Con la iglesia hemos topado
Han hablado los obispos con voz alta y clara. Han quitado el polvo de sus solideos rojo-amarantos. Han agitado sus sotanas aprestándose a la controversia, y en ese negro aleteo, han levantado la hojarasca de la justa discordia. No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada. Porque he venido a poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra. Los enemigos de cada cual serán los de su propia familia. Así cuenta Mateo que dijo Jesús.
Han dicho estos mitrados unas verdades que son del tamaño de la basílica de San Pedro:
– La decisión de abstenerse priva a los ciudadanos del instrumento válido para defender sus derechos.
– No participar lleva a la inmovilización, al abandono de la acción política y a renunciar a mostrar las propias fuerzas.
– En 2005 eso no tuvo ningún resultado.
A pesar de las irregularidades, la participación masiva del pueblo es necesaria y podrá vencer los intentos totalitarios y los ventajismos del gobierno.
Entre los obcecados, una señora ruge como una leona herida. Acusa a los obispos de claudicantes, de malos cristianos, de inconsecuentes, de confundidos. ¡Ay, María Corina! Hijos de Belcebú tales prelados, casi inculpa ella. La aporreada dama evoca a Chávez en sus denuestos, cuando dijo aquello de que los curas escondían bajo sus túnicas infame barredura. Tal para cual.
En vez de esta insolente arrogancia, ¿no debería la respetable matrona tener un momento de cordura, escrutar su atormentado corazón, y realizar un humilde acto de contrición? Dolor del alma, detestación del pecado. La bestia se lame sus llagas.
Pero, en verdad, ¿quién claudica? Votar no niega los atropellos del régimen autoritario. Antes por el contrario: es una protesta contra ellos. Mientras más nos atropellen, más votamos. El voto es un grito agónico en defensa de la democracia. El voto es en sí mismo cívica rebelión democrática.
Dice el extremista: Si no dan todas estas condiciones electorales, no voto… y luego enlista mil y una, cual si escandinavo fuese. Su razonamiento hiede a coartada para no votar: se le pide a una «dictadura» unas condiciones electorales tales que si las diese, ya no sería una dictadura sino una democracia plena. ¿Entonces? ¿En qué quedamos? En otras palabras: se le pide a una «dictadura» que sea una democracia. Muy bien: siéntate en un banquito y ponte a esperar.
En cambio, es inversa la lógica del valiente moderado: Con mínimas condiciones, los demócratas votamos, pues somos mayoría y podemos ganar, a pesar de las irregularidades, como han sentenciado los vicarios del Papa.
Votar no es un festejo, ni un paseo campestre. Votar es una lucha.
La abstención en cambio se parece mucho a una rendición, incluso a una traición al pueblo que sufre y que espera de sus políticos que en cualquier circunstancia, por hostil que sea, salgan a batirse en defensa de sus derechos, como han establecido los reverendísimos obispos.
Espetan los oficiantes de la nada que votar no sirve porque de seguidas la dictadura acometerá con saña sus atropellos en contra de la voluntad popular: arrebato de competencias, designación de protectores, arbitrarios desacatos, inconstitucional ANC, etc., etc., etc., de lo que deducen el contrasentido según el cual se la perjudica más evitándole tales molestias. ¿Cómo se deslegitima más a un régimen autoritario, obligándolo a patear su propia Constitución para torcer la soberanía popular o dejándolo ganar plácidamente en paz y sin trampa, aún siendo minoría (como en 2018 )?
Siguiendo esta lógica absurda, los necios del abstencionismo militante tendrían que proclamar desaguisados como éstos:
– Dado que cada vez que protestamos el gobierno nos reprime, dejemos de protestar.
– Dado que el gobierno no libera a los presos políticos cuando se lo pedimos, dejemos de clamar por su libertad.
– Dado que el gobierno censura a los medios, dejemos de opinar.
– Dado que el gobierno no sanciona la corrupción, dejemos de denunciarla.
Y así ad infinitum.
Luego de tantos errores cometidos estos años, ahora toca pagarlos con altivez y coraje , y reemprender la tarea, más débiles pero más resueltos: volver a tomar la ruta democrática y procurar desde la futura AN los acuerdos basados en la persuasión que permitan más temprano que tarde un cambio democrático en paz y soberanía.
El sufrimiento de la gente, el padecimiento de los más pobres no puede esperar. La política debe voltear su mirada a las inmediatas soluciones que puedan paliar el hambre, las enfermedades sin cura, las pensiones de miseria, el desempleo, la pobreza y el caos de los servicios públicos.
Con la iglesia hemos dado, dijo don Quijote a Sancho entre las sombras del Toboso.
Esta convocatoria de los obispos es una sonora campanada que nos entusiasma y nos compromete. Es un aldabonazo en la conciencia de la nación.
Gracias en nombre de un país que busca una luz que ilumine su camino.