Lecciones bolivianas
Así que los «indiecitos» bolivianos, ésos así llamados y despreciados por nuestros blancos de orilla, los que irrumpiendo en las instituciones ataviados de sus vestimentas milenarias sacaron de quicio a nuestra despreciable oligarquía racista, los que en perfecto castellano levantaron la voz de sus demandas políticas y sociales y abofetearon con ellas el rubicundo rostro de los Sánchez Lozada, Quiroga, Áñez, Camacho y demás aprendices de fascistas vernáculos, aquellos indios y mestizos, fragua de lo que somos, luego de ser asesinados, perseguidos y ofendidos, han dado al continente y al mundo una envidiable lección de civilidad democrática. ¿Cómo fue eso posible?
Cuando en febrero se realizaron los comicios que ahora acaban de repetirse confieso que me inclinaba por Mesa. Repulsaba así el desparpajo con que Evo había escamoteado el mandato popular contra la reelección presidencial expresado en referendo (lo que no fue sino un golpe de Estado, hablando en cristiano) y apostaba a lo que creo que es el secreto que ha hecho de algunas sociedades europeas las más felices en largos 5.000 años de historia humana: la alternancia republicana, la coexistencia, la cohabitación entre centro-derechas y centro-izquierdas, de modo que la democracia representativa liberal se complemente y desarrolle con formas frecuentes de democracia participativa y directa y que la economía social de mercado se complemente con un vigoroso Estado de bienestar regulador pero no empresario.
No creo que hubiese habido entonces fraude electoral, pero todo estaba montado sobre un gigantesco fraude institucional a la Constitución y la soberanía popular. Sin embargo, no tardé en rechazar la patética actuación de la OEA (tanto que hoy no hubiese compartido que se la invitara como observador a las elecciones parlamentarias venezolanas del 6D). Y suscribo el reclamo continental por la renuncia del inefable y nefando Almagro.
Más bien dije entonces que lo que peor pudo ocurrirle a Evo en febrero fue haber ganado en la primera vuelta… pues nadie iba a creerle. Y tenía la certeza de que en la segunda ganaría Mesa. Luego vino todo lo que sabemos: la rebelión de policías y militares, la bufa auto juramentación, la batalla de las banderas, la Biblia como coartada del horror, el régimen de facto, en fin. El domingo 18 de octubre escribí muy temprano en la mañana un tweet diciendo que a diferencia de febrero, si fuese boliviano votaría con mis dos manos por Arce. Ejercicio pleno de mi despolarizada libertad, ésa que perturba tanto a los extremos de mente cuadriculada, los que creen que esta película es en blanco y negro y no comprenden la riqueza de colores de una realidad compleja.
Y así fue como el MAS y sus seguidores, con pulso envidiable, con sentido estratégico que envidiaría nuestro precario G4, resistiéndose a las provocaciones y a todo tipo de agresiones, y con razones más que evidentes para declararse en rebeldía contra un régimen éste sí usurpador y dictatorialista, pusieron en juego el triángulo táctico que hemos propuesto muchos sin éxito entre nosotros, jugar a la vez en tres tableros diferentes: la protesta pacífica de calle, dialogar y negociar con el poder por repudiable que fuese, y, confiados en la mayoría que eran, exigir y prepararse para la ruta electoral como forma civilizada, pacifica y soberana de disputarse el poder. Para eso se requería compromiso, organización y liderazgo. ¿Será que nuestra pobre oposicioncilla extremista, la de las fugas rocambolescas, la perturbada por sus efluvios derechizantes, la inmediatista, la dolarizada, la maximalista y esencialista, la extraviada de sí misma en su laberinto de espejismos, podría aprender algo de lo que en Bolivia hizo el MAS con sorprendente seriedad y coherencia? Y la oposición democrática, la participacionista, la moderada, la dispersa en diez opciones electorales diversas, ¿podrá entender que, más allá de la pluralidad, sin unidad de mando no llegará a ninguna parte?
Destaca por igual la escogencia de Arce como candidato. Aunque él no ha sido sólo eso y en realidad ha sido mucho más que eso, es obvio que Evo, García Linera y otros vieron en Arce al emblema más conspicuo del milagro económico boliviano: crecimiento económico del PIB que triplicó el promedio continental, una de las inflaciones más bajas del planeta lo que posibilitó la recuperación constante del salario real de los trabajadores, reducción de la pobreza a un tercio de la que recibieron, programas sociales de todo tipo (salud, vivienda, educación, alimentación), incremento del empleo, reducción a más de la mitad de la deuda pública externa, explotación soberana de las riquezas naturales en gas, litio, zinc, oro, estaño, plata, plomo y soja, y un incremento constante de las exportaciones. Izquierda democrática exitosa como toda la del continente, excepción hecha de la cubana y la venezolana. Todo esto se hizo (en contraste con la gestión chavista-madurista) sin acosar ni expropiar al sector privado sino antes por el contrario haciéndolo partícipe de un proyecto económico abierto a todas las naciones del mundo, de una economía social de mercado acompañada de un potente Estado de bienestar.
Si no se crea riqueza en abundancia, ¿cómo repartirla? Lástima que nuestro febril e inmaduro chavismo de principios de siglo no hubiese comprendido a tiempo esto que hoy es una lección para todos. Por cierto, todo se hizo siendo la de EEUU la primera economía con la que Bolivia mantuvo relaciones comerciales, aparte de las fronterizas. La de Venezuela, casi inexistente. Y con un Estado institucionalizado, una sociedad en relativa paz y con confianza y credibilidad, todo lo que aquí nuestros extremismos, ambos dos pero siempre con mayor responsabilidad del que detenta el poder político, patearon a sus anchas.
Luego de ocho meses de turbamulta extremista de derecha proto-fascista que dañó gravemente lo que pacientemente se construyó durante años, subido en la peana de una envidiable legitimidad que le da el 55 % de los votos, Arce pronuncia un discurso que nos recuerda al Pepe Mujica que, a la hora de renunciar a su condición de senador vitalicio, nos dijo que en su jardín no cultiva el odio, luego de haber sido sometido por años a torturas inimaginables, que el odio como el amor es ciego pero el amor construye y el odio destruye: Arce nos habla de humildad, de esperanza, de convocar a todos: pueblo, opositores, empresarios, en fin, de dar la cara y tender la mano (incluso a los gringos que hoy lo felicitan luego de haber metido sus pezuñas en la crisis boliviana con nostalgias sesentosas). Y, consciente del desafío de reconstruir a su nación luego de ocho meses de devastación (no los, por lo menos, ¡14 años! de devastación nuestros, por no hablar de 30 o de 40) convoca Arce, desde el poder de su mayoría absoluta, a un gobierno de unidad nacional.
Lecciones bolivianas para nuestros obcecados extremos, pero lección para todos los venezolanos de esta generación. Ojalá aprendamos entre todos lo que hay que aprender, y, desde nuestra originalidad, seamos capaces de reconstruir la patria buena que todos soñamos.