Bolívar y la Guerra a Muerte
Algunos críticos de Simón Bolívar han cometido la desmesura de acusarlo de genocida. Un ejemplo es el historiador colombiano, nacionalizado español, Pablo Victoria en su libro “El Terror Bolivariano” (Madrid, 2019) en relación a la actuación de Bolívar por su actuación durante la Guerra a Muerte (1812-1820). Victoria ignora que ésta fue iniciada por los realistas desde 1812 aplicando “La Ley de Conquista”, declarada públicamente por el bando de Domingo de Monteverde en Caracas en marzo de 1813 (fecha anterior a la “Proclama de Guerra a Muerte” de Bolívar, del 15 de junio de 1813 en Trujillo).
Era la política de la Monarquía Española en sus colonias en América conforme a decisión de la Regencia y ratificada en 1814 por Fernando VII. La política era ésta: Se ejecutaría a todo rebelde contra el Rey, y se confiscarían sus bienes. Iguales penas se aplicarían a quien auxiliara a los rebeldes y a quienes ejercieron algún empleo en el gobierno de los rebeldes. Así lo narra el prócer, y testigo de la época, José de Austria, en su “Bosquejo de la Historia Militar de Venezuela” (Caracas, 1855).
En Venezuela la guerra fue larga y cruentísima, con excesos de ambos bandos, aunque con mayor ensañamiento de los realistas quienes mataron a mujeres y niños y arrasaron pueblos enteros.
Pero hay un dato más. Esto ocurrió en la época de la barbarie de la esclavitud. ¿Cómo esperar que prevalecieran la compasión, el altruismo, la magnanimidad, la generosidad o la misericordia en sociedades esclavistas? Olvidarlo es un error de ignorancia y mal criterio.
Quienes juzgan a Bolívar con criterios morales del siglo XXI olvidan que actuó a inicios del siglo XIX. También ignoran que Mahatma Gandhi y su “Movimiento de No Violencia” lograron la Independencia de la India en 1947 después de años de huelgas de hambre, ayunos, gigantescas marchas de protestas pacíficas y demás instrumentos de resistencia pacífica. Y lo hizo porque existían democracia y libertad de prensa en su metrópoli, Inglaterra, y la condena internacional ya era abrumadora, después de tantas masacres contra el pueblo indio. Porque el Ejército Imperial Británico hasta disparó y mató a multitudes enteras de indios que protestaban pacíficamente y sin armas. Esto explica mucho dicho triunfo. El pueblo británico, con democracia, prensa libre y valores cristianos se indignó con su propio gobierno y éste debió ceder, liberar a más de cien mil prisioneros políticos indios y negociar la transición a la Independencia.
De nada habrían valido ayunos, huelgas de hambre ni oraciones colectivas en nuestra Guerra de Independencia, porque no funcionaban contra tiranías. Como nada les habría valido a los miles y miles de hereros y namas en Namibia (África), encarcelados y asesinados en los campos de exterminio por el Ejército Imperial Alemán del Káiser Guillermo II durante los años 1904-1908.
Tampoco habría valido a millones de armenios asesinados durante “El Gran Crimen” en el período 1915-1923 por fanáticos turcos otomanos; ni a los seis millones de judíos durante el Holocausto) y miles y miles de gitanos y otras minorías asesinados en la Europa por Hitler; ni a los millones de ucranianos condenados a morir de hambre en Ucrania durante el “Holodomor” en 1932-1933; ni a los millones de “soviéticos” condenados a la esclavitud y muerte en los campos de trabajos forzados y exterminio en Rusia bajo la dictadura comunista de Stalin; ni a los millones de chinos condenados a las hambrunas por los errores y disparates de Mao Tse Tung.