Dextra ac Sinistra
El pasado 13 de agosto fue el Día Internacional de los Zurdos; la celebración anual la estableció la asociación Lefthanders International con el fin de concientizar de las dificultades que enfrentan las personas con esta particularidad y estimular la solución de las mismas.
Siniestralidad es el nombre formal de la zurdera; se basa en la palabra latina sinistra, que significa «a la izquierda». Pero a medida que pasó el tiempo, comenzó a acumular diferentes connotaciones, algunas muy viles. Por el simple hecho de ser «diferentes» de la mayoría, se asoció la zurdera a la impureza y la maldad. El adjetivo siniestro significa «que está hecho con perversidad o mala intención» (1ª acepción) y acontecimiento «que causa cierto temor o angustia por su carácter sombrío o macabro o por su relación con la muerte»; nada muy simpático, verdaderamente.
Hoy, pocos considerarían malvados a los zurdos, pero aquellos dotados de la particularidad tienen que soportar numerosos inconvenientes de un mundo hecho para los dextrae. Comenzando en la escuela elemental en la que quizá no haya un pupitre adecuado para ellos, seguido de tener que usar utensilios y herramientas pensadas para diestros, y diversas situaciones de discriminación e incluso acoso.
Se cree que alrededor del 10% de la población mundial es zurda. Tal porcentaje es un muy variado, dependiendo de la época y del ambiente social; en el contexto de entornos socioculturales más restrictivos y severos la zurdera es menos común, como efecto de la disciplina que reprime a los zurdos a partir de las antes aludidas connotaciones «viles» o por considerarla una irregularidad inadmisible.
Un aspecto interesante de los vocablos izquierda y derecha, que, en esencia, aluden a condiciones psicofísicas de los seres humanos, es sus connotaciones en el campo del pensamiento y la acción sociopolítica.
Tal uso proviene de una antiquísima tradición europea. Inicialmente fue la costumbre netamente social de ubicar a los invitados de honor a la derecha del anfitrión o del personaje principal, quizá inspirada en el lugar que la escatología cristiana atribuye a El Redentor en los cielos: «Está sentado a la diestra de Dios Padre»… Establecidas las monarquías y solidificados los estamentos sociales permaneció la costumbre: la alta nobleza y el alto clero regularmente ocuparon el lado a la derecha del rey.
En 1788 Luis XVI de Francia se encuentra obligado por las circunstancias a convocar una asamblea de representantes nacionales; esta se reúne en Versalles al año siguiente y otra vez se repite el ritual: el Primer y Segundo Estado, el clero y la nobleza, se ubican a la derecha de la tribuna del orador y el Tercer Estado, la representación del pueblo, al lado opuesto. Con el correr del tiempo los términos izquierda y derecha se generalizan para designar con mínimo esfuerzo posiciones políticosociales antagónicas; hasta avanzada la segunda mitad del siglo pasado, derecha era sinónimo de conservadurismo, de aceptación del status quo, de riqueza; y esto en el mejor de los casos, porque en realidad llegó a tener significados mucho más denigrantes: insensible a las necesidades de las masas, enemigo del pueblo, explotador de los pobres, abyecto aliado del imperialismo…
En cambio, ser de izquierda confería un halo romántico y heroico, porque incluso sus contrarios no podían dejar de reconocer el anhelo de justicia social que animaba su ideología. Izquierda connotaba una actitud contestataria, favorable al cambio social, igualitaria, solidaria con la redención de los desposeídos, contraria a las autocracias; involucrando en esta última característica una petit contradicción que solía pasarse por alto: adversa a las autocracias, excepto de estar estas amparadas por el paraguas comunista; porque entonces se trataba de la dictadura del proletariado, cuya figura pivotal era la magnífica imagen del Hombre Nuevo.
Este fue, en lo esencial, el discurso con el que nos alucinaron maestros, artistas, periodistas, escritores y amigos “mejor informados”; la mayoría de ellos indoctrinados por la misma vía, quiero decir, sin tener la menor experiencia vivencial en la realidad sustantiva de un régimen socialista de sesgo marxista-leninista. Tengo la absoluta convicción de que ellos no actuaron con intención perversa: creían en el ideal prometido con la fe del carbonero. Los ramalazos de dolor y angustia que se filtraban por las rendijas de los muros impuestos por esos regímenes eran ignorados, minimizados en su crudeza, racionalizados; así, masacres, hambrunas, encarcelamientos y torturas se justificaban como «situaciones transitorias difíciles en el glorioso camino hacia el socialismo».
No obstante, a la larga quedó en evidencia la descomunal distancia entre la teoría y la praxis de esa ideología supuestamente redentora, y el fracaso de la izquierda en cuanto fórmula de gobierno; se hizo evidente que los regímenes declaradamente izquierdistas eran dictaduras, no exactamente «del proletariado», sino ejercidas por algunas de las peores canallas políticas jamás configuradas en el curso de la Historia humana.
En la actualidad que nos toca vivir, los escasos regímenes de inspiración comunista que van quedando en el mundo imperan en sociedades que los repudian, empobrecidas, hambrientas, sin esperanza, marcadas por desigualdades sociales, sometidas al poder de un Führer de grand guignol eternizado en el poder, o con ganas de hacerlo, y de su camarilla de secuaces; catervas de corruptos sectarios, monoideáticos, indiferentes a los derechos humanos, brutalmente represivos de todo intento de protesta, dispuestos a mantener al pueblo en condiciones de inopia, porque socialismo sin pobres no funciona; pandillas cínicas, mentirosas e hipócritas, que asumen las prácticas del juego democrático formalmente, en tanto trampean a su albedrío por debajo de cuerda; cuadrillas delincuenciales benevolentes con el hampa común, o francamente confabuladas con ella, a la que hacen su aliada; descaradamente comprometidas en el narcotráfico, saqueadoras de erarios públicos, protectoras del terrorismo y practicantes del terrorismo de Estado como estrategias destinadas a debilitar psicológicamente a la colectividad y facilitar su sumisión al poder.
De modo que de tener la palabra izquierda un sentido «positivo», con la develación progresiva de sus infames entrañas paso a «negativo», hasta el extremo de que ser «de izquierda» es repugnante y es una ofensa calificar a alguien de «izquierdista».
El caso es que si ser izquierdista significa aprobar esas aberraciones y crímenes contra la humanidad, lo que queda es lanzarse de cabeza hacia la derecha.