Réquiem petrolero
El pasado 3 de agosto se detuvo la mesa rotatoria del último taladro petrolero que operaba en Venezuela, en el campo oriental denominado PetroPiar. Un hecho históricamente redivivo de la Venezuela pre petrolera de 1913, antes del descubrimiento del pozo Zumaque, en Mene Grande, nuestro primer campo de importancia en la cuenca del lago de Maracaibo.
El examen forense de la desaparición de la capacidad de producción de crudo revela un proceso orgánico de deterioro incesante de nuestra salud petrolera, iniciado hace unas dos décadas. La Pdvsa que crecía a paso firme en los años noventa, alentada por una exitosa estrategia de internacionalización, operaba en 1998 un total de 115 taladros distribuidos en todas las áreas de explotación de crudo y gas natural. La producción entonces era de 3 millones 300 mil barriles diarios.
Es innecesario repasar las conocidas acciones perversas y destructivas contra Pdvsa emprendidas por Hugo Chávez, esquizofrénicas si se las confronta con su promesa de llevar la producción a seis millones de barriles diarios en 2019. Pero el suyo fue solo el primer capítulo del apocalipsis. A partir de 2013, bajo la entropía administrativa de su sucesor, con prórroga usurpada de poder hasta el presente, se acelera en caída libre la liquidación de nuestra capacidad productiva de hidrocarburos. Pasa de 65 taladros de perforación en abril de 2013, hasta cero en el presente; y de 2.3 millones de barriles diarios de producción, hasta 0.3 millones el pasado mes de julio. Un proceso sostenido de devastación, que hace irrisoria cualquier invocada relación de causalidad atribuible a las actuales sanciones norteamericanas.
Nuestros campos petroleros descollaban por el cuidadoso mantenimiento y la celosa vigilancia de sus complejas instalaciones y equipos. También por una relación equilibrada con la naturaleza. Hoy, muchos de ellos, son lugares espectrales, predios fértiles para la maleza y a merced del saqueo y el desguace. Fantasmas “Hechos en socialismo”.