Maduro, un ególatra intrigante y mediocre
El culto a Nicolás Maduro es un proceso que intenta realizar el régimen para construir una nueva épica en torno a la figura de este dictador al tiempo que concienzudamente trata de destruir el pasado histórico de Venezuela.
Maduro esparce por doquier la semilla de su propia deificación mediante un pertinaz, tosco pero relativamente eficiente adoctrinamiento. Funciona en parte debido a la hegemonía comunicacional del régimen y a que el dictador se ha adjudicado personalmente la tarea de establecerlo.
Al arroparse con el engañoso manto del altruismo para mostrarse implacable con los supuestos enemigos de su causa como un acto de lealtad con el pueblo, trata de garantizar la sumisión total de éste a su liderazgo.
Sabe que el desarrollo del culto a la personalidad es una forma de dominación. Se vale de una retórica rimbombante y falaz en la cual no faltan la autocompasión y la agresión a sus adversarios, sino que también intenta presentarse como un trágico héroe que enfrenta a un enemigo colosal al que supuestamente está llamado a combatir por voluntad de designios divinos.
Maduro se autoproclama como el líder de una revolución reivindicadora dotado de autoridad omnímoda y que concentre, en sí mismo, lealtad y obediencia absolutas. En este modelo de exaltación del culto a la personalidad, la artera intriga, la desinformación, la amenaza,el control social y la opacidad de la gestión de gobierno ocupan un lugar preponderante.
El miedo es otro componente de este infamante proyecto. Mediante el miedo se edifica el culto a Maduro. Por ello, muchas personas no se atreven ni siquiera a pensar.
La falta de autocensura de los asalariados del gobierno es otra característica; en muy pocas oportunidades se oye alguna crítica al régimen de parte del funcionariado a su servicio; y los pocos que lo han hecho están desaparecidos, presos, exilados o perseguidos. Asimismo, Maduro no ha tenido escrúpulos para usar, intimidar y sobornar a altos oficiales militares para reforzar el culto a su persona por parte de la Fuerza Armada.
Para lograr todo esto, ha creado un ambiente de terror que paraliza a sus colaboradores, limita la acción de los opositores, le gana la adulancia de ciertos grupos de la clase media y la hambrienta expectativa por dádivas de los sectores más humildes y vulnerables. Se ufana de tener el poder absoluto y que éste no puede ser desafiado por nadie so pena de ser tildado de traidor y sufrir, el indiciado y su familia, terribles y perversas consecuencias.
La pretendida, pero mediocre, simbiosis del culto a Maduro y la lucha de clases forman parte del plan de subyugación de los venezolanos.
La visión liberal del manejo de la economía le molesta.
No soporta que la vía capitalista sea de éxito y que el modelo socioeconómico de su régimen haya resultado un fiasco y un verdadero desastre.
Se siente dolido cada vez que los hechos reales demuestran su incompetencia como gobernante y por ello necesita reforzar considerablemente su autoridad, para lo cual su propia deificación resulta imprescindible. Por eso trata de mimetizar su figura con la del Estado: Si él es amenazado, la Patria también lo está. Si deja de gobernar, el país sería ingobernable.
Pero, en su delirio, olvida un axioma muy importante que siempre le limitará su desmedida ambición y su propósito de engaño sistemático a la población: la verdad es la más grave amenaza a ese propósito.