Sí, patrón
El personalismo es un rasgo latinoamericano. Desde Argentina a México está presente, en algunos casos más marcados que en otros. Incluso en Costa Rica, referente para muchos de un país democrático en la región, es parte de la idiosincrasia no discutir, pero tampoco actuar si la persona siente que lo están forzando o tratando mal.
En estos países el sometido espera en silencio hasta poder salirse con la suya. Por lo general no confronta. Va alimentando el resentimiento y cuando tiene la oportunidad se desquita preferiblemente como parte de un colectivo. Mientras tanto su humillación la acompaña con el recurrente “Sí, patrón”.
El patrón puede ser cualquiera, desde el presidente hasta el jefe en el trabajo. Es todo aquél que ocupa una posición de poder con respecto al individuo. En base a ese poder y el temor de las represalias que éste puede traer la persona se deja oprimir, sabe que está a merced de los caprichos del patrón. Esto ocurre en parte por la desprotección institucional, cuando las leyes o las normas están subordinadas a la ley del más fuerte, y no al cumplimiento de un acuerdo colectivo. Así, el que tiene la fuerza se impone. Utiliza todos los medios a su alcance para mantenerse en esa posición sobre el otro, dando órdenes y humillando para recordar quién manda.
Al saberse a merced de los caprichos del patrón, y sin la fuerza suficiente para defenderse, el sometido espera, y lo hace en un vaivén que va del extremo del resentido silencio al de la excesiva adulación. Pasar desapercibido y obedecer a toda costa, junto con demostrar la fidelidad al amo permanentemente a través de lisonjas, es la fórmula que usa para sobrevivir, hasta que llegue la ocasión del desquite. Ese momento no siempre llega, pero cuando lo hace suele hacerlo acompañado de la violencia que largos años de humillación han ido acumulando, lo hace con el siervo convertido en patrón. Mientras tanto, si ese siervo tiene la fortuna de estar en una posición de poder sobre otros traslada su resentimiento a estos.
Este comportamiento se puede observar en múltiples contextos, pero en ninguno es tan evidente como en el sector político, y dentro de este quizás el espectáculo más patético es el de ver a funcionarios electos por votación popular sometidos al “Sí, patrón”. Un Gobernador y un Alcalde no le tienen que rendir cuentas a un Presidente, como tampoco unos Diputados electos a una persona, en todos estos casos el deber es rendir cuenta ante quien los eligió, y específicamente a través de las instituciones que existen para tal fin. Lamentablemente esta realidad se observa a nivel de gobiernos y partidos políticos, una cadena interminable de patrones y siervos.
La democracia implica pluralismo, y éste no es posible sin el debate. El sometimiento de siervos frente a patrones es una expresión antidemocrática, y su práctica sólo fortalece el autoritarismo. Mientras como ciudadanos, como políticos, como gobernantes, el “Sí, patrón” siga siendo la regla no escrita que domina las interacciones sociales no es posible pensar en una verdadera democracia. Disentir es normal y deseable en una democracia, y ello implica a la vez capacidad de razonar, opinar, y actuar por criterio propio, lo que a su vez implica responsabilidad. Es quizás este último punto por el que muchos prefieren quedarse en una posición de servidumbre, porque al final si algo pasa la responsabilidad será del patrón.
Algo inevitable en la relación entre amos y siervos es que en algún momento los primeros perderán su poder, y cuando eso ocurre los segundos actúan con violencia. La Revolución Francesa es quizás uno de los casos más emblemáticos, pero también ejemplos recientes en el norte de África o la caída de las dictaduras comunistas de Europa del Este son buenos referentes. Esas situaciones se podrían evitar si los sometidos encontraran medios de expresarse y se sintieran protegidos por la Ley, pero la soberbia de los patrones es muy grande, muchas veces alimentada por los mismos siervos, por lo que terminan perdiendo el sentido de la realidad, hasta que el “Sí, patrón” se deja de escuchar.
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