La hora del lechero
La democracia moderna es inconcebible sin una íntima asociación con las elecciones, a tal grado que el indicador fundamental de las sociedades democráticas es la realización de elecciones libres. Pero, cuando una sociedad está dividida en bloques incomunicados y cada dirigente político cree tener el monopolio de la razón, las elecciones parecen servir de muy poco y el resultado de estas pudiera ser un mapa deformado de una realidad.
Las elecciones libres y competitivas son imprescindibles para que los sistemas democráticos sean considerados como tales. A través de ellas, la ciudadanía elige a quien habrá de gobernarla o representarla, pero, cuando los gobernantes buscan limitar su práctica, para perpetuarse en el poder, se aventuran por sistemas contrarios a la democracia. El politólogo italiano Giovanni Sartori, sostenía: “La legitimidad democrática postula que el poder deriva del pueblo. No admite auto investiduras, y mucho menos acepta que el poder derive de la fuerza. El poder es legitimado por elecciones libres y recurrentes. El pueblo es el único titular del poder”.
Las elecciones libres, como mecanismo pacífico de acceso al poder, han permanecido, hasta nuestros días, por encima de otras alternativas, como el sorteo o la designación jerárquica. Las elecciones son libres cuando los ciudadanos votan en paz y lo hacen sin la presión de algún poder, que los obligue a inclinarse en determinado sentido. Esta característica es fundamental para garantizar que los resultados sean un producto auténtico de la voluntad popular y no controlada por sistemas tecnológicos. Es imposible que las sociedades donde el voto no se respeta puedan considerarse democráticas. Los comicios son competitivos si, en condiciones equitativas, los interesados en acceder al poder político participan en los mismos, pero si alguno de los competidores cuenta con recursos que le den ventaja sobre el resto de sus adversarios, las elecciones no pueden catalogarse como libres y competitivas.
Las elecciones cumplen dos funciones: La primera es dotar de legitimidad al ganador de la contienda electoral, para que pueda concretar las propuestas que difundió durante la campaña electoral. La segunda es garantizar que los gobernantes o representantes permanezcan en su cargo hasta fecha cierta. La importancia de los comicios radica en su papel para renovar a los gobernantes de las sociedades democráticas y son, sin duda alguna, parte esencial del funcionamiento de cualquier democracia porque permiten hacer realidad el principio esencial de la sustituibilidad pacífica de los gobiernos, y satisfacen suficientemente el criterio de representación recurriendo al ejercicio de la soberanía popular.
Podemos apreciar claramente muchos procesos en el que lo electoral ha ocupado una parte importante del espacio de lo político, dando lugar a que en muchos países los comicios sean, para la mayoría de los ciudadanos, la forma privilegiada de relacionarse con la política. La función de los procesos electorales, como fuente de legitimidad de los gobiernos que son producto de ellos, ha crecido en los ámbitos nacional e internacional. En los años recientes se ha manifestado el reconocimiento mundial a las transformaciones políticas de algunas naciones en las que los procesos electorales han jugado un papel relevante. En contraparte, se muestra un profundo rechazo a los medios no institucionales para controlar el poder: Golpes de Estado o masivos fraudes electorales, tanto físicos como electrónicos.
Como no creo demasiado en los apriorismos y tampoco en que los procesos electorales resuelven todos los problemas de un país, me remito a comentar las elocuentes respuestas de otros. Por ejemplo, Churchill afirmaba que, la democracia era el peor de los regímenes, excluidos todos los demás. También se le atribuye a Churchill haber dicho: “Democracia es que, cuando a las 5 de la mañana llamen a tu puerta, sea el lechero”. Cita incomprensible para algunos, pero no para quienes han sido perseguidos por regímenes autoritarios. En cuanto a definiciones, me gustan dos del presidente Abraham Lincoln, la primera: “Dios debe querer mucho al pueblo porque, de no ser así, no lo hubiera hecho tan numeroso”. La segunda: “La democracia es la aceptación de que ningún hombre es lo bastante sabio o lo bastante bueno como para gobernar a otros sin su consentimiento”.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE