En democracia todo, sin democracia nada…
La democracia es un sistema en el cual el poder no radica en una sola persona sino que se distribuye entre todos los ciudadanos. Por lo que, las decisiones se toman según la opinión de la mayoría. También se entiende como democracia al conjunto de reglas que determinan la conducta para una convivencia ordenada, política y socialmente. Se podría decir que se trata de un estilo de vida cuyas bases se encuentran en el respeto a la dignidad humana, a la libertad y a los derechos de todos y cada uno de los ciudadanos.
La democracia tiene un significado útil sólo si se le define en términos institucionales. La institución clave en una democracia es la elección de los líderes por medio de elecciones competitivas. Joseph Schumpeter en 1942, señaló que: «el método democrático es aquel mecanismo institucional cuyo fin es llegar a decisiones políticas, en la cual los individuos adquieren la facultad de decidir mediante una lucha competitiva por el voto del pueblo».
En democracia se puede ganar por un voto de diferencia y el triunfo será legítimo en la medida en que el proceso electoral, incluyendo el conteo, sea transparente, para lo cual se requiere que el organismo rector electoral actúe con independencia y al margen de cualquier presión política. Cuando eso no ocurre y la institución electoral se muestra dependiente y servil, las sospechas acerca de un eventual fraude no deben ser descartadas, situación ésta que ocurre desde hace años en nuestro país.
Queda también claro queel proceso político desde hace 21años en Venezuela tiene marcada la huella del caudillismo, cuya fuerza surge de la poderosa presencia de un liderazgo el cual, casi de forma inevitable, no contempla herederos, sucesores ni delfines.
Nicolás Maduro podrá invocar cuantas veces quiera el espíritu de Hugo Chávez, pero jamás será Chávez y ese es su gran problema. Maduro es un político del montón, sin carisma ni madera de liderazgo, por lo que ahora se comprende la urgencia con la que se convocó a las elecciones una vez fallecido Hugo Chávez.
Cuesta admitir, por otra parte, las opiniones de algunos gobernantes amigos del proceso chavista al manifestar que la victoria electoral de Maduro simboliza el triunfo sobre el oprobio y el yugo representados por la derecha reaccionaria, pues de ser cierta aquella afirmación estaríamos presenciando una verdadera revolución política en Venezuela.
Lo que ocurrió simplemente es la constancia de una nación que, más allá de estar dividida electoralmente, exhibe las señales de un notable enervamiento social que tiene su origen en el discurso atropellador, excluyente y divisionista que ha caracterizado a la verborrea chavista y ahora madurista. Venezuela está harta no solo de la inseguridad y del mal manejo económico, sino principalmente de ser rehén política de un proceso clientelar y amargo, amén de las graves circunstancias que rodean al mal llamado proceso bolivariano, signado por el socialismo que no es otra cosa que comunismo.
La otra lección que nos deja los procesos electorales socialistas del siglo XXI es que en ocasiones se gana perdiendo, pues en realidad si alguien ha salido victorioso es quien tuvo el valor de enfrentarse a la enorme logística estatal puesta al servicio de Maduro.
Esto significa que el liderazgo de la oposición se ha reforzado, pero también que el descontento de la población con el manejo del país recrudece día a día, pues Venezuela pese a ser el primer productor de petróleo de Sudamérica y el quinto a escala mundial, atraviesa por una situación calamitosa en el ámbito económico e incluso social. La inflación es la más alta de la región.
El gobierno chavista contrajo una deuda pública que alcanza los 200.000 millones de dólares, sin contar las obligaciones con China por la venta anticipada de petróleo. Luego el 70% de todo lo que se consume en el país es importado, lo que nos lleva a considerar que el aparato productivo está destrozado. A esto se añade el golpe que ha representado para la economía popular las recurrentes devaluaciones de la moneda, hoy por hoy en el estado más grave jamás imaginado, lo cual nos coloca por debajo de Zimbahue, país africano, por decir lo menos.
Pese a que el chavismo-madurismo se ha jactado de tener una inversión social considerable, los índices de inseguridad y homicidios son uno de los más altos de América Latina y el mundo. Ha rebasado incluso los niveles de México y Colombia. La violencia en Venezuela cobró el año pasado 187.000 personas. En consecuencia, tanto el modelo económico como social aplicado, muestra ahora sus debilidades, sin dejar de lado el narcotráfico y la corrupción que corroen las entrañas del cuerpo social del país.
No funcionó en su totalidad la estrategia de endosar los votos de Chávez a Maduro hace seis años Si se analiza en detalle los resultados de la desgracia que vive el país desde que tomó las riendas del poder Nicolás Maduro permite prever que estamos ante el definitivo declive del chavismo.
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
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