de la dictadura” [1849] del reputado diputado español Juan Donoso Cortes, marqués de Valdegamas, respondiendo a su colega Mendizábal Márquez de Pidal quien abogaba por la corona de vocación burguesa.
El debate se centró en el dictador del Estado fuerte y disciplinado frente a la anarquía y el caos del poder republicano, cooptado por tribunales populares, juicios sumarios y patíbulos. Es la revolución de las masas vs. el estado-caudillo, muro de contención [conservador] que “frena” los reflujos de los sublevados. Ahí se disparaba el dilema entre vivir o morir en dictadura o república que algunas democracia-como justo medio-no han sabido resolver.
La república de las tres mentiras
Juan Donoso Cortes, con una narrativa cáustica e impecable, da un salto en la historia. Cuestiona sin rodeos a la mismísima revolución francesa. Una revolución tanto ilustrada de los ideales igualitarios de Diderot, Voltaire, Montesquieu o Rousseau como controvertida por los degüellos de los Comités de Salud de Robespierre. Es el debate entre la razón republicana y la imperial. Es la ley como producto de la sociedad vs. la dictadura que impone su ley a la sociedad. Pero cuidado. También existe la ley que, en nombre del pueblo, secuestra al estado, instalando la tiranía. ¿Qué mayor tiranía que la Ley antibloqueo? Algunos lo llaman-por elegante-progres…
El peligro según Donoso de lo republicano por popular y revolucionario es que dispensa el valor colectivo sobre el hombre. Inmuniza el estado-gobierno interventor y arbitrador sobre el discernimiento. Mientras el poder republicano aparenta una horizontalidad popular, el dictador verticaliza la justicia a su medida de facha nacionalista. Dos caras de una misma moneda: el absolutismo.
Donoso sentencia: “la república el día de su victoria se declaró también en quiebra. La república había dicho de sí que venía a sentar en el mundo la dominación de la libertad, la igualdad, la fraternidad; esos tres dogmas que no vienen de la república, sino que vienen del Calvario. Y bien, señores, ¿qué ha hecho después? En nombre de la libertad ha hecho necesaria, ha proclamado la dictadura; en nombre de la igualdad, con el título de republicanos de la víspera, de republicanos del día siguiente, de republicanos de nacimiento, ha inventado no sé qué especie de democracia aristocrática, y no sé qué género de ridículos blasones; en nombre de la fraternidad ha restaurado la fraternidad pagana, la fraternidad de Eteocles y Polinices, y los hermanos se han devorado unos á otros en las calles de París, en la batalla mas gigantesca que dentro de los muros de una ciudad han presenciado los siglos. A esa república que se llamó de las tres verdades, yo la desmiento; es la república de las tres blasfemias, es la república de las tres mentiras…”
La república de la vida
William Soroyan, en su ensayo la Resurrección de una vida, nos lleva a las reminiscencias de principios de siglo. Hacia 1935 comenzaba a sustituirse la vida andada, sudada, de ropajes pomposos y a carreta, a una vida de máquinas de vapor, de motor, donde el desafío no era la conquista de la tierra sino de las distancias y los tiempos. La revolución industrial vino a desmontar la reunión familiar, grupal o vecinal, en una iglesia o en una plaza. La sociedad se dividió entre propietaria y proletaria, entre ricos y pobres. La respuesta social y política a las nuevas aristocracias industriales fue la lucha de clases y la revolución bolchevique de 1917. Y contra el grito del pueblo al decir de Gramsci, brota el grito de los teutones, la revolución positivista de la supervivencia del más fuerte. Sería muy corto-por cierto- culpar al Tratado de Paz de Versalles de 1919 de la génesis del fascismo en Europa.
Donoso alertó: “Viniendo ahora a las causas de la revolución [francesa], el partido progresista tiene unas mismas causas para todo. Antes nos había dicho el Sr. Ordaz Avecilla: ¿Queréis evitar las revoluciones? Dad de comer a los hambrientos. Véase pues, aquí la teoría del partido progresista en toda su extensión: las causas de la revolución son por una parte la miseria, por otra la tiranía. Señores, esa teoría es totalmente contraria a la historia. Yo pido que se cite un ejemplo de una revolución hecha y llevada a cabo por pueblos esclavos o por pueblos hambrientos. Las revoluciones son enfermedades de los pueblos ricos; las revoluciones son enfermedades de los pueblos libres. El mundo antiguo era un mando en que los esclavos componían la mayor parte del género humano; citadme cuál revolución fue hecha por esos esclavos.”
La república de la vida ha sido condenada por el progresismo populista. La vida que importa no la decreta un color o las masas. La vida en libertad no es colectivista ni positivista. Es humanista. Es volver a la familia, al lugareño. Es desprendimiento y generosidad. Es ir a la calle, asomarse a las puertas y a las ventanas sin el odio de los indiferentes. Es caminar contemplando los árboles, la brisa y la luz con los cinco sentidos, no sólo con la mirada vulgar de creerse de una raza superior o dominante por revolucionaria o por elitista. Es volver a ser…
@ovierablanco.
Embajador de Venezuela en Canadá