Capriles y las opciones sobre la mesa
Puede uno compartir o no la posición que ha asumido Henrique Capriles pero sin mezquindad hay que admitir que expresa una preocupación honesta y un esfuerzo por impulsar una política para derrotar al régimen.
Podrá discutirse la pertinencia o viabilidad de esa política pero no descalificar al proponente. A algunos les resultará incómodo pero Henrique Capriles se ha ganado el respeto de buena parte del país. Como parte de su exitosa trayectoria, ha sido dos veces candidato presidencial de la unidad, es decir ha representado a toda -y subrayo, toda- la oposición democrática en una dura confrontación contra Chávez primero y luego contra Maduro, en ambos casos con un esfuerzo titánico y un resultado extraordinario. De manera que a Capriles no le falta representatividad y alguna consideración -por decir lo menos- merece su opinión. Lamentablemente, el país está sometido a una polarización extrema y el régimen ha inoculado la intolerancia como práctica política.
En esta polarización ubicamos en un extremo al gobierno con sus aliados, no sólo el supuesto «polo patriótico» sino su periferia, vale decir «la mesita» y toda esa fauna política que se disfraza de opositora para hacerle la cama a un régimen prostituido e inescrupuloso, sacando provecho económico. Frente a ese esperpento político, tenemos una oposición muy diversa, donde conviven visiones contrapuestas y posturas antagónicas.
Existe una fragmentación política en el mundo opositor y el primer desafío del liderazgo democrático es asumir y procesar sus diferencias, enfocarse en las coincidencias, negociar y buscar puntos de encuentro para articular una política incluyente e integradora. Hoy el país le exige a ese liderazgo una demostración de madurez política, responsabilidad y compromiso colectivo. Y eso empieza por abordar con respeto las diferencias. Resulta insólito que algunos prefieran acusar a Capriles de traidor o de vendido, en vez de rebatir con argumentos o asumir que es impostergable un debate en el campo opositor. ¿O acaso alguien puede decir con certeza absoluta cuál es la solución o cómo enfrentar está crisis gigantesca y multidimensional?
La Conferencia Episcopal Venezolana ha advertido que no «basta con abstenerse» y es cierto. Lamentablemente tampoco basta con votar, eso no lo dijo pero igualmente es verdad. Y por eso he insistido en que «votar o no» es un falso dilema y desde esta modesta tribuna he formulado propuestas. En todo caso, sin dudas está planteado un debate: importantes líderes empresariales, sindicales, gremiales y de diversos sectores de la sociedad civil han expresado su coincidencia con la iglesia católica ¿Qué hacemos? ¿Los acusamos a todos de traidores y metemos a Capriles en ese mismo saco? ¿A dónde conduce semejante estupidez?
En un país donde 80% es oposición no podemos acusar de traidor a quien honestamente plantee que votar es una opción. En contrapartida, estamos quienes advertimos un colosal fraude y que todo está dispuesto para que el gobierno termine «ganando», siendo una ínfima minoría. Con el agravante de que los «derrotados» no podrán cantar fraude sin hacer un triste papel. Así será, al menos a la luz de la realidad actual pero Capriles ha anunciado que la lucha por mejores condiciones electorales es un punto esencial de la agenda política y de aquí a diciembre (si es que no se suspenden las «elecciones») pasará mucha agua bajo el puente.
No tengo grandes expectativas de lograr mejores condiciones pero tampoco las tenía con la liberación de presos políticos y en un esfuerzo silencioso, inteligente y audaz, Capriles lo logró. Entonces, en vez de descalificaciones, más bien deberíamos darle el beneficio de la duda y apostar al éxito de esa iniciativa. Aún con escepticismo podemos desearle suerte a quien intenta abrir un camino en esta hora oscura de la democracia.
Por cierto, Capriles ha dicho -y no hay porque dudarlo- que esa liberación no fue un trueque, no fue a cambio de participar y de hecho, ya algunos han anunciado que no se postularán. Pero al margen de ello, la libertad de esos venezolanos hay que valorarla positivamente, sin buscarle más implicaciones. ¿Qué el gobierno gana también? Sin dudas, «ganar-ganar» es el cuadro de toda negociación cuando ninguna de las partes tiene la fuerza para imponerse. El gobierno los libera porque le conviene bajar la presión, mejorar el clima internacional y en todo caso, esa liberación no amenaza sus “elecciones” porque el fraude está montado. Pero esos supuestos beneficios del gobierno están por verse, en cambio la libertad de las víctimas del régimen es un hecho concreto, es una clara victoria opositora.
Finalmente, más allá de militancia partidista, tengo mucho tiempo coincidiendo ampliamente con Henrique Capriles y cuando ha habido discrepancias, siempre el espíritu de una discusión franca y respetuosa ha estado presente. Mucho de eso nos hace falta en la oposición.
Hoy tengo reservas con relación a la ruta que ha planteado pero no dudaría en apoyar cualquier esfuerzo por construir una salida a la devastadora crisis. Vimos a muchos repetir hasta la saciedad que «todas las opciones están sobre la mesa» pues bien, sigamos abiertos a todas las posibilidades ¿O eso aplica para unos si y para otros no? No es momento para posturas inflexibles y verdades absolutas, en medio de una dinámica política tan intensa y acelerada, también estemos abiertos a cambiar de opinión cuando la realidad así lo sugiera.
Decía mi querido y recordado amigo Teodoro Petkoff que «solo los estúpidos no cambian de opinión». En fin, sigamos a la expectativa pero hagamos el mayor esfuerzo por sumar a ese debate fraterno, solidario y respetuoso que tanto necesita el país. Lo realmente desolador no es la posición de Capriles, ni la diversidad de opiniones en el campo democrático sino la incapacidad del liderazgo para construir una agenda unitaria de lucha. ¡Nunca es tarde!