Boves, el resentido social y azote de Venezuela
El escritor Juan Vicente González, a mitad del siglo XIX, llamó a Boves “el padre de la democracia venezolana”. Esa sonora frase, aunque se popularizó y aún la repiten, es vacía, por falsa. José Tomás Boves (1782-1814) fue un resentido social que azotó a Venezuela con sus monstruosos crímenes de 1812 a 1814, retrasando nuestra Independencia, y no fundó ni es “el padre” de la democracia venezolana. Esta es obra de la “Generación de 1928” que logró desplazar del poder a los herederos de la tiranía gomecista.
¿Quién fue Boves? Un humilde español, marino mercante de escuela que degeneró en delincuente (contrabandista convicto y confeso), y después, ya pulpero y comerciante de ganados en los Llanos, se convirtió en un resentido social al ser rechazado (según la tradición) por la familia de Isabel Zarrasqueta, hija del empresario español Guillermo Zarrasqueta, a quien pidió en matrimonio antes de la guerra.
Boves aprovechó la Guerra de Independencia para desatar su furia demencial, criminal y asesina, nacida de sus complejos, frustraciones y resentimientos bajo la excusa de actuar en defensa de las banderas del Rey para mantener la dominación colonial sobre Venezuela. Logró, por su discurso demagógico y promotor de odios (prometió “clavar en picas las cabezas” de los jefes patriotas y así lo hizo con el coronel Pedro Aldao en 1813, cuya cabeza remitió desde los Valles de Aragua a San Fernando de Apure), reunir a los llaneros más pobres e ignorantes, y los lanzó en un plan primitivo y demencial de “desquite o revancha social”: Matar a todos lo blancos, violar a sus mujeres y repartirse sus bienes, como botín de guerra. Organizó bandas de salteadores, de delincuentes, más que soldados. No proclamó la abolición de la esclavitud ni ordenó repartir las tierras a sus tropas; todo fue manipulación y engaño, violencia, saqueos y arrebato, crímenes y barbarie.
Boves fue un caudillo realista, pero no buen táctico y menos estratega. Ganó batallas solo por superioridad numérica. Contaba con más tropas porque la República esclavista de los Mantuanos no era muy popular. Y “sus ejércitos” de lanceros a caballo (“la Legión Infernal”, con banderas piratas de calaveras y huesos cruzados), ejércitos de caballería, de gran movilidad, tenía ventajas que no supo aprovechar. No fue invencible y lo derrotaron en batalla los patriotas Vicente Campo Elías en “Mosquitero” y Santiago Mariño en “Bocachica”.
Boves, aunque valiente en batalla fue siempre abominable. Solo actuó para hacer el mal, y jefe de un ejército irregular, también se insubordinó ante las autoridades del Rey por quien decía combatir; pretextos, porque solo buscó el poder para satisfacer sus odios y venganzas. Hasta su superior militar, a quien nunca obedeció, el General Juan Manual de Cajigal, lo describió en sus “Memorias” como “…un alucinado… demente… loco… enajenado… perturbado mental…”.
“La Diablocracia”, que así llamó Boves a la República, el proyecto de los venezolanos de 1811, la combatió con ensañamiento criminal, asesino, homicida. Quedaron registradas en la historia, como manchas imborrables, vergüenzas para la humanidad, los asesinatos de prisioneros, sus matanzas de civiles (incluidos ancianos, mujeres y niños), las violaciones de mujeres y niñas, sus masacres en las mismas iglesias, la quema de casas y pueblos enteros con gente dentro, todas sus torturas, crueldades y sadismo.
Boves arrasó en 1814 con la II República de Venezuela y con los Ejércitos Libertadores de Bolívar y Mariño. Murió en la Batalla de Urica, en los Llanos de Oriente, por la lanza justiciera de Pedro Zaraza, el prócer que llegaría a General.
Boves dejó una lección, no siempre aprendida. A los resentidos sociales no los guía el bien común y en el poder solo buscarán saciar su sed de venganza por afrentas reales o imaginarias. Y para desgracia de sus pueblos, si ejercen el poder, sus obras serán la destrucción, la represión, el envilecimiento, la tortura, la muerte y una cruel dictadura.
Boves no fundó ni fue “el padre” de la democracia venezolana, al contrario, fue -como todo resentido social- uno de sus mayores y más empecinados enemigos.