La guerra que perdimos
1. En varios dirigentes de distintos ámbitos y en ciudadanos de a pie hay la percepción de que la tarea de remover el régimen es imposible; que esta guerra se perdió. La idea de que Venezuela ya es Cuba enmarca esa percepción. No se trataría de una batalla fracasada sino del fin de la guerra con una derrota monumental, inmerecida, costosísima y final. No quedaría a esta generación sino recoger los trastos; buscar en el campo de batalla a nuestros muertos para enterrarlos y sus pertenencias para devolverlas a los familiares; las banderas para exhibirlas en el gran Museo de las Causas Perdidas.
2. La visión de la derrota final es la que preside –sea que se enuncie o no- la política de acatar las reglas del régimen e ir, aunque sea a regañadientes, a las elecciones parlamentarias convocadas por Maduro. La idea de que todas las demás vías fracasaron y no queda sino la búsqueda de la coexistencia pacífica ha pasado a dominar a quienes asumieron que la guerra se perdió. Ya no se trataría de exigir, buscar, procurar la salida del régimen en el horizonte previsible sino de lograr un espacio, aunque sea precario, para que mediante una gradual acumulación de fuerzas en alguna elección futura se le gane en el marco de las reglas establecidas.
3. Tal vez quien tiene una voz más sonora en estos días para representar esta visión es Henrique Capriles. Lo ha dicho con todas sus letras: para evitar la violencia y los caminos imposibles hay que buscar meter la mano “en la rendija” que el régimen permite para que, una vez esté la manito metida en la habitación, empujar de a poco. Capriles ha sido el vocero más consistente de la capitulación. No fue siempre así sino desde que ganó las elecciones a Maduro, según sus propias palabras, y “no cobró”. El discurso de “la rendija” es el de la derrota.
4. Esta visión hay que evaluarla. El voluntarismo no es buen consejero para decir que no, que no es verdad, que las cosas siguen porque queremos que sigan en la dirección de reemplazar el régimen. Hay que ver los fundamentos de la situación actual: no hay ningún signo de recuperación económica y social en el país; está documentada la descomposición interna del chavismo y cómo la mayoría de los militares desea cambio, aunque se encuentran paralizados por el espionaje y la infiltración; todas las instituciones están muertas o moribundas; no hay gasolina, salvo por los buenos oficios de Irán que aprovecha de chuparle el alma al madurismo en el trueque; las sanciones a los miembros del régimen, sus testaferros y familiares los tienen pidiendo cacao; las sanciones a las empresas públicas y a las extranjeras que hagan negocios con la satrapía los han dañado severamente (y a los ciudadanos también, porque estaban previstas para eyectar al régimen en el corto plazo y no ha sido así).
5. El recurso de base del régimen es la represión. Con la represión física, psicológica, comunicacional y cultural, busca generar la sensación de que no hay nada qué hacer fuera de su marco. Incluso, con la reciente liberación de varios presos políticos y la posibilidad del regreso de algunos exiliados, reafirma aquello que opaca con la liberación: la libertad depende de Maduro y, por tanto, es condicional; en consecuencia, no es libertad.
6. Los factores anotados y la represión como plataforma de sustentación dentro del azote de la pandemia revelan, en su horror, que las bases sociales, económicas, políticas y diplomáticas del bochinche revolucionario están averiadas. Mientras, las mayorías nacionales civiles y militares, desean democracia y libertad, así como también las desean los principales aliados internacionales.
7. Si esto es así, ¿cómo es que el régimen se mantiene y, cómo ahora, parece encontrar un nuevo aire? Pienso que su fortaleza fundamental ha sido la de derrotar a varios sectores de la oposición en algo esencial y en lo que las mafias en el poder –antes también Chávez- llevan una morena: la voluntad de poder y la voluntad de lucha. La tesis de la amenaza creíble que se ha enarbolado en contra de ellos son ellos quienes la han usado; ellos amenazan y si no logran lo que quieren con la intimidación, ejecutan la represalia. En tanto, las fuerzas de la oposición lanzan sus amenazas y no son creíbles; pero, ¿por qué?
8. Hay dos razones: la primera es que tener una amenaza creíble para obligar a resolver un conflicto requiere acumular fuerza suficiente, lo cual quiere decir que hay que acopiarla; y, la segunda, mucho más esencial: estar dispuestos a usarla. Cuando un hombre armado muestra la cacha de su pistola a alguien a quien quiere someter tiene que tener reflejos, entrenamiento, un arma que funcione; pero, sobre todo y ante todo, voluntad de usarla. De lo contrario, puede ocurrir que a la persona armada se le vea la vacilación aunque sea en milésimas de segundo, entonces corre el riesgo de que aquél a quien quería someter responda: “saca la pistola para meártela”.
9. Quien ha sostenido la tesis de la amenaza creíble es María Corina Machado; pero quien tenía -¿tiene?- en sus manos la posibilidad institucional de trabajarla, conseguirla y emplearla, es Guaidó como Presidente interino. Aquella quiere pero no ha podido y éste ha podido pero no quiere. No se trata de que en su fuero interior Guaidó no lo desee –seguramente sí-; pero sin duda carece de la voluntad de poder que emana de la claridad de un proyecto. Es lo que explica que mientras decía que había que acabar con “la usurpación”, conversaba con el usurpador y le daba tiempo.
10. Que Maduro incorpore a su régimen a un sector de la oposición no es una victoria opositora sino de la satrapía. La única forma que hay para recuperar la iniciativa en una guerra que no ha concluido es una dirección absolutamente diáfana en sus objetivos y sin vacilaciones estratégicas; sólo así la amenaza creíble será construida. No depende de que los amigos quieran sino de convencerlos; no hay más.