Tirana en el trópico
Ustedes llámenme “boca de sapo”, pero lo que está sucediendo en el país yo lo predije en un artículo de hace más de seis años y que titulé “Enver Hoxha en Caracas”.
Ya se barruntaba el resultado de la política que inauguró el Héroe del Museo Militar de andar regalando plata por todas las latitudes para comprarse amigos que tuviesen voto en los organismos internacionales. Y que siguió con el heredero. En fin de cuentas, los votos se cuentan, no se pesan. Por lo que las manos alzadas de los representantes de una docena de islitas neutralizan los votos de países más serios —islitas cuyas poblaciones, sumadas, no llegan ni a una décima parte de la de Sao Paulo, por ejemplo. Ya el precio del petróleo que favorecía esa política de dádivas empezaba a declinar, pero el nortesantandereano no se daba por enterado y seguía la fiesta. Y mire que bastantes economistas serios les habían advertido a ambos botarates que, antes que derrochar la riqueza, lo sensato era aprovecharla para construir el futuro del país. Y llegamos al llegadero: la industria petrolera en ruinas, la infraestructura vial en la carraplana, los servicios de salud y de educación casi inexistentes, obras inconclusas a lo largo y ancho de la república, depredaciones del ambiente en el arco minero, la agricultura en vías de desaparición…
Al usurpador no le quedó sino seguir el camino de Hoxha: claudicar la soberanía y dejarse mandar por extranjeros a los que solo les interesaba obtener ventajas para sus propios países. Si en Albania, mandaban primero los yugoeslavos y después los chinos; por aquí desmandan como les da la gana los cubanos, los chinos, los rusos y hasta los iraníes. Al igual que hizo Hoxha en Albania, Boves II empezó con la ya clásica receta comunista: confiscar, expropiar sin pago y estatizar cuanta empresa exitosa se topaba y cuanta finca tuviese buena producción dizque para entregarlas a los “verdaderos propietarios” (unos supuestos “campesinos” que habían traído en camiones de las ciudades momentos antes de la cadena). Al ratico, ya estas eran eriales; aquellas, infraestructuras vacías. En todas ellas, sin haber dado un centavo de ganancia, se aumentó la nómina. Empezando por Pdvsa. La que antes, con 40 mil empleados, producía 3 millones de barriles y exportaba productos refinados; ahora, con tres o cuatro veces más personal no llega a 400 mil…
No pudo Enver Hoxha detener la caída de su país y eso que había estudiado en las mejores universidades parisinas, era columnista de L’Humanité, combatió en la Guerra Civil española y formó parte del Frente de Liberación contra la invasión italiana durante la Segunda Guerra Mundial. O sea, el tipo no era de los que se refugiaba tras los gruesos muros de un museo militar, ni de los que se encurrujan cuando ven un dron. Tenía al partido y a los militares en un puño. Y no logró evitar la debacle. Qué va a poder hacer alguien que no terminó bachillerato, que logró un puesto en el Metro de Caracas y donde medio trabajó hasta que logró apoderarse del sindicato, lo que le garantizaba no tener que trabajar más y obtener unas buenas ganancias por fuera del sobre de la paga semanal.
Los cubanos —quienes lo habían adoctrinado en el comunismo— se lo metieron por los ojos al pitecántropo barinés hasta que lograron que fuese diputado, presidente de la AN, ministro de Relaciones Exteriores —¡un analfabeto que no domina ni el castellano sentado en el sillón de Roscio!—, vicepresidente y heredero. Todo, porque veían la necesidad de tener en el tope del poder alguien más sumiso a las órdenes de la gerontocracia cubiche.
En los noventa, el primer país latinoamericano que se suponía que iba a saltar del Tercer Mundo al Primero era Venezuela. Pero eso fue antes de que llegara la marea roja. Ahora, estamos quebrados y, cocinando con chamizas. Dentro de poco, al igual que cuando uno vuela sobre La Española, que sabe dónde termina la República Dominicana y dónde comienza Haití, porque en este ya no queda un árbol; la gente sabrá dónde comienza lo que queda de Venezuela porque la gran solución la tiene un generalote, que ha ordenado a sus subalternos a cortar leña para que el poeeeblo pueda cocinar (cuando no es mucho lo que tiene para meter en la olla).
No estamos lejos de otra solución a lo Hoxha: mandar a fusilar a los copartidarios que no den fuertes muestras de sumisión a las órdenes. Una cosa, dirán ellos, es tirar a un opositor desde un piso diez o dejarlo morir en una mazmorra, y otra ajusticiar a compañeritos melindrosos. Es que eso de mandar a matar a los que pueden hacer sombra, o que puedan pensar distinto, es recurrente en los regímenes comunistas. Si no, que lo digan Camilo Cienfuegos, el Che y el general Ochoa…
El tipo seguirá rematando el oro del Banco Central para poder sobrevivir porque parece que hasta los “fondos chinos” se secaron. El petro nunca despegó. Inventaron que los venezolanos podían tener cuentas en dólares, y los pocos “avispados” que las abrieron vieron sus ahorros esfumarse, birlados por el mismo régimen que autorizó la transacción.
Al igual que hizo Hoxha, aquí se ha impuesto un aislacionismo inaudito. Con la excusa de la Covid-19 y de la supuesta “guerra económica”, se cerraron las fronteras y los aeropuertos. Había que justificar el aislamiento internacional, echándole la culpa a otros. Y lo que buscan es poder terminar de raspar la olla sin muchos observadores. Para eso, se inventaron una fulana ley antibloqueo cuando bloqueo no hay. Dense una vuelta por los bodegones…
Han transcurrido casi cuarenta años y Albania no levanta cabeza. Ojalá no nos pase lo mismo cuando por fin salgamos de la marea roja…