Quien tiene sueños y trabaja por ellos no es pobre así viva en la miseria
Muchas décadas sumergida en la reflexión sobre la pobreza, tratando de entender los hilos que la mueven, las visiones del mundo, si se acepta ser pobre o solo es una mirada desde fuera.
A estas alturas parecen más cercanas algunas respuestas. La primera como hecho irrefutable es que ningún pobre se reconoce como tal y la segunda, los que anidan alguna aspiración en su alma, aun viviendo en el más terrible tugurio, no son pobres.
Cuando los investigadores se enfocan en el tema de la pobreza llegan a concepciones muy importantes, El peruano Hernando de Soto descubrió que la pobreza es una ficción porque en realidad se les llama pobres porque desde la formalidad no se les reconoce su patrimonio, aquello que han construido, lo que inverosímilmente han inventado, lo que han reparado y dado nueva vida por simple intuición. La conclusión simplificada que llega este autor es que bastaría con integrar el patrimonio formal con el informal para superar la pobreza. Imagine pararse en medio de un cerro caraqueño poblado de ranchos construidos por cuenta propia y en lugar de pensar que esto es un problema, verlo como capital acumulado, como creación de valor. Mirarlo así significaría un salto trascendental, nos lleva de inmediato a preguntar: ¿Cuánto vale ese capital?, ¿cuánto valdría si su valor es reconocido por la economía formal?, ¿cómo puede aumentarse su valor? ¿Qué pasaría con una calificación nueva de los bancos, del mercado, de las leyes, los prestamistas, los constructores?
Otro investigador, Muhammad Yunus, fundador del Grameen Bank, que habla de la importancia de estimular el emprendimiento. Dice que solo dejan de ser pobres aquellos que logran crear algún emprendimiento económico, crear una microempresa que genere algún valor o servicio apreciado por las comunidades. Estos son caminos para encarar la pobreza.
Otros plantean como gran estrategia la creación de capacidades. Aquí se encuentra Amartya Sen, premio Nobel de Economía. Se trata de abrir las puertas para aprender, para tener medios, instrumentos, conocimientos para crear valor y que esto se convierta en la gran cruzada de cualquier país azotado por la pobreza: que la gente pueda hacer cosas que tengan valor.
Todos estos planteamientos son poderosos. Tienen una lógica intachable, pero no contestan a la pregunta sobre qué anima a la persona que vive en pobreza, quién es el verdadero pobre y cuál es el camino interior que puede conducir a la ruptura de individuos y familias con su personificación como pobres.
A estas alturas y después de vivir muchas experiencias me quedo con una conclusión muy sencilla: los pobres son aquellos que renuncian o no han concebido en su interior un sueño, un deseo o un proyecto de vida.
En el medio de la miseria total, sin servicios, sin agua, con electricidad intermitente, dificultad para eliminar la basura, sin un baño, retrete o urinario, no son pobres aquellos que afirman: mañana voy a construir un segundo piso a mi casa, o voy a reparar un carro viejo para usarlo como transporte. O voy a darle duro para que mis hijos aprendan, sean técnicos o vayan a la universidad.
Al paso del tiempo los reencuentro y hablamos en el segundo piso de una casa con una curiosa arquitectura hecha con sus manos y la ayuda de sus vecinos. O recibo una invitación al acto de graduación del hijo de Pedro Pérez, el señor que vivía en un inaccesible sitio de Petare. Estas personas son los verdaderos dueños de la fórmula contra la pobreza porque divisan un futuro, saben que todo depende de sí mismos y tienen ganas y valor para ampliar su estrecha vivienda o estudiar como fórmula de vida.
Todo esto se puede traducir en que no es pobre todo aquel mundo de personas que tiene un proyecto de vida, que se acuesta con un sueño en la cabeza, que no cuelga de un hilo esperando que venga alguna dádiva del gobierno a costa de entregar su libertad. Son aquellos que aprenderán y harán que sus hijos estudien a cualquier precio.
En la metamorfosis de la pobreza hay una energía primaria y primordial. Que cada ser tenga un sueño y luche por realizarlo. Así desde el exterior se puede colaborar, subsidiar, reconocer, pero el sueño inicial tiene que estar presente. Cuando este sueño no existe lo que se invierte se consume, se apaga, no genera más valor. La mayor parte de los programas contra la pobreza no son más que gastos para la subsistencia, para responder a necesidades básicas. No es inversión. Es gasto.
Para emprender un camino que cambie el panorama de la pobreza extendida en nuestros países, lo primero que se necesita como dato inicial es oír, saber, entender a qué aspiran las personas, qué quieren o sueñan y qué estaría dispuestas a hacer para lograrlo. Todos tienen televisión y, como dice Ernesto Cardenal, han visto el lujo desplegado en la boda de los nobles ingleses desde la destartalada puerta de su vivienda.
Después de muchas décadas, creo que es en la dimensión subjetiva, espiritual, cultural, donde está la palanca fundamental para enfrentar la depauperación y miseria que abate a mucha gente.
Como en todo, la pobreza tiene una dimensión espiritual que derrota o mueve a las personas. Por ello es hora de dejar programas jactanciosos y propagar la certeza que se pueden tener aspiraciones, que idear no es un privilegio, que en la existencia humana no hay nada decretado, pero que sí puede ocurrir el abandono de oportunidades. En realidad, la conclusión es sencilla: no son pobres aquellos que tienen un proyecto de vida.