¿Quién hace la diferencia?
A veces nos quejamos porque las calles de nuestras ciudades amanecen sucias; a veces reclamamos porque las paredes de la vía pública parecen pizarrones de inadaptados, un lienzo para un «arte» que anarquiza y empobrece el alma colectiva.
Reclamamos a las autoridades su indolencia, su incapacidad y el desdén en la toma de decisiones, sin embargo nos olvidamos abierta y permanentemente de nuestras propias responsabilidades individuales y colectivas.
¿Destruimos a la ciudad cuando botamos un papel a la calle? Sí. Anarquizamos a nuestra ciudad cuando decimos: «es un papelito, no pasa nada». Contribuimos a la destrucción del en torno cuando nuestros hijos vandalizan la ciudad, cuando no respetan las normas del buen vivir y nosotros nos convertimos en sus cómplices cuando volteamos la mirada hacia otro lado.
Cuando nosotros mismos no respetamos las normas ¿cómo podemos pedir que los demás lo hagan? Solo la comunión de todos puede permitir que una ciudad prospere y se mantenga.
Las autoridades tienen un papel que cumplir, no obstante nosotros, como ciudadanía, también tenemos un rol que desempeñar. El ciudadanos debe ser participativo, contralor, veedor, supervisor y, sobre todo, ejemplo viviente.
No basta con vigilar al gobierno. No basta con formar parte de las discusiones públicas en nuestro día a día, sino que es necesario revalidar todo lo anterior con nuestro comportamiento social. Solo así podremos construir una mejor ciudad para todos por igual.
Ante la pregunta que le da el título a este artículo: ¿quién hace la diferencia?, podemos decir que la hace el ciudadano cuando respeta el semáforo en rojo, cuando coloca la basura en su lugar adecuado, cuando no ensucia ni daña los espacios públicos y cuando vive sabiendo sus derechos y los derechos de los demás.
La diferencia está en las pequeñas y sencillas acciones que cada quien puede materializar sin esfuerzo alguno. Solo de esta forma, con conciencia y compromiso, podemos marcar la diferencia que empezará a transformar el ambiente donde vivimos.
Así como un gobierno abierto, transparente y participativo puede hacer la diferencia entre una ciudad bien gobernada y otra mal conducida, de esa misma forma la actitud de su población y su entendimiento de su papel es fundamental para que la ciudad crezca a plenitud.
La diferencia entre el buen y el mal vivir está en cómo acordamos un contrato social donde cada quien atienda a su deber, donde existan códigos de conductas que perfilen el camino que todos debemos transitar.
Las ciudades no son simples edificios, calles o aceras. Las ciudades son el reflejo de sus gobernantes y de sus pobladores. Es la representación de cómo somos y cómo queremos vivir. Es la materialización de nuestros anhelos colectivos.
¡Construyamos la ciudad que nos merecemos!
Miembro de la Directiva Nacional del Colegio de Ingenieros de Venezuela