Henry Morgan, asalto y saqueo a Maracaibo (1669)
Para Ángel Eduardo, “pirata mayor”
La historia de la piratería en el Caribe es un capítulo más en la historia del crimen. Sólo que hay criminales gloriosos amparados por un recuerdo deformado. Sir Henry Morgan (Llanrumney, Gales, Reino de Inglaterra; c. 1635 – Lawrencefield, Jamaica; 25 de agosto de 1688) fue el pirata más famoso en los tres siglos que tuvo el Caribe como teatro de guerra entre las principales potencias europeas: España, Portugal, Francia, Inglaterra y Holanda.
El Mar Caribe es nuestro Mar Mediterráneo, la llave y encrucijada de todos los caminos americanos y el epicentro de una historia de la piratería adornada por los mitos. El pirata no se preocupó de registrar sus horrores a diferencia de los Estados. Un pirata como Morgan nunca fue la oveja solitaria y descarriada que a lo Robin Hood le roba al rico para vengar al pobre. Piratas como Morgan fueron en realidad mercenarios al servicio de las naciones rivales de España y Portugal, primeros ocupantes del botín mayor: oro, plata, tierras, esclavos, tabaco, azúcar y demás.
El pirata o corsario, o bucanero o filibustero, las denominaciones técnicas apenas son derivaciones de un mismo significado, va tras su presa y recompensa y no se detiene en “derechos de gentes”. Son desestabilizadores de oficio, criminales cuyas conductas psiquiátricas les acerca al psicópata y que el cine transfigura en héroes románticos.
Morgan, cuyo apellido ha derivado en “muérgano” (Persona zafia y grosera según la RAE) y que es la única reminiscencia inconsciente que nos quedó entre los marabinos a nivel del habla coloquial del brutal ataque y conquista de la ciudad de Maracaibo en el año 1669, puede ser considerado el pirata mayor de la más grande época de la piratería en el Caribe.
El asalto a Maracaibo fue toda una invasión con todas las de la ley: una expedición invasora de 15 naves con 14 piezas de artillería y unos 600 hombres. No fue el acto suicida de un lobo solitario. Por el contrario, fue una acción de guerra bajo los auspicios de Inglaterra con sede en Jamaica que fue el portaaviones inglés en el Caribe por excelencia. El rey Carlos II de Inglaterra en 1674 nombró a Morgan Caballero (Sir) por los servicios prestados.
España, gracias a Colón en 1492 y a las Bulas de un Papa amigo de España, logró obtener los inmensos territorios americanos y con ello se hizo de músculo económico y militar. Su proeza fue trasladar Europa en América y diseñar una nueva civilización de corte mestizo y multicultural como es el caso de todos los procesos de este tipo. América sirvió de expolio fundamental de todas las codicias de la época. “Hacer la América”, en unos primeros pasos, no fue otra cosa que ir detrás del mito de El Dorado y éste fue encontrado por España.
Morgan, al asaltar a Maracaibo y Gibraltar, no hacía otra cosa que restañar algo de esa riqueza apetecida. Y Maracaibo como tal en el siglo XVII no era más que un puerto secundario y pobre sólo que la avidez del saqueador prefería las presas fáciles a las más exigentes y fortificadas. Además, estaba el imaginario de las rutas secretas y misteriosas de El Dorado que los alemanes de la Casa de los Welser en las primeras décadas del siglo XVI habían transitado desde Coro hasta las entrañas del Lago de Maracaibo.
Las “hazañas” de Morgan fueron recogidas por otro pirata de nombre Alexandre Olivier Exquemelin (1646-1717) de origen francés y que hace la crónica de lo sucedido. Llaman la atención dos cosas: la primera, es el terrorismo usado por los asaltantes para conseguir el botín; y la segunda: el artilugio utilizado por Morgan para escapar del encierro dentro de las aguas del Lago por parte de los auxilios españoles apostados en la Barra. El uso audaz de un barco brulote (embarcación vieja, cargada con materias inflamables y explosivos, que se utilizaba para incendiar grandes barcos enemigos abordándolos por sorpresa) sirvió para que Morgan se deshiciera de los agraviados españoles.
El asalto de Morgan sobre Maracaibo en 1669 puede ser considerado el ataque más importante y despiadado de todos cuántos se hicieron sobre la ciudad. Y cuando decimos esto no se vaya a pensar que la escasa población del momento le hizo frente a los ladrones provenientes del mar sino que lo normal era huir y dejar el centro urbano abandonado encontrando refugio en el interior rural. Razón por la cual los piratas se hacían de rehenes importantes y mediante la práctica sistemática de las torturas exigían rescate y que se les revelara dónde estaban los escondites de los huidos.
La crónica de otros ataques de envergadura ocurridos en Maracaibo son estos: 1666 atribuido al francés François l’Olonnais reseñado también por Exquemelin y las pocos conocidas de Miguel el Vasco en 1667 y el del francés Francois Grammont en 1678, incluso ésta, haciendo una sorpresiva e inesperada incursión sobre Trujillo. España no tuvo en América un ejército colonial de ocupación porque su “invasión” terminó siendo concertada por los invadidos. Sus preocupaciones no fueron las revueltas domésticas sino los ataques e invasiones de sus enemigos provenientes del exterior.
Y Venezuela, con la franja costera más grande accediendo al Mar Caribe, fue el lugar preferido de todos estos ataques, que si bien fueron devastadores y dañinos para los lugareños del momento, nunca prosperaron como asentamientos definitivos arrebatados a los españoles. Lo cual demostró la eficacia del sistema de fortificaciones construido en la defensa de los principales ciudades/puertos y la escasez de potencia y medios militares de los agresores.
Le debemos a la literatura y al cine que Henry Morgan, un despiadado forajido, haya mutado a prestigioso “cisne negro” de la mano del novelista Emilio Salgari y del actor Tyrone Power. Y esto es lo más increíble de todo: que hayan colocado a Maracaibo dentro de una imaginería asociada a una riqueza inexistente en el período de los tres siglos hispánicos. Algo que si se hizo realidad con la explotación petrolera en las primeras décadas del siglo XX.
El marabino de hoy desconoce que Maracaibo se hizo visible ante el mundo por primera vez de la mano de los piratas que le asaltaron y saquearon sin misericordia. Y no hay, salvo el abandonado Castillo de la Barra de San Carlos, una reminiscencia de esto. Recuperar el pasado es esencial para entender la hechura de nuestro presente.
@LOMBARDIBOSCAN
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia