La pasión de censurar
“Cuando la censura se entromete en el arte, el problema es que ella misma se vuelve su tema. El arte se convierte en ‘arte censurado’, y así es como el mundo percibe y entiende la obra”. Esto dijo Salman Rushdie, escritor condenado a muerte por el ayatola Ruhollah Jomeini, por blasfemo. Rushdie fue el autor de la novela Versículos satánicos y el ayatola exigió a los musulmanes que debían ejecutarlo donde lo encontraran.
Esta amenaza para el escritor, que vive en el Reino Unido, es el punto culminante de una campaña contra la novela publicada en 1988 en el Reino Unido y prohibida, en ese momento, en India, Pakistán, Egipto y Suráfrica. Los censores etiquetaron la obra como inmoral, blasfema, pornográfica o controversial. El ataque va más allá de definir la obra, en cierto sentido, para el público general, se transforma en la obra misma.
La censura es un fenómeno indeseable, aunque en algunos casos se convierte en una gran promotora de la lectura y potenciadora de ventas. Como ejemplo, está el caso del escritor mexicano Carlos Fuentes con su novela Aura, que llegó a facturar veinte mil ejemplares semanales después del affaire Abascal. Más allá de esa cifra, que podrá sonar un poco desmesurada, se entrevé un hecho inquietante: el censor piensa que los libros tienen el poder de incidir en la realidad. Lo mismo se dice de otros medios de comunicación cerrados por gobiernos que no toleran la crítica.
En nuestro país el arte calla por el cierre de emisoras radiales y periódicos sacados de circulación. La censura no es deseable bajo ninguna circunstancia. No importa cuántos abusos se cometan en nombre de la libertad de expresión, pues, mientras esta exista, los afectados tendrán oportunidad de contrarrestar una injuria, una calumnia. Ese es el precio que debe pagarse por semejante privilegio.
El Estado censor pretende filtrarse en el pensamiento de sus intelectuales y artistas y despojarlos de lo último que por derecho les pertenece, del motor mismo de su arte: su convicción. En su obra literaria Contra la censura, el autor sudafricano, J. M. Coetzee, subraya la importancia de tratar a la censura como un asunto complejo, con dimensiones psicológicas, que no puede reducirse a una mera batalla entre malos y buenos, entre guardianes de la decencia e intelectuales insubordinados.
Coetzee sugiere que la censura es una ocupación no apta para mentes sutiles. Como gesto de castigo, tiene su origen en la reacción de ofenderse. La fortaleza de estar ofuscado, como estado mental, su debilidad radica en no poder permitirse dudar de sí mismo. Este es el criterio que permitirá, a fin de cuentas, descifrar al censor, más nunca alinearse con él.
El Nobel sudafricano deja claro su posicionamiento en contra de la censura. No solo por su declarada filiación liberal sino también porque la historia demuestra que su práctica solo empeora las cosas. Expresa su percepción de que el consenso intelectual contra la censura se ha agrietado en los últimos tiempos. No ataca este problema desde una perspectiva global, y tampoco aborda el escrutinio de algún suceso que haya desatado la disensión.
Coetzee se centra en analizar algunos casos emblemáticos del pasado, el control de la información en la antigua URSS, puesta en práctica y celebrada por amigos latinoamericanos; en el régimen del Apartheid sudafricano; la querella contra D.H. Lawrence a raíz de su novela El amante de Lady Chatterley y otros tantos casos condenados por los defensores de derechos humanos y libertad de expresión.
No es descabellado que una obra acabe siendo menos importante que su historia de censura, pero nunca deberíamos perder la oportunidad de celebrar la incomodidad que puede representar un libro, su capacidad de penetrar como insecto venenoso en las conciencias de los vigilantes de la moral en turno. Rubem Fonseca, escritor brasileño, odiado por políticos y ricos, en sus trabajos literarios escribe sobre la censura: “esta no nace en un espacio de comodidad neutral, se crea siempre al filo: trastoca lugares comunes, perturba códigos morales y le falta el respeto a las vacas sagradas, quienes, siempre tienen pieles muy delicadas, prefieren prohibir las obras”.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE