«La fábrica de cretinos digitales» de Desmurget
No es mi afán hacer crítica literaria, pero en esta ocasión si lo haré por la importancia del tema, el cual podríamos decir, es científico más que literario. El libro en cuestión se titula “La fábrica de cretinos digitales”, lanzado hace pocos días al mercado por el director de investigación del Instituto Nacional de Salud de Francia, el neurocientífico Michel Desmurget quien, aparentemente usa datos duros y contundentes de cómo los dispositivos digitales “están afectando gravemente, y para mal, al desarrollo neuronal de niños y jóvenes”. Son ideas con las cuales debemos discrepar ya que las nuevas generaciones han hecho avanzar gracias a la revolución digital y cibernética a la humanidad en forma sin precedentes. Un solo ejemplo que podemos poner es el rápido avance que ha ocurrido en la búsqueda de las vacunas para el Covid-19.
«Simplemente no hay excusa para lo que les estamos haciendo a nuestros hijos y cómo estamos poniendo en peligro su futuro y desarrollo», manifestó en una entrevista con BBC Mundo Michel Desmurget, que tiene una vasta obra científica y de divulgación y ha pasado por reconocidos centros de investigación como el Massachusetts Institute of Technology (MIT) o la Universidad de California. Lo cual, obviamente, no significa que tenga la razón es este tema. Debemos recordar que la ciencia debe ser siempre comprobada.
El investigador dice: “El coeficiente intelectual se mide con una prueba estándar. Sin embargo no es una prueba «congelada», a menudo se revisa”. «Mis padres no pasaron la misma prueba que yo, por ejemplo, pero se puede someter a un grupo de personas a una versión antigua de la prueba”. Michel Desmurget considera que la niñez actual está expuesta a una «orgía digital».
Pero, los investigadores han observado que en muchos lugares del mundo que el coeficiente intelectual aumentaba de generación en generación. Esto es el “efecto Flynn”, en referencia al psicólogo estadounidense que describió este fenómeno. Aunque recientemente, esta tendencia comenzó a invertirse en varios países. Pues el coeficiente intelectual se ve fuertemente afectado por factores como el sistema de salud, el sistema escolar, la nutrición, el tipo de gobierno, etcétera. Pero, si tomamos países donde los factores socioeconómicos se han mantenido bastante estables durante décadas, el “efecto Flynn” ha comenzado a reducirse. En esos países los «nativos digitales» son los primeros niños que tienen un coeficiente intelectual más bajo que sus padres, dice Desmurget lo cual contradice, en realidad, los avances científicos, económicos, y sociales que se han evidenciado en muchos países. Por otro lado, el autor no nos informa a que años se refiere el estudio aunque plantea que esta tendencia se ha documentado en Noruega, Dinamarca, Finlandia, Países Bajos, Francia, y otros.
Al preguntársele al autor, ¿Qué está provocando esta disminución del coeficiente intelectual? Reconoció que, “aún no es posible determinar el papel específico de cada factor, incluida por ejemplo la contaminación (especialmente la exposición temprana a pesticidas) o la exposición a las pantallas”. Es decir, el mismo autor se contradice con su teoría. Aunque manifiesta que lo que se sabe “con seguridad es que incluso si el tiempo que un niño pasa frente a una pantalla no es el único culpable, tiene un efecto importante en el coeficiente intelectual”. Nosotros nos preguntamos ¿por qué? A lo que el autor responde: varios estudios han demostrado que cuando aumenta el uso de la televisión o los videojuegos, el coeficiente intelectual y el desarrollo cognitivo disminuyen; nuevamente nos preguntamos ¿Por qué? ¿Cómo?
El autor identifica la disminución en la calidad y cantidad de interacciones intrafamiliares, “que son fundamentales para el desarrollo del lenguaje y el desarrollo emocional; disminución del tiempo dedicado a otras actividades más enriquecedoras (tareas, música, arte, lectura, etcétera.); interrupción del sueño, que se acorta cuantitativamente y se degrada cualitativamente; sobre estimulación de la atención, lo que provoca trastornos de concentración, aprendizaje e impulsividad; subestimación intelectual, que impide que el cerebro despliegue todo su potencial; y un estilo de vida sedentario excesivo que, además del desarrollo corporal, influye en la maduración cerebral”.
No estamos de acuerdo con esto pues la verdad sea dicha. Las interacciones familiares se han acortado desde el día en que la mujer se liberó y comenzó a trabajar; es más, en la actualidad ambos padres trabajan y por supuesto conviven menos con sus hijos pero, esto se transformó en costumbre toda vez que desde bebé los hijos comienzan a estar más distantes de los padres. Respecto a las otras actividades como las físicas, las artísticas, la lectura (que hoy es casi toda por Internet), etcétera no se pierden debido a la “pantalla”.
El autor del libro plantea los daños de las pantallas al sistema neurológico, diciendo algo muy cierto: que el cerebro no es un órgano estable. “Sus características finales dependen de la experiencia”. Esto no es más que una monserga pues a través de la historia la experiencia humana ha ido recabando innumerable experiencia que se traspasa de generación en generación, lo cual nos indica que sin ello no habría existido la evolución humana.
Michel Desmurget nos dice que el mundo en el que vivimos, los desafíos a los que nos enfrentamos, modifican tanto la estructura como su funcionamiento, (del cerebro humano) y algunas regiones del cerebro se especializan, algunas redes se crean y se fortalecen, otras se pierden, unas se vuelven más gruesas y otras más delgadas. “Nuestros padres no pasaron la misma prueba de coeficiente de inteligencia que nosotros”, señala el neurocientífico, lo cual es de una obviedad simple.
“Se ha observado, que el tiempo que se pasa ante una pantalla por motivos recreativos retrasa la maduración anatómica y funcional del cerebro dentro de diversas redes cognitivas relacionadas con el lenguaje y la atención. Hay que enfatizar que no todas las actividades alimentan la construcción del cerebro con la misma eficiencia”, dice el autor de “La fábrica de cretinos digitales”.
El autor dice que “las actividades relacionadas con la escuela, el trabajo intelectual, la lectura, la música, el arte, los deportes, etcétera. Tienen un poder estructurador y nutritivo del cerebro mucho mayor que las pantallas recreativas”. Esto sin duda es una opinión catastrófica pues en la actualidad cientos de universidades tienen cursos on-line, y con motivo de la pandemia del Covid-19 casi todas las naciones del mundo han decidido que los niños estudien usando el Internet. Pero, como nada dura para siempre el investigador francés debería estar tranquilo. El potencial de la plasticidad cerebral es extremo durante la infancia y la adolescencia. “Después, comienza a desvanecerse. No desaparece, pero se vuelve mucho menos eficiente”, dice Desmurget, sin pruebas fehacientes.
Para el autor no todas las pantallas digitales son dañinas; contradictoriamente él dice que pasa mucho de su tiempo frente al ordenador (computadora) y cuando su hija ingresó a la escuela él le enseñó a buscar información en la Red. Nadie dice que la «revolución digital» sea mala y deba ser detenida, dice él. Se le pregunta a Desmurget, ¿Debería enseñarse a los estudiantes las herramientas y habilidades informáticas fundamentales? “Claro, responde él. Asimismo, ¿puede la tecnología digital ser una herramienta relevante en el arsenal pedagógico de los docentes? “Por supuesto, si es parte de un proyecto educativo estructurado y si el uso de un software determinado promueve eficazmente la transmisión”.
Aunque, dice él, “cuando se pone una pantalla en manos de un niño o de un adolescente, casi siempre prevalecen los usos recreativos más empobrecedores. Esto incluye, por orden de importancia: la televisión, que sigue siendo la pantalla número uno en todas las edades (películas, series, clips, etcétera.); luego los videojuegos (principalmente de acción y violentos), y finalmente, en torno a la adolescencia, un frenesí de auto exposición inútil en las redes sociales. Obviamente, el autor, al parecer, no hizo más que considerar la opinión de todos los padres respecto al uso de los niños en su tiempo libre, el cual consiste en ver demasiada TV cuando no hay control paterno en el hogar.
Involucrar a los niños es muy importante. Hay que decirles que las pantallas recreativas en exceso dañan el cerebro, perjudican el sueño, interfieren con la adquisición del lenguaje, debilitan el rendimiento académico, perjudican la concentración, aumentan el riesgo de obesidad, pero eso es en el caso de una minoría pues los hogares bien estructurados no tienen esos problemas. Pero de ahí a decir y establecer que todas las pantallas son malas hay un gran trecho pues sería como rechazar la evolución humana.
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