¿Indulto o insulto?
El indulto otorgado por Nicolás Maduro, en favor de cerca de cien presos políticos, no es solo una estrategia para tratar de lograr oxígeno en la comunidad internacional, sino la de vendernos como legítimos los comicios fraudulentos del seis de diciembre.
Pretenden disfrazar la trampa borrándole la etiqueta de trampa para mostrarla como nodriza honorable, pero detrás de la acción está el régimen depravado a punto de engullirse lo que nos queda de República. Buscar entre los excarcelados algún apoyo para su plan de dialogo nacional, como un fuerte tornillo para afianzarse en el poder, forma parte del dossier oculto que saca ante la precariedad de su situación política. Requerían un golpe en la mesa para mover el tablero que se les había tornado estático.
Todo ese espectáculo en cadena nacional es el circo tradicional que anhela un buen número de sus cómplices en el programa. La dictadura sabe que nadie en uso de sus facultades mentales se cree el sainete electoral, la vergonzosa carga de un fardo de ilícitos hacen que ese evento goce de la aversión universal, solo algunos factores descafeinados impulsan una jornada con un resultado cantado desde el arranque.
El despropósito de sus pérfidas acciones es la evidencia de un compromiso que va más allá de unos comicios. El otro asunto es la deslegitimación de Nicolás Maduro como presidente. Todos conocemos que su ejercicio es fraudulento, que es un vulgar usurpador, que resultó en un cruel tirano que somete al pueblo venezolano a la desgracia.
Llevar a la cárcel a ciudadanos por pensar diferente habla muy bien del carácter desquiciado de un proyecto nauseabundo, un verdadero insulto para la venezolanidad. Sin bien es importante lo ocurrido, no es menor cierto que quien indulta debe gozar de una honorabilidad de la cual carece el usurpador de Miraflores.
El parlamentario Américo De Grazia lo resumió de manera brillante: “¿Indulto o insulto? Ni Maduro es presidente ni yo soy delincuente. Si usted quiere contribuir a la paz de Venezuela indulte al país de la usurpación del poder, renuncie a la ocupación fáctica de la tragedia que ha sometido a nuestro pueblo y quizás así tengamos algo que agradecerle”. La mayor tragedia nacional es la pandemia totalitaria que padecemos. Ese flagelo aniquilador de la sociedad democrática es la consecuencia de esta administración vinculada al delito. La conspiración mafiosa se alimenta del extremismo y la droga como motor que impulsa sus acciones.
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