El neceser
Conservo en mi memoria la imagen de una hermosa actriz momentos cuando desciende de las escalerillas de un avión. Justo cuando pisa el suelo la abordan los ‘paparazzi’ y yo centro la mirada en un objeto que siempre he vinculado con la intimidad femenina. La actriz en cuestión, no recuerdo si es Sophia Loren, Catherine Deneuve, Brigitte Bardot o cualquier otra de esos hermosos años 60-70 del siglo pasado, muestra orgullosa su neceser que sostiene en su mano derecha.
Con esos cabellos enrollados a la cabeza, alargados y llenos de laca y con vestidos cubiertos con densas capas y zapatos puntiagudos y de agujas, eran unas verdaderas divas poseídas por una singular belleza que mantenían en secreto, guardado en un objeto misterioso y donde depositaban su intimidad.
Mi madre tenía uno, creo que de color amarillo pollito, donde guardaba sus pócimas de belleza: la crema humectante Jean Naté, los frasquitos ‘pinta uñas’; la lima; la tijerita saca cutículas; el champú Drene; un agua de colonia Jean Marie Farina; su perfume; la laca para el cabello; una muda de ropa interior y hasta una peluca. En ese neceser cabían más cosas que en el maletín del gato Félix.
Después, mi madre salía al centro de Maracaibo para hacer su acostumbrado recorrido por las tiendas de costura, sastrería y telas. Iba a Dovilla donde trabajó por años como modista y diseñadora de trajes, y también al almacén Blanco y Negro, frente a la plaza Baralt. Lucía sus olores de mujer amorosa y dicharachera, conversadora.
Recuerdo cuando mi hermana mayor se casó. Al día siguiente se apareció en la casa con su flamante esposo y en su mano cargaba un neceser nuevecito. Daba ‘caché’ sobre todo cuando iban a viajar en el avión de Aeropostal, o incluso, cuando abordaban la línea de transporte para viajar por carretera. Se colocaban el neceser entre las piernas mientras aguardaban que pasara la chica, camarera de viaje, que ofrecía cigarrillos Lucky Strike, dulces y chiclets Adams. Las mujeres se cubrían el cabello con laca, se colocaban sus lentes oscuros tipo gatico y agarraban su neceser. Eran las llamadas ‘chicas cosmo’ que leían la revista Cosmopolitan.
Yo disfrutaba cuando mi madre me mandaba a buscar el neceser que estaba sobre la ‘cómoda’ en su cuarto. Pero el neceser era muy pesado. Era un pequeño maletín de mano marca Samsonite, cuadrado, con su cerradura de metal. Me costaba un mundo levantar semejante peso. Con mis dos brazos flacuchentos de 6-7 años cubría aquel objeto oloroso y sólido. Ella sacaba su llavecita y abría ese misterioso cofre. Entonces, de pie a un lado de ella veía dentro el mundo maravilloso de eso que llaman feminidad. Una fina tela de organza cubría las paredes del neceser. Justo dentro de la tapa, cuando la subía, aparecía el objeto que más apreciaba, el espejito. Ella se miraba el rostro y hurgaba con su mano derecha el interior de un pequeño bolsillo donde había zarcillos, anillos y uno que otro collar.
Hoy miro ese reflejo y desde el fondo del neceser mi madre sigue embelleciéndose con el tiempo. Sonrío y en silencio pronuncio ese mágico nombre, neceser, que ahora es un término caído en el olvido. Porque el objeto ha evolucionado, desde los más pequeños tipo cartucheras, hasta aquellos grandes y con ruedas, llamados maletines de mano o ‘carry on’.
Pero lo más extraño es que tanto el objeto como su nombre son esencialmente femeninos, tanto, que dudo que por estos tiempos de tanto cuestionamiento idiomático, pueda ser identificado con el mundo de la masculinidad. No creo que un macho alfa, lomo plateado, de pelo en pecho se aventure a pronunciar en una reunión de condominio la santa palabraneceser, así, con ese ‘seseo’ afrancesado. Porque existen palabras sacras, como mantras que sólo les son otorgadas usar y pronunciar a esos seres misteriosos y sublimes, que habitan los espacios de lo femenino.
En este mundo del ‘macho man’ no creo posible que a ese ‘lomo plateado’ macho alfa se le puedan desdoblar los labios para pronunciar la palabra ‘manicure’ o ‘pedicure’, así, con la boquita contraída y alargadita como besito de piquito, mucho menos pronunciar, fucsia.
Lo cierto es que en este mundo de los extremos idiomáticos por conflictos de género llevados a confusiones (creer que género y sexo son iguales) los lomo plateados tienen las de perder. Yo seguiré con mi memorioso y perfumado neceser, donde guardo esas y otras fragancias, términos, frases, expresiones de un idioma y de una historia que expresa su belleza y su fragancia en sus misterios femeninos.
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