Palabras ¿que ya no se usan?
Hace tiempo que no los importuno con mi manía de coleccionar y compartir palabras. Pero esta mañana estuve recordando algunas de las granjerías que disfrutaba de muchacho: polvorosas, besos, pan-de-hornos, etc. y, de inmediato me pregunté: ¿será que algunos de los que tienen bastantes años menos que yo habrán disfrutado alguna vez de un alfondoque o de un tequiche? ¿O, por lo menos, sabrán que son? ¿No debiera yo aclarárselo a algunos que no disfrutaron en su infancia de la libertad de una casa con solar —en su doble acepción de linaje y de terreno situado en su parte posterior que se utiliza como huerto y para tener aves? Y, ¡zas!, decidí que ese era el tema: palabras que ya no se usan, pero que debieran ser puestas de moda otra vez.
Empecemos por las dos que mencioné antes. El “tequiche” es un pariente del majarete —y no me digan que no conocen a este porque ahí sí es para tirarse a llorar. Lo recoge el DRAE como un venezolanismo: “Comida compuesta de harina de maíz tostado, leche de coco, papelón, mantequilla y canela”. Les faltó decir que se cocina dándole paleta sin parar hasta que cuaje. Se pone a enfriar en un molde y, luego, ñam-ñam… Quizá estén más familiarizados con un término (que también recoge el mataburros): “tequichazo”, para significar un golpe dado con contundencia. El “alfondoque” es un dulce que se hace al pie de los calderos conde se cocina el jugo de caña para hacer papelón. Se saca cantidad suficiente con el cucharón, se extiende caliente sobre un mesón, se le pone anís y se trabaja, aún caliente, estirando y torciendo hasta que se va solidificando y resultan unas barritas que son la alegría de la muchachada.
Ahora, por causa de los “progresos” que ha logrado la robolución, estamos regresando a costumbres de antaño. Razón más para remozar palabras de ese tiempo. Por ejemplo, ahora que en las cocinas no hay gas ni agua de chorro, ya llegó el momento de mandar a buscar “chamizos” para meterle a un fogón hecho con tres “topias”. Doy por descontado que saben que “fogón” es, entre otras cosas, una cocina rústicamente construida y que funciona con astillas y troncos. Pero “chamizo” es, precisamente esa leña menuda que se emplea para cocinar en él. Viene del gallego chamiça, que es un derivativo de chama (llama). Las “topias” son las piedras sobre las que se coloca la olla (perola, en el más de los casos) cuando se cocina con leña. Que le da un gusto especial a la comida. Los que han disfrutado de un sancocho a la orilla de un río saben a qué me refiero… Y para compensar la mala calidad del agua que, solo muy raras veces, llega por dentro del tubo, lo mejor es volver a poner de moda los tinajeros. Con su “bernegal”, que es otra de las palabras hoy casi desconocidas. El término y el artefacto nos llegaron con los primeros canarios que pisaron esta tierra que fue de gracia; es la tinaja que recibe el agua que se filtra desde una piedra arenisca, con una concavidad donde se pone el agua, que está en la parte alta. Por cierto, lo usual es que el agua se saque del bernegal con un cucharón que tiene el borde lleno de puntas. Eso, para evitar que algún flojo beba directamente de él; que para eso están los vasos que se hallan en el mismo mueble.
Y, hablando de agua, ya que no llega por el tubo (repito), también hay que desempolvar el “aguamanil” de nuestras abuelas. En las habitaciones —que como regla general no tenían baño— había un mueble que tenía una palangana de peltre y una jarra. Esta última es el aguamanil. Las más de las veces, la palangana y el aguamanil hacían juego con la bacinilla que estaba debajo de la cama. No pregunten para qué…
Como en las farmacias casi no hay medicamentos, y los que hay no están al alcance de los no enchufados, va llegando la hora de volver a las cataplasmas y los fomentos. “Cataplasma” todo el mundo sabe lo que es: un tópico blando que se aplica, caliente, para varios efectos medicinales; yo solo voy a agregar que el DRAE da una segunda acepción: “persona pesada y fastidiosa”. Un Jorge Audi Rodríguez, pues. El “fomento” es término desusado ahora, pero ha existido desee los tiempos de los romanos para designar un medicamento líquido que se aplica con paños sobre la piel. Viene del latín fovere, calentar, mantener tibio. Metafóricamente, pasó a significar: atender, cuidar, promover. De allí surgió el nombre de un ministerio que tuvimos hasta que llegó el Atila sabanetense, y que todavía hay en otros países, para generar y patrocinar actividades consideradas de utilidad general para la población.
Me doy cuenta que se me acaba el espacio y me queda en el magín una cantidad grande de los términos que tenía para comentar. “Tarugo” es uno ellos. Sucintamente, además de ser un trozo de madera grueso y corto que sirve de tapón, también se emplea para designar, coloquialmente, a hombre pequeño y gordo; era el sobrenombre de Pérez Jiménez. Pero también alude a una persona de poco entendimiento; un Maduro cualquiera, por ejemplo. Otro sería: “mazacote”, el cual, además de denotar una masa espesa y pegajosa (comestible o no) también connota a una persona molesta y pesada. O sea, una Delsy Eloína cualquiera…
Para otra oportunidad, y dependiendo del feedback que reciba, quedarán otras palabras pasadas de moda. Por ejemplo: “marusa”, “zanjón”, “barcino”, “brodequín”, “jipato” y “gargajo”. Palabra, esta última, que compite en fealdad con “sobaco”.