Empate catastrófico
Este artículo está escrito al alimón con Horacio Medina
El título del artículo está tomado del acervo de citas de nuestro amigo Alexis Ortiz, quién a su vez hizo lo propio con Álvaro García Linera, en algún momento vice-presidente boliviano. La analogía es pertinente y esclarecedora porque hemos llegado a un punto de la tragedia venezolana en el que el régimen no ha logrado aplastar y doblegar a la resistencia, y la resistencia no ha sido capaz de desalojar del poder al régimen usurpador. En el medio de estas dos grandes fuerzas enfrentadas se encuentra un país y su gente sometidos a una emergencia humanitaria continuada que se ha convertido en una catástrofe humanitaria continuada por los efectos de la pandemia.
Por supuesto que las culpas no están igualmente compartidas entre régimen y resistencia. La culpa oprobiosa del régimen es pretender implantar un esquema de dominación de la población basado en el hambre y el miedo para mantenerse en el poder a toda costa. La culpa de la resistencia ha sido no haber podido dominar sus propios demonios e inconsistencias internas para diseñar una estrategia unitaria para enfrentar al gobierno del mal. Es también un acto de justicia reconocer que dentro de la resistencia las responsabilidades tampoco se distribuyen uniformemente, y que hay gente que lo ha dado todo por la causa de Venezuela, incluso su vida.
Parte de la lógica inasible de las partes enfrentadas en un empate catastrófico es pretender retratar al adversario como débil y a punto de caer. El régimen se intenta presentar como todopoderoso y capaz de disponer del destino de la gente con absoluta arbitrariedad. Hoy libera a sus adversarios, mañana los encarcela o los elimina. O decreta una suerte de estado de sitio por la pandemia, al tiempo que destruye el sistema de salud y persigue a los enfermos de Covid-19 como si se tratara de criminales. O destruye la industria petrolera y simultáneamente le regala petróleo a Cuba. O decreta elecciones violando la Constitución. O se burla de la comunidad internacional y del pueblo venezolano, sin que ninguno pueda tomar acciones efectivas para impedirlo.
El régimen parece a ratos arrinconado, pero se levanta nuevamente con fuerzas. Más de 60 países reconocen a Juan Guaidó como presidente encargado, pero el usurpador y su séquito se muestran incólumes. Aconsejados por sus maestros cubanos, quienes los instruyen a que mejor es dejarse desplazar del poder por una invasión que abandonarlo vencidos en una elección. Que lo primero les reservaría un rol de héroes en la historia y lo segundo los presentaría como unos derrotados por su propio pueblo y condenados al olvido. El régimen tiene grandes debilidades, sus recursos económicos están mermados, ya no cuenta con el apoyo de la gente, tiene problemas de disidencia interna civiles y militares, pero no está acabado ni en situación de debilidad terminal. De hecho, los venezolanos que viven en Venezuela saben que el gobierno que los afecta directamente en su vida, muerte y supervivencia es el de Maduro. Simultáneamente, detestado por la mayoría y sobreviviendo a través de la represión, el apoyo militar y la ayuda de sus aliados internacionales, y disfrutando del beneficio insospechado de tener una oposición dividida y sin una estrategia sólida.
Del lado de la resistencia, el plan del mantra de Guaidó, cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres, hoy día se muestra insuficiente para enfrentar a un régimen debilitado pero todavía con considerables fuerza para destruir y negociar. Aparte del gobierno encargado, respaldado por la AN y la mayoría de los partidos, existen factores minoritarios en la oposición que han desplegado sus propios planes en el escenario de las elecciones parlamentarias convocadas para diciembre.
El intenso esfuerzo de consulta adelantado por Guaidó para generar un acto de desobediencia ciudadana en la forma de una consulta popular vinculante, que parece una idea extraordinaria que va mucho más allá de la abstención, se ha tropezado con la dura realidad de que esa convocatoria sin la unidad, el apoyo internacional y los recursos que se requieren para organizarla es imposible de instrumentar. A ello se le une la circunstancia de la pandemia y la aparición de una creciente desconfianza de la población en el liderazgo de la resistencia. Así las cosas, la resistencia cuenta con la enorme fortaleza del descontento popular contra Maduro, la legitimidad del gobierno encargado respaldado por la comunidad internacional, la debilidad de haberse desvinculado del tema social que aprisiona al país y víctima de su propia división.
Fortalezas y debilidades enfrentadas en un combate que, por ahora, no puede terminar en ninguna victoria definitiva. Excepto si intervienen factores de fuerza internacionales, como los Estados Unidos, el Grupo de Lima y la Unión Europea, que han expresado su clara decisión de no embarcarse en ninguna acción de fuerza y que le exigen a los venezolanos que cumplan con su parte de la tarea en la liberación del país del yugo usurpador. Es decir, le exigen a los venezolanos una estrategia unitaria frente al régimen y especialmente sobre el tema electoral, en relación al cual la abstención en sí misma no es suficiente, como lo apuntó con claridad el documento de la Conferencia Episcopal.
Las acciones del régimen en liberar a algunos prisioneros de la guerra que adelanta contra su propio pueblo, conducida con la acción mediadora de Henrique Capriles, es un paso astuto que se acompaña de la invitación a la observación internacional y que le crea un conflicto importante al liderazgo del gobierno encargado. Surge entonces una pregunta fundamental, en presencia de una situación que no se puede resolver por la fuerza, y la única que motiva este artículo: ¿Habrá llegado el momento de que el gobierno encargado negocie con sus aliados internacionales la posibilidad de relajar las sanciones económicas contra el régimen a cambio de mejores condiciones electorales?
Por supuesto que la objeción primaria a esta idea es que al hacerlo se estaría reconociendo la legitimidad del usurpador al participar en elecciones que no son presidenciales. A ello se le opone el argumento brutal de que la política es tan sólo el arte de lo posible, no de lo que consideramos legítimo y ético, que es la salida de Maduro.
Por improbable que parezca, una revaluación de la conducta de la resistencia frente al hecho electoral, e intentar transformarlo, de un fraude, que lo es, en una oportunidad para destrancar el empate catastrófico. Cambiaría por completo las condiciones del juego político. Implicaría una revisión fundamental de la estrategia y le devolvería la iniciativa política a Guaidó, porque la osada propuesta de Capriles no es suficiente y entrega mucho a cambio de asumir un grave riesgo.
El tema específico de cuáles son las condiciones electorales neurálgicas ha sido ampliamente debatido, y ello se reduce en el fondo a la liberación de los prisioneros de guerra, la observación activa, el acompañamiento y la supervisión internacional, el diferimiento de las elecciones por la pandemia, y la revisión de ciertos procedimientos fraudulentos acordados por el CNE.
¿Cuáles sanciones internacionales habría que considerar para su revisión? Solamente aquellas que afectan directamente a la gente en tres rubros: combustible, comida y medicinas. No las que tienen que ver con actos de corrupción y violaciones de los derechos humanos por el régimen. Ello tendría el beneficio adicional de que se le quitaría el argumento a Maduro de que Guaidó es responsable por las penurias del pueblo. Algo que increíblemente se cree mucha gente.
Una idea que únicamente una decisión unitaria de la resistencia puede empujar. Solamente una idea para meditar en tiempos de pandemia y de empate catastrófico.