Persona
El cine de Ingmar Bergman es un cine filosófico y dentro de los parámetros de la psiquiatría clínica. Es teatro llevado al cine. Es la precisión de conceptos sin las filigranas de otros autores que quieren decir lo esencial y no terminan diciendo nada. Bergman es émulo y espejo de Jorge Luis Borges. Las imágenes de Bergman son preciosas, exactas y sugerentes. Es un artista de la paradoja y de una existencia aciaga. Sólo que Bergman proviene de Suecia y en Suecia no tienen los problemas de la vida material sino los del alma, algo que está vedado a los náufragos del inframundo en África, América Latina e importantes regiones de Asia, e incluso en la Europa del Este. El cine de Bergman es un cine para gente que vive en los países desarrollados, para gente rica o que por lo menos tiene sus problemas materiales de vida resuelto. Cada director y su obra tienen que ser delineados de acuerdo a sus circunstancias porque toda obra, por muy nimia que sea, es autobiográfica.
En “Persona” acudimos a otro tratado sobre el laberinto humano como torbellino de pasiones y no como el triunfo de la razón. Bergman está claro que la psique humana es una psique dañada e imperfecta y que la creación humana nació defectuosa. El Infierno son las relaciones humanas y dentro de ese Infierno se puede atisbar el Paraíso también, sólo que este anhelo está vedado para la mayoría. O en todo caso, sólo hay, destellos de belleza.
Alma y Elisabeth, dos excepcionales Bibí Anderson y Liv Ulmann, mantienen un duelo actoral dentro de sus respectivas caracterizaciones. La primera es una dulce y espabilada enfermera que cree en los propósitos de una vida con sentido pero sus pecados le hacen dudar permanentemente. Elisabeth es la actriz encumbrada auto suficiente de cara para afuera pero que está “podrida por dentro”. De las primeras confidencias amables pasan a la enemistad más agria. Y esto sucede cuando ambas se confiesan o develan sus vergüenzas más íntimas y paralizantes. Y lo interesante de esto es que una sola es la que habla y la otra solo escucha porque ha hecho un voto de silencio que en realidad es una muralla. Algunos han interpretado esto como que las dos mujeres son en realidad una sola y que incompletas y vacías procuran fusionarse en un todo. “Persona” es la máscara también. La incapacidad de la claridad y transparencia; el predominio de lo sombrío. Las deformaciones de las almas en pena en que transcurre una existencia bajo la tiranía de una dialéctica de la ilusión/desilusión.
El “manifiesto” que sigue forma parte del diálogo central en la película, y para nosotros, lo explica casi todo: “La ansiedad que llevamos a cuestas; los sueños sin realizar; la inexplicable crueldad; el miedo a la muerte. La dolorosa idea de nuestra conclusión terrenal ha agotado nuestra esperanza en una salvación divina. Los gritos de nuestra fe y dudas contra la oscuridad y el silencio resultan ser una prueba más que contundente de nuestra soledad y nuestro temor”. Para Bergman la soledad ontológica nos oprime y la compañía de los otros es un antídoto envenenado. Sólo aunque acompañados “oliendo a sueños y lágrimas”.
Pascal ya en un lejano siglo XVII había establecido esto: “Descripción del hombre: dependencia, deseo de independencia, necesidad”. Y que la “naturaleza está corrompida por la misma naturaleza”. Y agrega esto que pareciera haber sido anotado por el mismo Bergman para dibujar el problema humano ofrecido en “Persona”: “No nos contentamos con la vida que tenemos en nosotros y en nuestro propio ser: nos empeñamos en vivir en la mente de los demás con una vida imaginaria, y por eso nos esforzamos en aparentar. Trabajamos incesantemente en embellecer y conservar nuestro ser imaginario, y descuidamos al verdadero”.
Hay tantas cosas de calado en “Persona” que la convierten en un referente psiquiátrico para cada espectador. Uno de ellos tiene que ver con los conceptos que nos imponen dentro de la “programación social” de lo que debe ser nuestra vida para terminar colisionando con nuestras acciones: el triunfo de lo inauténtico. Este quiebre de la esperanza se ahonda aún más cuando abandonamos la juventud feliz y tomamos conciencia del aniquilamiento.
La incertidumbre genera la falta de seguridad y la vida es precisamente una pulsión sostenida en el riesgo de los cambios. Ante esto la mayoría preferimos la quietud sumisa del orden domesticado desde la aceptación del artificio de la simulación. Si nos llegásemos a mostrar cómo somos en realidad nadie tendría amigos. Razón por la cual el silencio de Elisabeth es un muro infranqueable para preservar los secretos, falta y delitos de la vergüenza propia.
Hay un dato reflexivo en torno a la responsabilidad como límite de la libertad. La libertad responsable termina siendo una carga tan pesada que hace claudicar nuestras fuerzas y nos lanza al reino de la pereza y al de los deberes claudicados. Gente con algún tipo de conciencia alerta será capaz, sin dobleces, de distinguir lo bueno de lo malo. En cambio muchos otros abatidos en el terreno del descaro sólo proclamarán la venganza haciendo del resentimiento la sustancia predilecta de sus vidas. El caos junto a la sinrazón bajo una estampida de emociones al límite.
En “Persona” está presente el encuentro/desencuentro vital y cómo lidiar con la miseria moral e intelectual de la condición humana. De la cortesía y confidencias de una confianza como revelación se hace la transición al desprecio y burlas: a la marcha triunfal de la decepción. Y en el epicentro de todo: el infinito egoísmo, la preponderancia del yo que trunca el encuentro amoroso.
La fotografía de la película resalta el minimalismo austero y la belleza de un escenario circundado por el Mar del Norte y sus gélidas ráfagas de viento. Esta atmósfera preciosa es la escenografía de este duelo actoral entre dos mujeres confundidas, dentro de sus respectivos roles, que pretenden ser amigas y terminan lastimándose. Algo así como la sal de la tierra.
@LOMBARDIBOSCAN
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia