La tercera unidad

Opinión | agosto 25, 2020 | 6:20 am.

I

Jinetea Bolívar su cabalgadura con destreza sorprendente. El sitio es el hato de Cañafístola, en el Apure infinito. Al otro lado de la explanada está José Antonio Páez, llamado el Centauro del Llano, a quien conoce sólo de oídas.

La bestia se agita nerviosa, como si intuyera la tensión de aquel encuentro. En la mente del Libertador ruge una memoria sangrienta: Boves, la lucha de castas, los pardos contra los mantuanos, la caída de la segunda república. El general está decidido a impedir que otra fractura nacional como ésa ocurra. Por eso el decreto de guerra a muerte, que convirtió una guerra civil entre españoles de allá y españoles de acá en una guerra de nacionalidades: Españoles y canarios, contad con la muerte aún siendo indiferentes. Venezolanos, contad con la vida aún siendo culpables.

Ya en Angostura postuló una unidad superior: la de Colombia, entre neogranadinos y venezolanos. Pero aquí, bajo este sol picante, ante estos guerreros semidesnudos que se la han jugado por la patria, se decide el destino de todos.

Páez esperaba encontrarse con un señorito de Caracas, pero se maravilla cuando lo ve dominar su caballo como cualquiera de sus soldados. Páez esperaba ver a un blanco aristócrata y lo que se encuentra es a un hombre con la piel curtida por el sol. Páez observa escamado cómo el general Simón Bolívar se apea de su montura y camina decidido hacia él, mirándolo fijamente a los ojos con una mirada que es como dos cuchillos: Páez lo mira a la cara y luego responde torpemente a su abrazo.

En ese instante luminoso, la historia dicta su curso infalible: de la fractura de Boves, del deslinde tremebundo del decreto de guerra a muerte, aquí nace la primera unidad de clases de Venezuela, la que dará sustento a la república, la que cruzará la cordillera de los Andes para sorprender a los realistas en Boyacá, la que nos dará Carabobo, y la que llegará hasta el Potosí plantando por doquier la bandera de la libertad.

Es la primera unidad, la del siglo XIX, que nos dio la independencia.

II.

Primera parte:

En una fría noche caraqueña, esquivando a los agentes de la Seguridad Nacional, los miembros de la Junta Patriótica ultiman los detalles del paro general que ha de ocurrir en pocos días. Fabricio Ojeda de URD; Guillermo García Ponce del PCV; Silvestre Ortiz Bucarán de Acción Democrática y Enrique Aristeguieta Gramcko de Copei, se miran las caras y pronuncian un juramento que, como diría el poeta, les sale del sótano del alma: ahora que ha sido atropellada con un plebiscito inconstitucional su decisión de participar en las elecciones presidenciales del año pasado sin importar las condiciones adversas, así remachada la ilegitimidad de la dictadura militar, la decisión es la de derrocar al dictador. La unidad de todos contra la tiranía.

Segunda parte:

Rómulo Betancourt se desciende de su vehículo frente a la residencia del doctor Caldera. Al cruzar el umbral, cree sentir una espectral palmada en el hombro, y, como diría Vallejo, todo lo vivido se le empoza como un charco de culpa en la mirada: atrás cree escuchar las algaradas de 1945, el verbo altivo de aquel trienio plagado de fracturas y desencuentros que lo complicaron todo, luego la infausta asonada militar contra Gallegos y la muerte de los demócratas a manos de los esbirros del régimen, y entre todas ellas, cree sentir que lo acompaña el fantasma de Leonardo.

Adentro lo aguardan sus contertulios: Jóvito, su compañero de generación allá por los años ’20 (una voz recóndita repite el estribillo: Sacalapatalajá, para repudiar al Benemérito), y Caldera, su contrario ideológico de tantos años. No están los comunistas. Betancourt evoca sus desacuerdos en Barranquilla con sus antiguos camaradas, Otero Silva el primero. Su periplo fue del marxismo sovietizante a la democracia social pluriclasista y criolla. Hoy, juzgado el entorno de la guerra fría, ratifica ese deslinde que tantos contratiempos ha de traer en el futuro. Pero más allá de tal exclusión, allí, en Punto Fijo, se rubrica el acuerdo que hará del primer gobierno de esta etapa democrática, un gobierno de los tres partidos: AD, Copei y URD.

Al margen de juicios y prejuicios que la historia va decantando con su inapelable veredicto, allí se está construyendo un nuevo consenso nacional, un proyecto común de país, que coagulará en la Constitución del ’61, suscrita también por el PCV, y que mal que bien, con virtudes y defectos, nos dará el período más largo de república civil y un progreso económico y social que por dos décadas al menos, al margen de sus costosas atrofias, será el mayor de toda nuestra historia.

Se trata de la segunda unidad, la del siglo XX, la que nos dio la democracia.

III.

Hoy, en este día del futuro muy cercano, se ha rubricado en Capitolio el acuerdo que todos esperábamos. Es una visión, dígase que un delirio, pero es un sueño posible.

El gobierno de emergencia y unidad nacional que tuvimos a bien darnos ha algunos años por medios pacíficos, democráticos, electorales y soberanos, conformado por los mejores, y por representantes de toda la pluralidad nacional, ya ha echado a andar sus seis cometidos esenciales: reconciliar a los hijos de la patria; reinstitucionalizar y reconstitucionalizar al Estado y así adecentar la función pública; reconstruir sus devastadas bases productivas y abatir la inflación para comenzar a recuperar el salario real de los trabajadores; rehacer nuestra relación con el medio ambiente recreando nuevas fuentes de energía; regerenciar todos nuestros servicios públicos para hacerlos eficientes poniendo a cargo de ellos a los más capaces sin distingo político ni ideológico; y rehacer nuestros vínculos diplomáticos, económicos y comerciales con todo el concierto de naciones.

Ahora, estos hombres y mujeres, chavistas unos, demócratas otros, empresarios éstos, sindicalistas aquéllos, con las iglesias y la Fuerza Armada, están suscribiendo el acuerdo que nos conducirá a unas elecciones libres y competitivas que, incluyéndonos a todos, y asegurando que quienes las pierdan participarán si no del gobierno, sí del Estado, abrirá finalmente los caminos de la Venezuela posible.

Porque hubo un día en que se comprendió que la unión de los «revolucionarios» contra la derecha apátrida no era la unidad de la nación toda, como tampoco lo era la unión de cuatro partidos abstencionistas contra quienes queríamos votar. Porque un día comprendimos que este país no se dividía entre chavistas y antichavistas sino que todos somos hijos de la misma patria. Porque hubo un día en que haciendo honor a nuestros libertadores y a quienes nos dieron la democracia, empinándonos sobre nosotros mismos, superando miserias y desprecios, fuimos capaces de reencontrarnos y forjar entre todos la tercera unidad, la unidad del siglo XXI, que haga por fin realidad en esta tierra de gracia, el sueño de una sociedad de progreso con justicia social para todos.

Ésta es la tarea pendiente. Éste es el desafío de las presentes generaciones. Acometerlo con éxito es el reto que tenemos frente a nosotros. Adelante entonces, con resolución y sin temor. Los venezolanos podemos.