María Alejandra Malaver: La ciudadanía no debe ser automática, debe ganarse
En un libro de ciencia ficción de los años 90, que dibujaba un panorama futurista de una sociedad mundial gobernada por una especie de triunvirato, se hacía una curiosa distinción entre los civiles y los ciudadanos.
En la obra se aclaraba que toda persona sin hacer el servicio militar era un civil. Y aquellos que cumplían, por un lapso de tiempo su etapa en las fuerzas armadas, optaban por el título de ciudadano. Es decir la ciudadanía era un beneficio que se ganaba.
En esa hipotética sociedad se determinaba la importancia del deber y de la responsabilidad de cada persona. Se hacía hincapié en que el ser ciudadano no era en sí un derecho que se obtenía con el solo hecho de nacer o vivir en la ciudad, sino que era un privilegio que se ganaba con la comprensión del papel de cada quien en la defensa de los intereses comunes.
Llevando este concepto al plano real podríamos aprender mucho de él y adaptarlo a nuestra realidad. ¿Qué pasaría si reflexionamos sobre el significado de la palabra ciudadano y asimilamos en ella una dimensión superior?
A veces llamamos ciudadanos a cualquiera que viva en una ciudad, sin detenernos a pensar si en verdad este individuo conoce el deber que encierra el formar parte de una ciudad, si esta persona ha contribuido, más allá de sus intereses y necesidades privadas, a un propósito común para todos los vecinos que lo rodean.
El ser ciudadano, este es mi criterio, no puede seguir siendo una palabra vacía. Un simple sinónimo de población, pueblo o sociedad. Debe encerrar un significado más profundo, más real y mucho más tangible.
Para mí, un ciudadano es una persona que no solo mora, sino que lucha por la ciudad donde vive. Es un individuo que se sabe parte de un todo y responsable por mejorar la calidad de vida de todos, no se aísla en sus privados problemas y tiene una visión integradora del ambiente social.
El ciudadano es y deber ser un hombre o una mujer que se comprometa en los temas ciudadanos, que participe en la dinámica que rige la ciudad, que se involucre en los debates públicos, que sea contralor o por lo menos que sepa y opine de la realidad de su entorno.
Llamar ciudadano a una persona que no participa, que no opina, no controla, que no vigila, que no le importa el estado del municipio donde reside, es darle un rango social que no posee. Porque no se lo ha ganado.
La diferencia entre el civil y el ciudadano debería ser un tema de estudio. Un punto para el debate de aquellos que analizan el rol que cada persona debe jugar en la construcción de ciudades más democrática, más sustentables y más libres y abiertas, es una idea que pudiera ser punta de lanza en la construcción de sociedades más motivadas a la participación en asuntos ciudadanos.
Es vital, para la edificación de ciudades más humanas y más honestas, que se impulsen políticas que crean consciencia, que desarrollen métodos que ayuden a auspiciar mayor el nivel de colaboración entre quienes residen en una ciudad puntual.
Y, para lograr esto no basta con la sola participación, sino que el ciudadano debe formarse adecuadamente para que su acción sea la más acorde, la más precisa y justa para el ejercicio de la contraloría social y la participación positiva.
Yo soy, y quiero ser, ciudadana, por eso participo en los temas de mi ciudad. ¿Y tú?
Miembro de la Directiva Nacional del Colegio de Ingenieros de Venezuela