¿Funcionan las sanciones?
Desde hace varias semanas, a través de las redes sociales en Venezuela, se ha dado un debate sobre la pertinencia de las sanciones. Para unos, son la pieza clave de una estrategia enfocada en lograr el “quiebre” de la coalición dominante. Para otros, las sanciones no sólo son poco efectivas, sino que agudizan el sufrimiento de miles de venezolanos.
Frente a este último argumento, los que defienden las sanciones señalan que el deterioro del país se produjo antes de estas medidas de presión, algo que es cierto pero que no responde al argumento sobre el efecto que tienen en el bienestar de las personas.
Antes de establecer algunos elementos concretos en torno a este debate, primero se debe decir que, hasta el momento, estas son una decisión unilateral del Gobierno de los Estados Unidos, y que luce poco probable que los factores de la oposición venezolana puedan influir en la administración estadounidense. Debatir sobre algo en lo que se tiene relativa poca influencia parece inútil. Sin embargo, se debe seguir haciendo.
Además de afectar directamente a miles de venezolanos, las diferencias en torno a las sanciones, y la dificultad de llegar a consensos entre la oposición es una señal de la debilidad en la búsqueda de acuerdos que existe.
Con respecto a la efectividad de las sanciones se debe decir que existe cierto consenso en que estas son poco efectivas, e incluso contraproducentes, tal como señalan Christian Von Soest y Michael Wahman en su artículo The Underestimated Effect of Democratic Sanctions. Los mismos autores, sin embargo, indican que la efectividad puede ser importante dependiendo de los objetivos de las sanciones. Señalan que cuando el objetivo está orientado a promover la democratización las sanciones pueden tener un efecto positivo, pero que, sin embargo, cuando las mismas están orientadas a combatir el narcotráfico o el terrorismo son poco efectivas.
Lo anterior sugiere que las sanciones son un buen mecanismo de persuasión para obtener algunas concesiones por parte de la élite dominante, que si bien implica ceder cierto poder no representa una amenaza de cambio de régimen, al menos no en el corto plazo. Por el contrario, cuando estas están claramente orientadas a cambiar al régimen la respuesta es mayor persecución, algo también natural dado que implica un acorralamiento. De acuerdo con Von Soest y Michael Wahman, las sanciones pueden tener un efecto entendiendo que su resultado no conducirá en el corto plazo a la instauración de una democracia liberal, pero si al menos una disminución del carácter autoritario del régimen.
En Venezuela la estrategia de las sanciones, como otras que se han implementado en el pasado tal como “la salida”, el “cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”, la “guarimbas”, y otras, han estado orientadas a un cambio de régimen. Todas esas estrategias no contemplaron un punto medio, y al no tener la fuerza suficiente para imponerse fracasaron. Como contraparte a estas estrategias ha habido otras orientadas a ocupar espacios, como en algún momento fue ganar gobernaciones y alcaldías o ganar la mayoría en la Asamblea Nacional. El problema con estas últimas estrategias que es depende el apoyo popular, y para lograrlo tuvieron que dibujar un cambio de régimen en el corto plazo.
La peor trampa a la que se enfrentan los venezolanos es la de la impaciencia. Claro que pedirle hoy a una población que se encuentra frente al colapso de la infraestructura, a la carencia de alimentos y medicamentos, a la inflación mas alta del mundo, y a una migración forzada, que tenga paciencia puede lucir inhumano.
La solución a la crisis venezolana pudiera estar por el cambio gradual y no, como ha prevalecido hasta ahora, el del “todo o nada”. En este momento, como si se tratara de una paciente víctima de un accidente, lo que urge es estabilizarla, lograr un mínimo de funcionalidad, para a partir de ahí empezar a construir una salida que puede tardar, pero que llegue.
Twitter: @lombardidiego