Confiar o perecer
La confianza es el pegamento que une a la sociedad civil. Sin esta las interacciones sociales se desmoronan. Las instituciones y el tejido social son los dos objetos de esa confianza. Sobre las primeras se espera que regulen las relaciones más amplias, mientras que las segundas están ligadas a los vínculos cercanos. Las personas se mueven entre estos dos extremos. Pudiera decirse la sociedad ampliada y la sociedad cercana. Cuando las instituciones amplias fallan el tejido social inmediato adquiere mayor importancia, actúa como un sustituto del primero. Por ejemplo, cuando la seguridad pública falla los vecinos se organizan para protegerse por su propia cuenta.
Una paradoja es que ambos niveles de confianza se refuerzan, bien sea negativa o positivamente. En una sociedad en la que las instituciones formales funcionan, y que por lo tanto se confía en ellas, tienden a facilitar las relaciones informales. Por el contrario, cuando esas instituciones formales fallan, las interacciones cercanas se fortalecen y refuerzan, pero fuera de ese círculo inmediato los niveles de desconfianza aumentan. La razón de esto pudiera estar en el hecho que al saber que hay un árbitro es más fácil “arriesgarse” a algún tipo de vínculos informales, pues se sabe que en casos extremos habrá algún mecanismo de regulación formal.
En el caso de los Estados frágiles, y en general de contextos en los que las instituciones formales son débiles, el tejido social tiende a debilitarse también. Ante un conjunto de instituciones que no funcionan los individuos se agrupan en torno a un conjunto de reglas informales, normalmente marcadas por raza, parentesco, religión, y en general una visión compartida del mundo. El resultado de esto es una perspectiva tribal de la sociedad en la que todo lo que sea distinto es una amenaza. Esta situación se profundiza cuando se percibe que no hay un árbitro formal e imparcial, y más aún cuando este no tiene el monopolio de la violencia.
En México hay comunidades que se han organizado para contrarrestar la amenaza de grupos delictivos. En Venezuela los vecinos se organizan para apoyarse en temas de alimentos, salud, y seguridad. En Estados Unidos, ante un contexto de polarización, hay quienes se han empezado a aglutinar en torno a visiones específicas del mundo, incluso más allá de la Ley. Todas estas son expresiones de lo dicho antes, en la medida que las reglas formales fallan, o se perciben que las instituciones encargadas de hacerlas valer no cumplen su rol, las personas tienden a encerrarse en su entorno inmediato, en una tribu con la que buscan protegerse del enemigo externo.
Revertir la situación antes descrita es complejo, y en la medida que se ha avanzado más en esa espiral negativa el grado de complejidad aumenta. La gran interrogante en dichos contextos es cómo lograr que las distintas partes involucradas vuelvan a confiar entre sí, o al menos en primera instancia que bajen el nivel de confrontación y estén dispuestas a “escuchar” a la otra parte. Esto sin duda es más difícil cuando el grado de conflictividad es mayor y cuando ha transcurrido más tiempo, esto último es clave pues en la medida el tiempo ha transcurrido hay más víctimas y en ese sentido el reconocimiento del otro implica también una dosis importante de perdón.
En el caso específico de Venezuela el contexto es particularmente desfavorable, ya ha transcurrido mucho tiempo en conflicto, el resentimiento está aún muy presente, y sobre todo la tendencia a entender la sociedad en términos tribales hace que sea más difícil articular a una sociedad civil relativamente orgánica y funcional. Sin esa sociedad civil revertir la situación de conflictividad política será muy difícil, más cuando la fragilidad del Estado es evidente y, además, es un actor interesado en que esa fragmentación social en el país se mantenga. Quizás en este momento el principal incentivo para organizarse sea percatarse que de no hacerlo la situación puede ser aún peor, es decir confiar por necesidad.
Twitter: @lombardidiego