Fascismo, nazismo, comunismo y socialismo, algunas precisiones
En una de las pocas cosas en las que toda Venezuela está de acuerdo es en que actualmente no estamos en una democracia, ni en un Estado de Derecho, independientemente de lo que rece la “mejor Constitución del mundo”. Pero, casi nadie concuerda en cómo llamar lo que sufrimos diariamente. Unos hablan de “tiranía”, otros de “dictadura”, otros de “satrapía”. Y los más leídos se atreven a calificar el tipo de opresión que se nos ha impuesto a la brava. Unos dicen que nos cayó el comunismo; otros, que es fascismo puro y duro. Los del régimen, tan modositos ellos, se empeñan en convencernos de que lo de ellos es socialismo; pero uno muy particular: “del siglo XXI”. Como el de antes, el real, tiene tan mala fama…
En fin, creo que vale la pena hacer algunas precisiones de los términos antedichos y, al final, tratar de calificar a la autocracia que intenta avasallarnos. Porque si no nos estamos preparando para sobreponemos a ella, corremos el riesgo de que las generaciones futuras —nuestros hijos y nietos— sigan sufriendo las mismas tropelías, crueldades, apremios y dificultades que caracterizan la sobrevivencia en esta tierra que fue de gracia.
Empecemos el análisis de los términos en el mismo orden que aparecen en el título, aunque no fueron puestos cronológicamente en él. La gente tiende a creer que “nazismo” y fascismo” son sinónimos de una misma perversión. Porque traen a la mente el recuerdo de algunas de las mayores atrocidades contra el género humano ocurridas en el siglo pasado. Aunque no fueron las únicas: los regímenes comunistas tanto europeos como asiáticos también son culpables de enormes, descomunalesfasc barbaridades contra quienes se les opusiesen o tuviesen siquiera la osadía de pensar diferente.
El fascismo es un sistema de gobierno dirigido por un dictador que impera por la fuerza, violentamente, y dirige sus acciones a controlar el comercio, la industria y la ciudadanía al tiempo que enaltece sobremanera el corporativismo y el nacionalismo. El término surge del nombre del partido que organizó Benito Mussolini para dominar a Italia entre los años 1922 y 1943: el Partito Nazionale Fascista. “Fascismo” es una derivación del latín fascis, que significa «atado», “haz”. En la antigua Roma, la fascis era un haz de varas colocadas alrededor de un hacha de modo que esta sobresaliera. Según el señor Wikipedia, las fasces eran llevadas por los lictores que acompañaban a los magistrados y eran el símbolo de su imperium, su capacidad para ejercer la justicia: las varas servían para flagelar y el hacha para la ejecutar la pena de muerte. La intención de Mussolini, desde el día uno, era atemorizar. Y, para eso, no tenía escrúpulos en emplear al estamento militar, en vez de la policía, en contra de la ciudadanía —o sea, algo parecido a lo que sucede aquí. Siete allertati, cittadini!
El nazismo llega después del fascismo y ocurre en Alemania a partir de 1933, cuando Adolfo Hitler obtiene el poder empleando los recursos de las democracias formales —por medio de elecciones— pero que al poco tiempo desvirtúa el mandato que recibió y se impone mediante un autoritarismo despiadado y una brutalidad despótica para aniquilar la democracia como ideologías y, en cambio, abrazar el concepto de un Estado con nacionalismo exacerbado. Algo como lo que hizo el Héroe del Museo Militar, pero en dimensiones épicas.
La palabra “nazismo” deviene del acortamiento del nombre del partido que fundó Hitler: el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (Partido Nacionalsocialista Alemán). El nazismo, al igual que el fascismo, centra todo en la supremacía del Estado. Para ello, ambas aberraciones obtienen apoyos populares apelando al nacionalismo de la gente e incitando las sospechas y el odio contra las personas extranjeras. Pero Hitler dio varios pasos más: insufló en los alemanes la idea de que eran una raza superior; promovió la categoría de ciudadanos ilegítimos para clasificar a los judíos, así hubiesen nacido y vivido siglos en Alemania; y decretó una “solución final” para acabar con estos, con los gitanos, los homosexuales y los que nacían con defectos físicos o mentales. Menos mal que la derrota de las potencias del Eje, en 1945, originó un declive en la popularidad de los nazis y fascistas en todo el mundo y esos términos se volvieron peyorativos, insultantes. Hasta recientemente, que como que hay más de uno empeñado en revivir esas ideas de la pureza de raza.
Ahora hablemos de comunismo y socialismo. Según el mataburros, el comunismo es un “movimiento y sistema político, desarrollados desde el siglo XIX, basados en la lucha de clases y en la supresión de la propiedad privada de los medios de producción”. Mientras que “socialismo”, entre otras cosas, es un “sistema de organización social y económica basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y distribución de los bienes”. ¡Hala, que sus señorías, los académicos, nos han dejao con los ojos sin vista! ¡Que no han ayudao!
Al igual que muchas personas, siempre pensé que había más diferencias entre los dos pensamientos. Que el comunismo era una teoría socioeconómica, mientras que el socialismo era una proposición política que patentizaba lo que sugería el anterior: la propiedad en común de los medios de producción, el colectivismo agrario, una sociedad sin clases y otras ideas parecidas que ya en el siglo XVI había planteado Tomás Moro en su “Utopía”. Repito, había gente que pensaba que eran dos cosas diferentes. Hasta que la Bestia de Birán, en el 2010, en transmisión directa desde La Habana, y por cortesía de VTV, a través de su corresponsal Vannessa Davies, les explicó a los venezolanos que ambos eran la misma cosa. Añado yo: lo que pasa es que “comunismo” es palabra chocante y sus seguidores lo saben; entonces, internacionalmente, decidieron esconder sus grotescas formas e inventaron eso edulcorado de “socialismo”.
Lo que sufrimos diariamente los venezolanos no es ninguna de esas cosas. Es un mazacote donde uno encuentra —envuelto en papel de regalo— actitudes abyectas de cipayos que cumplen lo que les ordenan sus amos cubanos, abundancia de complicidades para robarse el Tesoro, populismo ramplón, confusión ex profeso entre “pueblo” (que somos todos) y “populacho” (que son los que obedecen ciegamente las órdenes ilegales de golpear a quienes intentan solo ejercer sus derechos constitucionales). Hay que salir de ellos. Ya Venezuela no aguanta. Y la mejor forma es mediante el cese de la usurpación, un gobierno de transición y unas elecciones libres, creíbles y observadas internacionalmente…