La dictablanda y los vicios heredados de López Contreras (final)
En la biografía de Tomás Polanco Alcántara sobre López Contreras, «El General de Tres Soles» (edición de «La Fundación Polar», Caracas, 1987), página 239, se lee «…se contaron dos partidas, una con cien mil bolívares, calificada como obsequio del Presidente General Gómez al General López (con motivo de su tercer matrimonio)…». Ese «regalo de bodas» del dictador en 1932 equivalía a 30 mil dólares de la época, ¡una fortuna! Un «regalo» de su «mejor padre», que así López llamó a su admirado jefe, el tirano Gómez, quien acostumbraba dar generosos regalos a los generales gomecistas para mantenerlos contentos y leales, según sus opositores.
La extraña conciencia de López Contreras. Muerto a balazos el General Eustoquio Gómez el 21 de diciembre de 1935, cuatro días después de la muerte de su primo, el dictador, el para entonces presidente del Estado Lara acostumbraba llevarse parte del tesoro estadal para su casa. Su viuda logró del Presidente López Contreras que se custodiara el traslado de una fortuna en oro a un banco caraqueño. Todo indica que tal fortuna de Eustoquio Gómez» era ilícita, producto del saqueo sistemático del Tesoro Público.
El Dr. Tulio Chiossone, hijo del Tesorero General del Estado Lara para la época, dice en su libro “Memorias de un Reaccionario” («Ediciones del Congreso de la República», Caracas, 1988), página 134, “…En la Tesorería General había una existencia en caja y otra en poder del general Eustoquio Gómez… En el archivo de mi padre conservo alguno de esos balances…”.
Y López Contreras, en su obra “Proceso Político Social 1928-1936” (“Editorial Ancora”, Caracas, 1955), al comentar una carta del General Eustoquio Gómez )al coronel Eloy Montenegro, de fecha 15 de diciembre de 1935) escribió “…No me ha dicho qué dijo el Royal, si me pueden recibir los reales que le dije…”. Y López Contreras confiesa lo siguiente (pág. 68): “… Posiblemente el dinero a que se refiere corresponde a la cantidad de millones en oro de que me habló la Señora Celia Villamizar, en audiencia que le concedí en mi residencia particular después de la muerte del General Eustoquio Gómez y que para el momento ya había sido trasladada a Maracay. La Señora Villamizar me pidió protección para que el General Rafael Briceño Ayesterán le trajera esa fuerte cantidad de Maracay al Banco de Venezuela, y, al efecto, se le proporcionó la custodia de tropas y de policía necesarias a su seguridad… En el momento político fue un acto que se me criticó, pero mi conciencia tuvo que estar por sobre cualquiera otra consideración. E.L.C.”.
En este insólito caso, la conciencia de López Contreras, ya Jefe del Estado, lo llevó a brindar escolta militar y policial para asegurar que parte del botín robado por Eustoquio Gómez a Venezuela, millones convertidos en oro, fuera depositado en un banco para que sus herederos disfrutaran de esa enorme riqueza mal habida. No era conciencia, era solidaridad o complicidad gomecistas.
En resumen, López Contreras, por su origen, desempeño y mentalidad, jamás fue un presidente democrático, sí un astuto presidente autoritario, y al compararlo con el tirano Gómez (“Fue mi mejor padre”, dijo López doliente ante su ataúd).
La democracia lo trató con generosidad. Se olvidó el nefasto Tratado de Límites con Colombia de 1941 y algunos tienen la desmesura de llamarlo «fundador de la Democracia»; y el Congreso lo designó «Senador Vitalicio” en 1961, porque López Contreras inició la modernización del Estado. Y es verdad.
En su gobierno se nacionalizó el Puerto de La Guaira, controlado desde 1890 por una empresa británica. Y se crearon el Instituto Pedagógico de Caracas, el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, el Consejo Venezolano del Niño, el Banco Central de Venezuela y la Contraloría General de la República, después de regalar el Hipódromo del Paraíso, con terrenos y edificaciones, a un particular.
Y lo designaron Senador Vitalicio porque López Contreras no masacró al pueblo, detuvo los encarcelamientos arbitrarios (no los “legales”), los asesinatos y torturas (aunque no castigó a los criminales), disminuyó la represión (no la erradicó). Y aunque no eliminó todos los vicios gomecistas, destinó parte del Tesoro Nacional a urgentes necesidades populares (alimentación, sanidad, educación, etc.), deber público olvidado por Juan Vicente Gómez, quien trató a Venezuela como su hacienda y a los venezolanos como sus peones.