El Nacional, hilo inquebrantable de nuestra historia
En el lugar que crecí ubicado durante mi escolaridad adolescente, en las calenturientas tierras llaneras de Turén, otrora capital agrícola de Venezuela hoy sumida en la ruina y el abandono, logré por vez primera hojear las páginas del diario El Nacional, en el contexto de un país pujante con registros de crecimiento económico y ascenso social que suscitaban la admiración universal.
Mi padre, impenitente socialcristiano, aceptó de muy buena gana que sus hijos imberbes cultores del mundo Beatles compraran cada domingo, en la tienda del gallego librero, ese periódico de cuatro cuerpos, uno adicional literario y en ocasiones revistas faranduleras. Con el tiempo el diario caraqueño se convirtió en una religión, ya que en su marketing agregaba colecciones literarias, enciclopedias, que obligaban al comprador a madrugar para no perderse la edición dominical o de la semana. En pocas palabras generaciones enteras montaron sus incipientes bibliotecas a costillas del salario paterno o de la merienda escolar.
Aquella Venezuela en pleno proceso de sustitución de importaciones y de auge de la explotación petrolera tuvo en El Nacional el espacio ideal y libertario para el abordaje de la cultura en toda su plenitud, sin cortapisas ideológicas, ya que los más prominentes intelectuales de pensamiento universal y por supuesto de nuestra nación escribían libremente en sus páginas.
Detenerse a nombrarlos es una tarea oceánica por la cantidad y calidad de sus plumas, cuyo primer jefe de redacción Miguel Otero Silva, uno de los mejores escritores surgidos de esta tierra y animador de todo género de peñas y concursos literarios, que enriquecieron hasta su muerte el gentilicio venezolano.
La trayectoria del periódico durante 77 años desde 1943 ha sido un reto. Consecuente con su orientación independiente confrontó dictaduras, como también la fase democrática iniciada el 23 de enero de 1958, que ameritó ante la presión del poder mantener una firme posición como prensa autónoma y de denuncia permanente ante la violación de derechos humanos, hasta conocer en el siglo XXI este salto atrás en la historia nacional que pretende desaparecer, lo que significa una institución no solo para el periodismo universal, sino para la democracia global, para la libertad de expresión y la democracia en Venezuela.
La estatura de El Nacional ha sido una piedra en el zapato para el régimen, quien ha hecho gala de su talante dictatorial al perseguir a toda la prensa, radio, televisión que ose denunciar la violación permanente de los derechos humanos y valores consagrados en nuestra Constitución Nacional, ante una política de estado de cercar la libre opinión y negar el papel a la prensa escrita, las concesiones a la radio y a la TV, mediante una suerte de tribunal de inquisición denominado Conatel, organismo censor suerte de Pedro Estrada de la dictadura perejimenista quien aprobaba cada día la publicación de la prensa de la época.
Por tanto, en el aniversario de este diario es propicia la ocasión para denunciar el trasfondo de la pretensión de la política de medios gubernamental, que no es otra sino la existencia de una prensa monolítica complaciente con el régimen, como fueron el Pravda en la URSS, o el Gramma y Juventud Rebelde en la Cuba castrista, medios de expresión entre otros panfletos del horror estalinista que azotó estos masacrados pueblos.
La vocación democrática del diario El Nacional me correspondió compartirla estrechamente como integrante del Movimiento 2-D en 2007, en la ocasión de promover la derrota de la reforma constitucional promovida desde el Ejecutivo Nacional para violentar la Constitución Nacional de 1999, objetivo que se cumplió el 2 de diciembre de ese año al ser derrotada la propuesta de Hugo Chávez en el Referéndum Constitucional.
Finalmente, en el caso venezolano la tiranía se ha topado con una institución emblemática para la historia democrática de este país, que resurgirá como bien planteara recientemente su director Miguel Henrique Otero hoy en el exilio, cuando recuperemos la democracia y la libertad de expresión en el postchavismo.
Movimiento Laborista